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La culpa del infiel

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JC's POV

Sentí como susurraba a mi oído. Las dulces palabras abandonaban sus labios impulsadas por el veneno de su lengua y, oh, ¿cómo podría cualquier hombre resistirse a él?

Quizás mi mayor error fue devolverle la mirada en el instante en que cesó de susurrar aquellas persuasivas palabras, pues el observarlo desgarró un poco más el ya deshecho muro de concreto que una versión más sensata de mí mismo había puesto entre nosotros como medida preventiva.

De nada sirvió pues, porque la motivación que me llevó a intentar reprimir la tentacion de devorarlo se desvaneció como cenizas en el viento en el momento en que me tocó.
Todo se desvanece cuando me toca, sentimientos preocupaciones o el propio mundo que nos rodea.

Es que así era él, el mero tacto de sus yemas te dejaba en un espiral de confusión del que parecías jamás poder escapar; y no te confundas, da igual tu esposa, tus hijos o el amor que te ate a ellos, bailaras aferrado a los hilos en sus dedos en cuanto él te convierta en la marioneta de sus deseos.

Me quedó claro en el momento en que sonrió y antes de que sepa nada sus brazos me envolvieron, tan escuálidos y a la vez capaces de proveerte el incomparable sentimiento de confort que los brazos de mi esposa no podrían jamás comprar.

Sus labios se apegaron a los mios y la saliva resumante de su boca se asentó en las costras de la piel de mis belfos como la lluvia humedece la hierba seca.

No es sino con culpa con la que narro el como deje que me encerrara entre su cuerpo y la mesa de interrogatorios, obedecí a sus órdenes y me dejé doblegar ante su personalidad seductora, pues para mí, en el mundo de mis cavilaciones internas, él tenía el magnetismo de un moderno Don Juan.

Sus cabellos rubios rozaron mi barbilla cuando su cabeza descendió a mi cuello desnudo, y sus dedos con agilidad desprendieron los botones de la camisa que mi esposa había planchado con dulzura y cariño horas antes.

Sus dedos dejaron un camino frío en mi pecho, el cual subía y bajaba irregularmente con la emoción y adrenalina que años hacía no experimentaba.

Y, quizás, tu puedas creerte en el papel de juzgarme, de ser el verdugo que condene mi moral, pero te aseguro que de estar en mi lugar, habrías obedecido con la misma docilidad con la que yo lo hice.

Poco me importó soltar el botón que sostenía el pantalón en mi cintura, ó el que las manos masculinas tomaran un pene de poco uso con suavidad y tersura en un vaivén de subida y bajada continúa, pues el ser objeto de su deseo me hacía delirar hasta los extremos más impensados.

Dejé que me masturbe y dejé que me bese, dejé que entierre mi perdida heterosexualidad y que dé fin a mi autocontrol, dejé que se lo lleve y tú tambien lo habrías dejado.
Me besaba y me hacía de alguna manera sentir querido, el frío de la sala me recorría la piel mas me sentía más caliente que nunca.

Me tomó de la nuca y aceleró su ritmo, besó cada lunar en mi cuello y me besó la mejilla. Respiró contra mis labios y susurró en mis oídos rastreros comentarios que no hicieron más que acrecentar mi culpa.

Con vergüenza jadee sin una pizca de agudez, aún a sabiendas que cualquiera podría interrumpir dejé que me toque y que me use a su antojo. Daba igual si alguien nos veía de cualquiera sea la forma, porque él en su extraña cabeza me había elegido y porque yo de cualquiera sea la forma había dejado que lo haga.

Lamió mi lóbulo con esmero y me obligó a susurrarle su nombre creyendo que yo no me daría cuenta de su inmoral truco psicológico. Mas, no sé si aún debo repetirlo, pero no me importaba.

Jadee su nombre en su oreja cuando cada músculo en mi cuerpo se contrajo y eyacule la materialización de mi infidelidad entre sus manos blancas.

Y cuando abrí los ojos, procesé una sonrisa que se me antojó traviesamente cómplice.
Me produjo un intenso escalofrío en la espina dorsal, y a la vez el aceleramiento del remordimiento que carcomia en lenta promesa mi pecho.

Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora