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—¡Gustabo, bajate de ahí cojones! —Conway gritó en un susurro mientras veía al chico ignorando olímpicamente sus órdenes —¡que nos van a ver anormal!

—Vamos Conway, sueltese un poco, coño —respondió Gustabo mientras trepaba la verja que los separaba de aquél enorme parque de diversiones abandonado.

Conway gruñó frustrado.
No sabía como un pequeño y discreto paseo nocturno había derivado en irrupción a una propiedad privada, a decir verdad, la respuesta era tan simple que encajaba en una palabra: Gustabo.
El intrépido rubio los había orillado a esta situación, riéndose y mofandose de todo, como era usual en el hombre.

Mirando a los dos lados comenzo a trepar la misma verja, apoyando su peso en la punta de sus zapatos mocasines para evitar caerse de bruces al suelo.

Luego de pasar al otro lado y saltar el último tramo que le quedaba por descender de aquella reja oxidada, sacudió su gabardina con su usual expresión seria.

—¡Hombre! Tres putas horas para saltar la reja, como se nota que está viejo —escuchó la voz de Gustabo, como no, riéndose de él.

—La única razón por la que hago esto es para que no te hagas daño con tus gilipolleces —fue lo único que contestó, ignorando el comentario referente a su edad.

—Ostia, que se preocupa por mí ¡que mono! No me diga que he logrado derretir la fachada del mafioso malo —Dijo Gustabo reclinado sobre la débil reja con una sonrisa burlona adornando sus facciones, iluminadas únicamente por la luz de la noche.

Conway bufó y rodó los ojos por la insolencia del ojiazul.

—Si lo quisiera, estarías muerto.

—Ya, pero no me veo yo en un ataúd —alegó rápidamente.

Conway decidió ignorar aquel comentario, ya que a decir verdad no sabía el porqué tras sus palabras.

Es decir, sería el sueño húmedo de cualquier criminal el tener al superintendente en una situación como aquella; un lugar desamparado y solitario.
Sin embargo, Conway no pensaba herirlo, no iba a hacerlo y eso lo desconcertaba puesto que aquel hombre era una amenaza directa hacia su organización, pero este hecho irrefutable tan solo agregaba confusión a su difusa mente ¿por qué Gustabo no lo había entregado ya?

Sintió la mirada del otro sobre su cuerpo y el enlace de sus manos gélidas por el frío de la madrugada mientras comenzaban a caminar.

Gustabo los guió hacia los adentros del, en cualquier situación, terrorífico parque silencioso.

Caminaron por senderos desgastados y observaron atracciones deterioradas y consumidas por el herrumbre como infaltable marca del paso del tiempo, sin mediar palabra o dar lugar a una de sus típicas conversaciones, tan solo contemplando la noche estrellada y la soledad que hacía mucho había dejado de cohibirlos.

La gabardina gris ondeaba en el viento por las corrientes de aire irregulares, y los caros zapatos se hundían con los pasos del hombre sobre la hierba húmeda por el rocío de la noche mientras el pelinegro divagaba sobre estupideces intrascendentes en su mente.

Detrás de una bajita valla de metal que alguna vez habría estado pintada de un deslumbrante blanco se encontraba una enorme rueda de la fortuna desteñida y en claras condiciones de nulo mantenimiento.

Gustabo alzó sus hombros en señal de indiferencia y se abrió paso hasta llegar a uno de los asientos de la rueda, pasando una pierna y luego la otra para tomar asiento en el compartimento.

El rubio entonces palmeo suavemente el lugar libre a su lado como invitación muda.

Conway repitió las acciones del otro, sentandose a su lado y prendiendo un cigarrillo.

—No me gustan los romances convencionales, ¿sabes?—admitió Gustabo a su amante mirando el cielo, robando el veneno en forma de cilindro de sus labios y dándole una profunda calada en los suyos.

Indiferente ante tal aleatoria declaración, Conway se encogió de hombros.

—Entonces no seamos uno.

Ambas miradas se encontraron con la otra, Jack observaba cada facción del rostro de Gustabo siendo iluminado por la suave luz proveniente del cielo, intentando guardar cada posible expresión en su retina.

Estiró su mano derecha intentando peinar hacia detrás algunos rebeldes cabellos amarillentos que caían en la frente del policía, dejando su mano en la nuca y repartiendo suaves caricias en la zona con su pulgar.

Gustabo exhaló el humo retenido apartando el cigarrillo de sus labios, y lo miro a los ojos con una mirada que al trajeado le pareció tan cargada que permanecía indescifrable a su comprensión.

Se acercó y rozó sus labios con los fríos de su enemigo antes de besarlo con tranquilidad y calma en aquel parque abandonado.

Definitivamente no eran un romance convencional.

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⏰ Última actualización: Aug 16, 2021 ⏰

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