nueve

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|| Familia de cazadores.



Grace tenía el corazón tan acelerado que parecía que en cualquier segundo éste podría salir disparado de su pecho, además, una capa de sudor le cubría la espalda y otra le empapaba las palmas de las manos.

Estaba nerviosa. No. Estaba extasiada. Atónita. Pasmada. Sentía las lágrimas acumulándose detrás de sus ojos y las piernas de gelatina, por lo cual tuvo que apoyarse en la pared de ladrillos a su izquierda. Quería llorar y reír al mismo tiempo. Sus emociones estaban a flor de piel, causando todo un alboroto en su interior. Estaba abrumada. Algo normal, considerando que se hallaba a tan solo dos metros de sus padres, aquellas personas a las que no recordaba porque murieron mucho antes de que ella pudiera tener recuerdos sólidos de sus caras o sus voces.

En los veinte minutos que tenía observándolos a través de la ventana de un restaurante, Grace pudo notar que ambos lucían exactamente igual que en la foto del bautismo de su marido, felices, jóvenes y llenos de vida.

Su mamá tenía el cabello castaño oscuro y corto, la piel casi tan blanca como la nieve, una sonrisa cálida y ojos tan azules que era imposible no distinguir el color de éstos a pesar de no tenerla de frente; no medía más de un metro sesenta, ni siquiera con sus bonitos, elegantes y aparentemente cómodos zapatos de tacón, los cuales combinaban con su bonito vestido veraniego setentero. Era guapa, mucho más de lo que ella alguna vez imaginó, mucho más que en la foto, mucho más de lo que alguna vez ella lo  sería.

Por otro lado, su papá era casi tan alto como Sam, o al menos esa impresión tuvo cuando lo vio caminar desde el auto hasta el restaurante; su piel tenía un ligero tono bronceado, su cabello era rubio en un corte militar y en sus ojos parecía albergar una caótica tormenta, aunque ésta desaparecía y era reemplazada por un brillo especial al mirar a su madre. La amaba. Y ella lo amaba a él.

Por las sonrisas cómplices, el constante entrelazado o roce de manos, las risitas disimuladas y la forma en que sus ojos se iluminaban al conectar miradas, era demasiado obvio que estaban perdidamente enamorados. Se notaba incluso desde la distancia.

—Sam, donde sea que estés, mamá es un bombón.

El no tan sutil murmullo de Dean, sacó súbitamente a la cazadora de su ensimismamiento, desconcertándola lo suficiente como para instarla a darle un buen codazo en las costillas. Él se quejó por lo bajo.

—¿Qué pasa contigo? —le preguntó casi entre dientes, ceñuda. Antes de que sus padres entraran al restaurante, había hecho un comentario muy similar sobre Rachel.

—No lo sé —respondió, sobándose el área golpeada—.  Me iré al infierno. Otra vez —añadió, más para sí mismo que para su mujer. Cruzándose de brazos, ella reprimió un suspiro y negó con la cabeza—.  ¿Crees que el ángel nos trajo aquí para evitar esta ridículamente larga cita doble?

ʜᴏʟʏ ɢʀᴀᴄᴇ - ᴠᴏʟ. ɪɪ | sᴜᴘᴇʀɴᴀᴛᴜʀᴀʟDonde viven las historias. Descúbrelo ahora