—¿Qué quieres decir? ¿Cuál era su relación? ¿Eran amigos?
—Algo así... Pero más complicado... –Parecía querer frenarse en sus palabras, mas la mano cercana de la muerte le hizo decidirse a tomar su última chance de hablar– Su nombre es, o bueno, era, Javier... –Una sombra de dolor y nostalgia cubrió de pronto su rostro– Nos conocíamos desde la infancia... Era mi mejor amigo, y llegado un cierto punto, algo más... Nos volvíamos más y más cercanos, hasta que en algún momento la relación cambió... No sé en qué momento exactamente, pero de pronto no podía vivir sin él... Era la persona que más feliz me hacía... Y lo mejor es que era mutuo... Sabíamos que lo que hacíamos, que lo que sentíamos, estaba mal, pero nunca se sintió así; estábamos enamorados.
Con el paso de los años, la presión por parte de ambas familias para que consiguiéramos esposas se hacía mayor, y realmente nos asustaba cada vez más la idea de que nos descubrieran... Los padres de Javier tomaron un día la decisión; no podían seguir esperando a que este se determinara a buscarse una mujer, así que ellos lo hicieron por él. Le presentaron a la mujer que sería su futura esposa; su mundo, y el mío, de pronto se venían abajo. Entramos en pánico, no queríamos perdernos el uno al otro, por lo que en un acto de desesperación huimos a la casa de campo de mis abuelos, abandonada desde su muerte. Nos refugiamos allí durante meses; estábamos felices, juntos... Pero algo dentro de mí no me permitía entregarme totalmente a esa felicidad... era el miedo a que nos encontraran. Cuanto más pensaba en ello, más ilógico me parecía; nos tenían que encontrar tarde o temprano. Aquello era solamente una fantasía que no duraría para siempre, y en un punto pensé: "es mejor volver por nuestros propios pies, aceptar la vida a la que estamos destinados, en lugar de resistirnos y acabar peor". El pánico me había dominado. Una madrugada, mientras él dormía, fui de regreso a la ciudad. Para cuando Javier despertó, sus padres ya estaban en la casa, esperando para llevárselo. Ver cómo lo llevaban de los hombros mientras sus ojos, traicionados y llenos de dolor, dirigían una increpante mirada hacia mí, incapaces ya de reflejar el amor del que antes rebozaban, me destruyó por completo. Solo pude continuar mi vida convenciéndome a mí mismo de que era lo mejor. Esa decisión es el mayor arrepentimiento de mi vida... Destruí todo lo que me importaba, empezando por la persona que amaba...
Nunca dejé de pensar en sus palabras, su historia, y su expresión de profundo arrepentimiento y dolor. Las últimas palabras que pude escuchar de él aquella noche fueron: "Jamás renuncies a lo que atesoras; a las personas que llenan tu vida de alegría y te motivan a seguir adelante... Cuando dejas ir a esas personas, en especial cuando las pierdes haciéndoles daño, jamás podrás dejar atrás el arrepentimiento; sabes que nada podrá reemplazarlas o difícilmente traerlas de vuelta".
Tras semanas "luchando" –bastante claro me quedaba que al abuelo no le quedaban fuerzas ni voluntad para prolongar una vida amarga marcada por el arrepentimiento–, finalmente falleció. La abuela, en su nueva soledad y duelo, dejó la vieja casa del campo y fue llevada a la casa de su hermana menor y su familia. A Isabel jamás la volví a ver.
ESTÁS LEYENDO
I.A.A.V.: Mis cuatro estaciones
General FictionA lo largo de la vida, las historias que te atrevas a contar, las experiencias y las personas que conozcas, pueden cambiar tu vida y llevarla por distintas direcciones.