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Los minutos pasaban silenciosamente mientras empregnábamos nuestros rostros de jugo al ingerir descuidadamente las naranjas.
—El dueño de esta finca es tu abuelo, ¿cierto? –Rompía el silencio la joven, colocando los restos de la naranja en el suelo.
—Sí... –Sostengo la respiración, al borde de decir algo sin pensar, fallando en el intento de frenar las palabras– ...Y tu padre el vecino que te encomienda robar de los árboles de mi abuelo, ¿me equivoco? –A pesar de la seguridad con que parecía expresarme, quedo inmediatamente paralizada ante tan osada declaración que inesperadamente había brotado de mi tímida boca, bajando la cabeza en el acto, avergonzada y temerosa de su reacción.
—Tu abuelo debe estar realmente molesto... –Responde con serenidad, contrariamente a mis expectativas– No es mi intención fastidiar a nadie, pero mi padre ha sido realmente insistente en que es "una venganza generosa a comparación de lo que se merece el viejo". No sé a qué se refiere con esto exactamente; tengo la seguridad de que ni él mismo lo sabe, porque lo único que es capaz de explicar es que nuestros abuelos se conocían, y que cualquiera que haya sido su relación, esta se habría arruinado por algo que tu abuelo le habría hecho al mío... A pesar de la fijación de mi padre con "hacerle pagar" en nombre de mi abuelo, ni él sabe qué fue lo que realmente ocurrió, lo cual me parece ridículo; un hombre obstinado que predica con intensidad la necesidad de una venganza que ni siquiera sabe a qué responde...
Todo esto me tomaba por sorpresa, mas no me causaba incredulidad; conocía lo suficiente a mi abuelo para comprender que se trataba de una persona terca y explosiva, que con enorme facilidad pudo en su pasado haberse ganado algún que otro enemigo, como consecuencia de sus imprudentes decisiones tomadas al calor de sus emociones.
El lejano estruendo de un trueno nos advirtió de la proximidad de la lluvia; levantándonos para correr a nuestras respectivas casas –era esa al menos mi intención–, coloca de pronto la chica su mano en mi hombro, observando a la lejanía, sin mover su mirada:
—...Conozco un pequeño escondite entre ambas fincas... –La sonrisa en su rostro era evidencia de sus intenciones.
Volteando sutilmente su mirada a mí, desplaza bruscamente su mano de mi hombro a la mía, arrastrándome en su corrida.

I.A.A.V.: Mis cuatro estacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora