El Hacha

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Los chicos corrían lo más que daban sus piernas, los más pequeños iban montados en los más grandes, el señor Oliver era arrastrado por Taylor y Federik, y Melissa se apoyaba de Hilda y Jasper. Nadie podía detenerse pues si lo hacía serían secuestrados.

―Aguanten un poco más ―decía Taylor, un joven alto y delgado quien era el mayor y los guiaba junto con Rossie―, ya falta poco.

―Llevas diciendo eso desde que escapamos ―susurró Eva con temblores en su rostro.

El muchacho no dijo nada y siguieron corriendo, escuchando las voces de sus perseguidores a lo lejos. Fiona, quien iba a la espalda de Valerie comenzó a llorar por el frío, la muchacha le tapó la boca y los demás ya ni prestaban atención por el cansancio.

―Ya no puedo más ―sollozó Hilda quien se desplomó de rodillas dejando caer a Melissa junto con ella.

Melissa gritó por el dolor que se prolongaba en el lateral derecho de su torso, los demás le hicieron para que se callara, pero el dolor la estremecía que no era capaz de reprimir sus gritos.

―No puedo más ―dijo la niña entre sollozos.

―Tranquila, yo te llevaré ―dijo Rossie, dejando a dos niños de seis años con Eva.

Los chicos adelantaron el paso, siguiendo a Taylor, quien los guiaba a un escondite en el bosque. Los hombres que los seguían se acercaban cada vez más a ellos, les gritaban que se rindieran, que fueran con ellos y se reunirían con sus demás amigos del orfanato. Los más pequeños quienes inocentemente no entendían la gravedad de la situación pedía parar.

Melissa iba a la espalda de Rossie, pero esta a cada paso que daba perdía resistencia y por lo tanto, velocidad. Melissa escuchaba a los hombres silbar cada vez más cerca e incluso al girar su cabeza hacia atrás se encontró con un hombre musculoso y alto que corría con un hacha.

Taylor ya iba adelantado con Federik, ambos llevaban arrastrados al señor Oliver quien permanecía inconsciente por la sangre que había perdido de su brazo. Los demás chicos corrían tras ellos y prácticamente arrastraban a los más pequeños para que no se quedasen atrás.

―Apresura Rossie ―decía Melissa a su oído.

Rossie tomó aire y corrió lo más que daban sus piernas, corrió y corrió hasta que estas por el frío comenzaron a temblar ocasionando que las dos chicas se desplomaran. Ambas gritaron, pero nadie fue en su ayuda, miraron hacia donde estaban sus amigos, pero ya ninguno se veía, en cambio su perseguidor se detuvo frente a ellas, su gesto se notaba perdido por la ira, sujetó fuertemente el hacha y dio un golpe.

Un grito, otro golpe, otro grito...

Melissa se encontraba totalmente paralizada, con el rostro empapado en lágrimas y deseando que todo eso fuera un mal sueño, una pesadilla, y que pronto amanecería y todo volvería a ser normal. Veía como Rossie se arrastraba por la nieve, ya manchada de sangre, pues el hacha había ido a dar a sus pies, impidiendo que pudiera levantarse y seguir adelante como los demás.

―Nada de esto te estuviera pasando si tú y tu bola de amigos hubiesen venido cuando les dijimos ―dijo el hombre, quien se había arrodillado donde estaba Rossie para hablarle más de cerca―. Es que ni debieron haber escapado y matar Moon. Sí, eso fue lo peor que pudieron haber hecho.

El hombre se levantó, suspiró y puso su hacha en su nuca.

―Ustedes no saben ni en qué se metieron al matar a Moon ―dijo el hombre―. Esto que te hice no es nada a comparación de lo que te hará Irselia cuando se entere.

Las chicas temblaban y lloraban sin saber que decir al respecto, y aunque tuviesen algo que decir no lo dirían por el miedo que le tenían a ese hombre.

Entre CaníbalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora