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"El Capitán"

—¡Bajad anclas! —gritó el corpulento capitán posando firmemente su bota negra en la madera reluciente recientemente limpiada.

La brisa marítima propia de aquélla fría temporada desordenaba los negros cabellos del hombre que observaba el puerto delante suya, a sus oidos llegaba el lejano burbullo de la mezcla entre las voces de la civilización y la animada música propia de aquélla animada población fanática de la buena y dorada cerveza.

Jack conway era un hombre de innumerables y osadas historias brindadas por la experiencia ganada en lo que aproximaban a ser sus treinta y tantos años de vida. Poseía una gruñona y tosca personalidad propia de el capitan de un barco tal y como lo era el que la poseía.

-¡Capitán! ¡Capitan! -gritó uno de los novatos abordantes en el enorme barco.

Jack alarmado se giro abruptamente hacia el joven niño de tan solo dieciséis años de edad, cortando las vistas hacia el pueblo que en esta etapa habitaba.

—¿Qué pasa?

El joven de encorvada nariz poseyente de una peluda verruga en su punta suspiró calmando su respiración.

—E-es que Julio ha tomado de más, ha vomitado cerveza y trozos de pescado en la carga de mariscos —se rascó la nuca con incomodidad, intimidado por la imponente mirada que lo observaba incrédulo.

—Joder, ¡Es que sois capullos! —el experimentado capitán rodó sus ojos, empujando al asustado novato y emprendiendo marcha fastidiosamente hacia el problema que una vez más debía solventar.

[. . .]

Las noches salpicadas de frío por la intensidad de la marea parecían volverse veraniegas con el abrumante sazón de calidez que los habitantes de la isla proporcionaban a esta con los animados bailoteos, apuestas y jarras rebosantes de espumosa cerveza.

El aclamado capitán tomó asiento en una esquina apartada junto a un bajito y gordinflon anciano poseyente de una larga y canosa barba blanca, ordenando una cerveza.

Un extravagante chico de aspecto extrovertidamente carismático y de evidente atractivo movía sus piernas y pies al compás del acordeón y panderetas que resonaban en todo el bar, siendo acompañado de algunos presentes mientras sus dorados cabellos rebotaban en cada paso, destacando por su desvergonzes y poca reticencia hacia la atención pública.

-He oido que su lengua es tan filosa y elocuente como la de una sirena ¡hip! -el anciano de prominente barriga sentado junto a sí comenzó a relatar entre suaves hipidos que denotaban una evidente borrachera -y que, es capaz de formular con sus labios hechizos para atrapar a sus amantes y hacerse con todas sus riquezas, ¡dejandolos pobres y en la mismísima ruina, hip!

Jack miraba con expresión indiferente al hombre de mejillas regordetas y sonrosadas sonreir con la poca iluminación del lugar, reparando en la falta de uno de sus dientes superiores en su dentadura.

-Pero, muchacho, si me lo preguntas, sería capaz de darle todas mis monedas de plata si estuviese dispuesto a hincar sus rodillas en el suelo, si sabes a lo que me refiero amigo mío -el hombre sonrió arrastrando sus palabras, con su párpado izquierdo medio entrecerrado casi cubriendo su ojo por la mitad.

En ese instante el hombre del otro lado de la barra depositó una fría jarra de cerveza sobre la superficie de madera sobresaltando a ambos hombres por el fuerte ruido.

El hombre portador de una blanca y abotonada camisa dió un último vistazo al hombre que seguía perdido en la música, siendo captado en escena por éste viendo como lo admiraba y recibiendo un casi imperceptible guiño del rubio antes de que desviase su atención hacia otro punto.

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