• 𝓑𝓪𝓵𝓪𝓷𝔃𝓪 •

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08

[Balanza]

.

—¿Qué tal si igualamos la balanza?

Ante esto, Alastor juntó sus cejas confundido.

Angel giró en su lugar recostando su espalda contra el colchón, acomodó los brazos superiores sobre su cabeza sujetándose de la sábana y cruzó los otros dos bajo su espalda, quedando completamente expuesto.

El ciervo no perdió de vista cada uno de sus movimientos, sin entender lo que buscaba hacer.

»La última vez te incomodé, así que ahora es tu turno.

El pelirrojo entrecerró sus ojos, sin creerle. Tenía que ser una trampa. La araña, casi leyendo su mente, respondió.

»No es ningún truco, me quedaré aquí quietecito como niño bueno y esperaré a que hagas lo que quieras.

Alastor meditó su propuesta por unos segundos (unos muy largos segundos), y cuando el italiano pensó que lo rechazaría, sintió el colchón hundirse: el caníbal se quitó los zapatos y colocó su rodilla del otro lado de su cadera, imitando la posición de Angel de ese día.

Estaba sobre él.

Y de inmediato, el corazón de la araña se disparó. ¿En verdad iba a tocarlo?

En cambio, Alastor tuvo otra duda.

—¿Estás seguro?

El actor pestañeó una vez antes de sonreírle juguetón.

—¿De querer tus manos en mí? Carajo, sí. —aseguró con firmeza, como si fuera la respuesta más obvia.

Aún no olvidaba lo de sus "estándares refinados", pero si Alastor sentía una mínima fracción de la atracción que Angel tenía por él, su molestia no sería en vano.

Alastor rio con su afirmación, recordando que la última vez que estuvieron de este modo (casi un mes atrás), él le exigió lo contrario. Irónico.

Todavía dudativo, alzó su mano y el actor pareció notar algo.

—Espera. —dijo de repente, el demonio obedeció—. Sin guantes.

El ciervo miró sus palmas, sin entender.

—¿Por qué?

—No me gusta cómo se siente.

Era muy impersonal, distante y no quería que la primera (quizá única) vez que Alastor lo tocara fuera con una barrera extra de por medio. Quería el contacto de sus palmas contra su piel, no el material ese.

Sin prisas ni palabras, Alastor tomó la orilla del guante y lo retiró con cuidado, como si cualquier movimiento brusco fuera a asustar a Angel, quien mantenía su vista fija en cada acción.

Una vez colocadas las prendas a un lado en el colchón, mostró sus palmas, como si dijera que no tenía ninguna arma ni intención de lastimarle. Angel, confirmando, asintió.

Estaba acostumbrado a que sus clientes lo tocaran, así que tener a Alastor sobre él no debería afectarle en absoluto.

Nada más lejos de la realidad.

Su corazón latía acelerado y apretó las piernas, queriendo controlar el cosquilleo en su vientre, pero era imposible, así que cerró los ojos, pensando que así tal vez podría calmarse un poco.

Cualquiera habría manoseado su pelusa o su entrepierna. Probablemente sus glúteos o la zona escondida entre ellos. Muchos hasta se habrían frotado contra él sin siquiera pedirle permiso o avisarle. (O cosas peores).

•|| Tus Manos En Mí ||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora