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"La percepción de los detalles"


-Demasiado tenue, 🔞.

La piel friamente erizada revistiendo sus contraídos músculos invadidos por continuos espamos se cubría por una delgada capa de saliva pegajosamente húmeda.
Bajo la yema del grueso dedo, la tes se notó con un dejo del esplendor por la sustancia espesa pintandola, y además, moldeada en diminutas puntiagudas protuberancias traducidas en escalofríos, por ser tan reacia al frío que urgaba juguetonamente en aquel cuerpo sometido a la absoluta desnudez.

Los ojos lo observaban con un brillo que se extendía en capas de los tonos más azules a los claros celestes tal como las feroces olas lo harían sobre el mar lamiendo la arena, coloreados así con el toque de un rogante suplicio que comprendía desde las pupilas hasta los contornos de los iris azules más profundos que el hombre alguna vez haya notado.

Las pestañas casi blancas revoloteaban como suave polvo una y otra vez con apacibles pestañeos que dejaban embobado al pelinegro hombre portador de un sombrero, ante la majestuosidad que residía en tan mundano acto.

Era el hecho de apreciar su pecho de prominentes huesos cubiertos por aquella tersa piel nivea subir y bajar en agónica armonía fugazmente veloz, ó la forma en que la carne resumante de su labio inferior era hostigada hasta el bermellón sangrado por sus dientes superiores para acallar los indignos sonidos que provocaban el movimiento de esos dedos, lo que encantaba al desnudo, de no ser por tan solo su sombrero, hombre moreno. El sexo no significaba para él más que una oportunidad carnal para registrar los preciados detalles escondidos celosamente por la rapidez característica de la cotidianidad en sus ocupadas vidas que intentaba mantener lejos de ellos, ella buscaba tan solo hacerlos ignorantes de la magnitud de la belleza en estos detalles. Jack profesó bajo el sordo ruido de sus pensamientos que nunca dejaría que aquello ocurriese.

Por eso, aquellos domingos en los que el monótono aburrimiento abrazaba sus mentes, el pelinegro escogía tomar la consciencia de su esposo en una delicada bruma de extenuante placer para darse con la dicha de ofrecer a su observación y entendimiento los detalles de la persona a la que amaba que cada día volvían a sumirlo en la prisión de la encantadora fascinación, con una preocupante continuidad que lo azotaba cada vez que la memoria del hermoso hombre de rubios mechones se posaba en sus recuerdos, como una mariposa lo haría en aquella flor cuyo sabor era inevitablemente el objeto de su predilección.

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