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Dos horas de viaje; dos horas atrapados en aquel auto que se nos hacía a mis hermanos y a mí una lata de sardinas; no era tan reducido, pero a los cuatro nos parecía de tal manera al tener que pasar tanto tiempo sentados uno al lado del otro, casi sin espacio personal, luchando por tener la porción de asiento más grande, valiéndonos para ello de sutiles –o no tan sutiles– patadas, empujones y sacudidas. Al ser relativamente frecuentes las visitas a los abuelos, nuestros padres eventualmente desistieron de sus intentos de reprimir y frenar nuestras luchas; comprendían ya que era solo perder el tiempo.
A pesar de estas situaciones, los viajes en auto tenían un cierto encanto; el olor a cuero de los asientos, la música de la radio, las vistas a través de las ventanas, el ambiente ligeramente oscuro y acogedor, especialmente aquellos días nublados... incluso el momento familiar que implicaban esas dos horas compartiendo ese pequeño espacio, son dulces y nostálgicos recuerdos que nunca se borrarán de mi memoria...
Cuando llegamos a nuestro destino, el ambiente allí no era el esperado; el abuelo estaba realmente disgustado con el nuevo vecino de los terrenos de al lado, pues al parecer este ha estado enviando a su hija a robar los frutos de los pomelos, manzanos y naranjos que se encontraban cerca del alambrado que dividía ambos terrenos. La abuela, por otro lado, no entendía motivo de tanto fastidio; eran solo un montón de frutas que en nada aportaban a la economía o sustento del hogar, mas a él le parecía un descarado atrevimiento robar de sus preciados árboles, que con tanto cariño ha cuidado desde haberlos plantado en su juventud. La situación, en principio, nos resultó bastante divertida, aunque el abuelo, con toda la seriedad del mundo –imposible de ser tomada en serio ante tan exagerado dilema–, estaba dispuesto a trazar algún plan para atrapar a la niña en el acto. En eso se le ocurre que Antonieta podría aparecerse allí durante la hora de la siesta –momento que la otra podría estar aprovechando para efectuar la sustracción–, pues, según su razonamiento, siendo María de la misma edad que la chica (trece), podría esta entenderse con ella, y de alguna forma convencerla de abandonar tan nefasta actividad, o bien acercarla a ellos para darle un merecido castigo. Pero Antonieta no estaba interesada, ni dispuesta de ninguna forma, a sacrificar su preciada siesta reparadora, mucho menos para encontrarse con una vulgar ladronzuela sin educación ni valores –manifestábase aquí el tremendo complejo de superioridad de Antonieta–. Ante esta postura, vio el abuelo una segunda opción en mí. Es esta la clase de aventuras que generalmente me aterra enfrentar, sin embargo, me generaba una gran curiosidad conocer a esta chica, por lo que acepté, no sin bastantes nervios golpeando mi estómago.

I.A.A.V.: Mis cuatro estacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora