11 0 0
                                    

Continuamos hablando durante horas en espera de que la lluvia cesara. A cada minuto en que la luz del día se apagaba, la tormenta se hacía persistente y aumentaba su crudeza, siendo evidente que aquella noche no sería posible regresar a nuestros hogares; de pronto no podía evitar pensar que si un rayo o una violenta ráfaga de huracanados vientos no acababan con mi vida durante esa noche, definitivamente lo haría la furia de mis padres la siguiente ocasión en que los viera, seguramente obligados a postergar el regreso a casa frente a mi ausencia aquella tarde.
A pesar de la angustia y el pánico que me envolvían, el sueño acabó por hacerme sucumbir sobre una vieja y sucia alfombra. Varias veces recobraba la vigilia, observando a mi alrededor oscurecido, luego a Isabel, que a menos de un metro de mí descansaba con una inexplicable serenidad a pesar de los incesantes golpes del viento y la lluvia contra las endebles chapas, imperturbable ante las angustiosas circunstancias. En uno de mis despertares propios de quien sufre con impotencia y resignación de un terrible y frustrante insomnio, ocupo mi mente en imaginar qué historia se ocultaba tras aquella infantil venganza: ¿Qué relación existía entre mi abuelo y el de Isabel? ¿Por qué a pesar de no conocer lo sucedido se obstinaba aquel hombre en "vengar" a su padre? Una parte de mí deseaba preguntarle al abuelo por esta historia, pero era más que seguro que este se resistiría a hablar. La curiosidad por el asunto me mantuvo despierta hasta la naciente madrugada, cuando nuevamente caí sin percatarme en el sueño.
Despertando ya a media mañana, me encontré inesperadamente con la mirada de Luciano, parado a mis pies, observando como quien contempla un cuerpo a la absurda espera de su resucitación. Giré mi cabeza en busca de Isabel, mas esta ya había desaparecido del lugar. Me levanté, aún algo descolocada por el cambio de compañía, y en lo que me dirigía a la puerta explica Luciano la consternación que inundó a todos la noche entera por mi desaparición, particularmente desentendido este del sentimiento común, y recuerda entre risas el caótico escenario desplegado en la casa antes de haberse dispuesto la búsqueda; corrían y gritaban los adultos culpándose unos a otros absurdamente, lanzando argumentos sin ninguna clase de sentido, contrastando tal ánimo con la indiferencia de María Antonieta, más preocupada por volver a casa con sus preciadas revistas, y la confusión de Rubén, que buscaba sin saber qué hasta debajo del sofá y dentro de la taza del baño.
El panorama al regreso seguía siendo tan caótico como el descrito; era tal la alteración general que pasaron varios minutos antes de que alguien allí notara mi regreso; los posteriores reclamos y desahogos de los adultos fue una larga instancia no tan divertida.

I.A.A.V.: Mis cuatro estacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora