Creer o no creer

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A la mañana siguiente, el castillo asumió nuevas y rigurosas medidas de seguridad, pues Black había vuelto a escapar. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.

Y no habían sido los únicos cambios, Neville, quien había escrito las contraseñas y las había perdido, cayó en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente. Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.

Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor; llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Nixie, Harry y Ron, reconocieron enseguida la carta, ya que el año pasado Ron había recibido un vociferador de su madre.

—¡Cógelo y vete, Neville! —Nixie escuchó como le aconsejaba Ron al chico.

Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Nixie al oír la puerta cerrarse, se tapó los oídos, pero aun así fue capaz de escuchar el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergüenza a la familia.

—Pobre Neville —susurró Hermione mientras apartaba la vista de la puerta.

—Sí, ha de ser horrible que te dirijan esas palabras —opinó la rubia, revolviendo sus cereales. Y con ello, ambas volvieron a lo suyo.

Horas más tarde, Nixie se encontraba en el maletín, dando los últimos toques al nuevo y gigantesco traje de Hagrid, pues cuando la chica había visto el que él tenía, casi se desmaya; era un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja. Por lo que, horrorizada, se había ofrecido a fabricarle otro traje. El semi gigante habría intentado negarse, pero Nixie ni siquiera le había dado la oportunidad, lo quería demasiado como para dejar que se presentara con aquella monstruosidad.

—Me quedó increíble —se alagó orgullosa, y con un movimiento de varita colgó el traje en un gancho. Lo protegió con un estuche especial y salió de ahí. Tenía que entregarlo.

Una vez frente a la puerta de Hagrid, percibió las esencias de Harry y Ron, y fue cuando recordó lo sucedido en el partido.

—¡Por Demian! —murmuro, tapándose el rostro con las manos. No había hablado con Harry desde entonces, solo lo había estado evitando—. ¿Y ahora qué hago?

>>Pues, para empezar, deberías calmarte<< sugirió Aine.

—¿Calmarme? —repitió, incrédula —, lo besé, ¿si te das cuenta de ello?

>>Por su puesto, estuve presente, pero aquello no fue un beso<<

—Claro que fue un beso, nuestros labios se juntaron —reclamó, y al recordar lo sucedido, se estremeció.

Nixie y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora