Su mano rozaba por décima vez el picaporte redondo de la puerta de su casa, se sentía incapaz de entrar y en cada intento al abrirla los vellos de su cuerpo se le erizaban. Llevaba más de media hora así desde que había llegado y las personas que pasaban por la calle ya lo comenzaban a ver raro. Se dio cuenta de tales miradas, así que nervioso, se apresuró a abrirla. Al entrar sintió el ambiente lúgubre de la casa, caminó hasta situarse en la polvosa alfombra anaranjada de la sala y recorrió el lugar con la mirada. Las paredes tenían telarañas de todos los tamaños, los sillones estaban cubiertos por una gran capa de polvo al igual que la pequeña mesa del centro y el televisor del fondo. La estantería de libros de madera estaba carcomida por las termitas y por todo el lugar se respiraba el mal olor de la madera húmeda y podrida, las gruesas cortinas de las ventanas solo dejaban que entrara una escasa luz del exterior y todo eso junto provocaba una sensación de tetricidad y de tristeza en el ambiente de la casa. Edvard caminó hasta el sillón recostado a la pared de madera y observó de cerca las fotografías en cuadros que colgaban de la pared, no se veían claras por el polvo que cubría el vidrio, pero recordaba cada una de ellas al igual que el momento en que habían sido tomadas, la mayoría habían sido de su infancia con amigos, primos y compañeros del colegio, otras estaban él y su madre divirtiéndose, y otras solo salía él celebrando sus logros como la graduación del colegio y de la universidad. Dejó de ver las fotografías y se dirigió a la cocina para seguir recorriendo la casa, todo estaba tal y como lo había dejado a excepción de la gran suciedad y el polvo que había por todo el lugar. Abrió las puertas de la alacena y se fijó que había un par de latas adentro, ni se inmutó en revisarlas porque seguramente su contenido había vencido. Siguió caminando y cruzó por la entrada de arco que daba a las dos habitaciones y el baño, la habitación de su madre estaba primero y prefirió evadirla e ir directamente hacia la suya, al entrar lo invadió una nostalgia tan grande que se arrodilló en el suelo de madera y soltó el llanto. Recordaba los momentos en los que pasaba horas jugando con sus amigos y primos con distintos juegos de mesa que en la mayoría de las veces ellos llevaban de sus casas; también recordaba las veces que pasó en su cama escuchando música en casetes; o cuando leía comics en las tardes lluviosas mientras su mamá estaba trabajando. Se secó las lágrimas mientras se paraba y en ese momento la volvió a ver, estaba parada en la entrada de su habitación. Edvard pensó que si no entraba no la vería, pero sin dudas estaba equivocado.
― ¿No me piensas saludar? ―dijo con una sonrisa siniestra.
―Tú... tú... no...
Edvard estaba petrificado. En el fondo sabía que no era real, pero siempre que la veía quería aferrarse a la idea de que estaba equivocado.
― ¿Qué pasa hijo? ―dijo ella―. ¿no le darás un abrazo a tu madre?
―Tú... no eres real ―el joven retrocedió unos pasos y chocó con la puerta que daba al patio trasero que estaba junto con la de su cuarto.
Pero ella seguía avanzando lentamente y no quitaba esa sonrisa siniestra del rostro.
― ¡No eres real! ¡No lo eres! ―el joven se acuclilló y se cubrió las orejas con las manos al tiempo que cerraba los ojos―. Vete, no eres real ¡Vete!
―Me preguntaba por qué tenías tanto tiempo sin venir a verme, y ahora que vienes... ¿Quieres que me vaya?
―No eres real ―dijo Edvard entre sollozos―, eres producto de... de mi imaginación.
En ese momento Alma ya estaba parada a unos centímetros de él, vestía una bata pastel de pijama, su cabello rubio estaba suelto por detrás de su espalda, y con el flequillo hacia delante e iba descalza. Edvard advirtió su presencia y alzó la mirada para verla directamente a los ojos.
―Ahora me pregunto por qué estás aquí ―dijo ella―, me imagino que te habrán echado del trabajo... total, nunca has sabido hacer algo por tu cuenta... siempre dependiendo de mi, Ed.
―Mamá... yo estaba bien en el orfanato, todo fue culpa de una niña ―Edvard se había arrodillado y ella lo veía como si fuera insignificante.
―De una niña ―repitió esta―, sabes que la niña no tiene la culpa, tú fuiste el que metió drogas al orfanato.
―Tú no entiendes... yo las necesitaba para estar tranquilo ¡Ahora las necesito! ―Edvard estaba ya muy agitado, sus ojos iban a todas partes como si tratara de entender algo y Alma solo lo veía―. Ya no tengo dinero para conseguir ¡Y todo por culpa de esa perra!
― ¿Quién?
―La directora. Ella me las quitó lo más seguro es que las haya quemado.
― ¿Y no harás nada? ―preguntó ella.
― ¿Qué debo hacer?
La puerta sonó tras él y este se sobresaltó a tan repentino golpe.
― ¿Hola, hay alguien? ―dijo la voz aguda de una chica al otro lado de la puerta.
Edvard giró la cabeza y se percató de que ya no estaba su madre, su respiración volvió a agitarse y salió corriendo en su busca, entró rápidamente a la habitación de ella y no la encontró.
― ¡Mamá! ―gritó desesperado―. ¡Regresa!
Fue a la sala, al baño e incluso a su propia habitación y no la encontró; revisó debajo de las camas y las mesas, pero era inútil. Gritó muchas veces su nombre, pero en el fondo sabía que era estúpido, le costó entrar en razón, pero lo hizo. Recordó el día en que él, la policía y muchas personas más la encontraron muerta a la orilla del mar mientras unos perros se la comían. Soltó el llanto desconsoladamente, no tenía sentido, << ¿Por qué la sigo viendo? >>, se preguntó. Su vida últimamente estaba basada en el miedo y el descontrol, no entendía por qué aparecía si ya estaba muerta. Eso lo aterraba, se sentía débil e impotente; su única salida habían sido las drogas, pero hasta eso se lo habían arrebatado al igual que su trabajo y sin este, no tendría dinero para conseguir lo único que lo sacaba de ese sufrimiento. Se preguntó qué sentido tenía la vida mientras vivía en la soledad, su madre estaba muerta, su padre no lo quería, de sus amigos se encargó él, gritándoles y diciéndoles literalmente que eran unos "asquerosos y estúpidos", sus tíos y sus primos también se alejaron de él el mismo día que enterraron a su madre, pues no se contuvo e igualmente los insultó cuando ellos no tenían nada de culpa de lo que pasaba. No tenía a nadie y dudaba que alguien quisiese entablar una amistad sincera con él.
<< ¿De qué sirve vivir si no eres ni haces feliz? >>, pensó Edvard en medio de su crisis.
Había dejado de llorar, sin embargo, su estado no era mejor que antes. Tenía mucho miedo, temía de él mismo, de todos sus pensamientos y delirios, de lo que pudiese llegar a hacer para conseguir lo que quería, de su futuro y de tener que depender de las drogas para no volverse loco, aunque de cierto modo ya lo estaba.
<< ¿De qué sirve vivir si es con miedo? >>
No se quería suicidar, solo se cuestionaba su injusta vida. Tenía las esperanzas de que saldría de eso y sería feliz, pero en ese momento tenía miedo de que para alcanzar esa felicidad cometiese imprudencias que afectarían a las demás personas de su entorno. Se estaba desaferrando de sus pensamientos cuando volvió a escuchar la voz de la chica que gritaba afuera de su casa.
― ¡¿Estás bien?! ―preguntaba la voz femenina desde la ventana frente al antiguo cuarto de Alma―. Se que estás ahí, te escuché hablando con alguien.
Edvard se levantó de la polvosa alfombra donde estaba acostado y se dirigió a la puerta principal para atender a la chica.
― ¿Qué quiere? ―preguntó al abrir la puerta.
―Perdón por molestar, soy su vecina de al frente y venía a darle la bienvenida con galletas, pero uste...
Edvard ni se inmutó y le tiró la puerta en la cara, y ella, por lo atónita que estaba dejó caer las galletas que había horneado con tanto esmero en toda la mañana de ese lindo día.
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Entre Caníbales
Mistério / SuspenseUna tormenta de pensamientos lóbregos torturan a Edvard día y noche, pues meses atrás encontró a su madre en un grave estado de descomposición y putrefacción. Sucesos que lo llevaron a tener innumerables de pesadillas y alucinaciones de ese día. Su...