Cosas Perturbadoras

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El chico ojeaba un libro cuando Edvard lo sorprendió con una taza de chocolate caliente.

―Como te decía ―el chico dejó el libro a un lado y tomó la taza de chocolate que Edvard le brindó―, encontré tu dirección en una caja vieja en el sótano de mi casa. Mi padre nunca me la habría dado y tampoco sabe que estoy acá.

―Entiendo ―a Edvard le dolía la cabeza pues todavía estaba impactado por lo ocurrido con Irselia, pero no podía echar a su hermano de su casa ya que se había propuesto hallar al asesino de su madre y el primer sospechoso era el padre de aquel chico―. ¿Pero por qué has querido venir a visitarme?

―Pues quería conocerte. Nuestro padre nunca nos ha hablado de ti, y nos vinimos a enterar cuando lo interrogaron por el asunto de tu madre, y ni tan siquiera ahí nos prestó atención a mi hermano y a mi cuando le preguntamos por ti ―señaló el chico―. Mi madre también sabía de ti, pero tampoco nos quiso decir nada y además su trato hacia mí cambió desde esa vez.

― ¿Tu madre sabía de mi desde todo ese tiempo?

―No, o sea ella se enteró al igual que nosotros, pero mi padre si le confesó todo acerca de ti, aunque a nosotros no nos quiso decir nada. Mi hermano se mudó con su novia y ahora prácticamente soy hijo único, pero ni me determina.

―Entiendo ―respondió el joven pensativo― ¿Qué edad tienes?

―Dieciséis años ¿y tú?

―Tengo veinticuatro ―Edvard se levantó para llevar las tazas a la cocina.

―Mi padre me odia ―soltó Roger de repente―. Al igual que a ti, no sé a quién odie más, pero sí.

― ¿Qué? ―Edvard estaba desconcertado.

―Encontré cosas de mi padre en el sótano aparte de tu dirección ―dijo el chico, sus manos estaban temblando. Edvard no sabía si por el miedo o por el frío otoñal de afuera―. Había una gran caja de madera, con cerradura y todo... había de todo un poco en esa caja.

― ¿Qué tenía? ―preguntó Edvard al ver como el chico suspiraba lentamente.

―Cosas perturbadoras ―Roger tragó saliva―. De mujeres específicamente, lo sé porque había fotos de ellas y... nombres.

― ¿Por qué me cuentas esto? ―Edvard ya se estaba incomodando por la actitud intranquila del chico.

―Ya te dije que mi padre me odia y yo igual lo odio a él.

―Sigo sin entender que tengo que ver yo ahí ―Edvard se rascaba la barbilla desesperadamente.

―Tengo entendido que tu madre se llamaba Alma ―Roger suspiró―, pues en la caja estaba su nombre.

― ¿Y qué más había en la caja? ―cuestionó Edvard conteniendo el aliento.

―Yo... traje unas fotografías ―Roger sacó un cartapacio de la mochila que llevaba a la espalda y se lo pasó a Edvard―. Las tomé hace unos días con la cámara de mi hermano y ayer fui a revelarlas.

Cuando Edvard comenzó a revisarlas se sorprendió con la cantidad de cosas que había en esas fotos. Había una donde salía una trenza y amarrada a esta estaba el nombre de Juliet, escrito en una cinta de papel y una fotografía de una joven morena; en otra había un dedo en un frasco con agua con el nombre de Claire y una fotografía de una señora rubia; en otra se encontraba un sostén con el nombre de Lizzie y la imagen de una chica dormida; en la siguiente habían unas bragas con el nombre de Cristine y la foto de una jovencita pelinegra; en la última fotografía se encontró con un cepillo con unos cuantos cabellos dorados, con el nombre de Alma y una polaroid de una joven sonriente, era su madre hace varios años atrás.

Entre CaníbalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora