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"Enamorado"

La lluvia se volcaba con ímpetu sobre la oscura noche en los santos.

Gustabo reposaba su cabeza en la almohada de seda blanca dejando a sus rubios mechones caer a los lados de la figura de su cabeza.
Las tibias colchas le arrullaban, permitiéndole dejar a su mente en libertad para desentenderse del plano consciente y descansar en el basto mundo de los sueños.

Parpadeó con confusión al sentir un repentino movimiento en la cama, siendo abruptamente removido de su inconsciencia para encontrarse con quien era su pareja despierta y sentada en el otro lado de la cama, aún acobijado entre las mantas que compartían.

Gustabo frotó su ojo izquierdo con su puño y con el ceño fruncido producto de la confusión y el sueño pregunto con levedad y suavidad, notando un dejo de ronquez en sus cuerdas vocales: -¿Conway? ¿qué pasa?

El azabache le devolvió la mirada, y el rubio se incorporó en la cama imitando la pose del otro en ésta al notar la leve rojez rodear la negrura en sus ojos.

Tocó su hombro en un intento de descifrar si era de su agrado en aquél momento el toque proveído por sí, y al no obtener otra reacción más que la de una lastimosa mirada por parte del policía, decidió abrazar sus hombros con delicadez y llevó el cuerpo contrario y el propio a volver a recostarse sobre el colchón y reposar sus cabezas sobre las mullidas almohadas.

Atrayendo al hombre a su pecho se aseguró de tapar su torso con las gruesas y caras mantas rellenas de suaves plumas, envolviendo al cuerpo del mayor con el calor de la fortaleza de sus brazos.

La mirada en los ojos de Jack se mostraba perdida y desolada. Le recordaba a Gustabo a la mirada de un pequeño ciervo en temblores, repentinamente desamparado y sin la compañía de su madre.

Para sorpresa del ojiazul, el azabache se apegó a su pecho y se dejó hacer en silencio con las caricias que le entregaba en un afán de tranquilizarlo y hacerle comprender su presencia protectora.

-¿Has tenido algún sueño? -preguntó suavemente el rubio mientras reposaba su barbilla en los cabellos negros, dejando a sus fosas nasales inundarse en el olor a almendras que las hebras desprendían.

Si bien García nunca había presenciado una de aquellas situsciones en las que el superintendente tenía el tipo de sueño enlazado a sus vivencias en la guerra, tenía un mero comprendimiento de las experiencias pasadas del hombre en Vietnam, por lo que una sospecha se instaló en su pecho al sentir a aquél de siempre tosca y agria personalidad verse tan vulnerable.

Las manos de Gustabo repartían caricias en el cabello y oreja del contrario, y la otra fue repentinamente atrapada por una ajena a su cuerpo. Un segundo después sintió sus dedos ser entrelazados con los cálidos contrarios.

-Prometeme que jamás vas a abandonarme, Gustabo -dejó salir en un tono tan bajo que Gustabo pudo haberlo confundido con el murmullo del viento que se arremolinaba en el exterior de la vivienda, y la rotura en su voz causo que el corazón de García se estrujara un poco en su pecho.

Gustabo colocó su cara a la altura de la otra para mirarlo a los ojos cuando susurró: -¿Qué me estas contando? ¿irme es una opción?

Conway devolvió su mirada y apreto el agarre en su mano al oir la pregunta retórica.

-Que era broma, coño -Gustabo contestó al gesto represivo mientras pasaba su brazo izquierdo detrás del cuerpo de su pareja para seguir proporcionándole serenas caricias a cualquier porción de cabello o piel que encontrasen sus dedos -¿Cómo cojones podría irme? si lo hiciese, entonces no podría vacilarte cuando me venga en gana, y no es un privilegio que esté dispuesto a perder, ¿sabes?

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