Escapar

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Hace varios meses atrás, luego del incidente de las drogas, varios muchachos y muchachas unos años más viejos que Melissa, se acercaron a la pequeña y a su amigo August con la intención de incluirlos en su grupo de amigos. Estos eran muy vividores y buscaban alejarse de la realidad aventurándose por el bosque, cosa que a Melissa y a August les parecía maravillosa. Sus intereses al acercarse a los pequeños era por la experiencia que ambos habían tenido con las drogas del enfermero Edvard. Ambar, una joven gorda de rizos rojizos parecía muy interesada en el tema al igual que su mejor amiga, Rossie, una joven risueña que estaba a punto de ser desalojada del orfanato. Los pequeños les contaron toda las buenas y malas experiencias de lo que sintieron y eso a los mayores les pareció excepcional así que invitaban a estos a todo lugar donde se dirigieran.

Melissa estaba encantada, se sentía tan feliz porque otras personas quisieran estar con ella y la incluyeran en las actividades que estos hacían. Los chicos se escapan de noche, jugaban juegos de mesa, iban al lago e incluso se adentraban en el bosque.

Dayra, una joven castaña de dieciséis años le había comentado a Melissa que estos chicos estaban a punto de ser desalojados del orfanato así que querían heredar sus vivencias a las nuevas generaciones para aliviar un poco los pensamientos deprimentes con esas salidas y juegos grupales.

Pasaron los meses hasta que llegó la noche del viernes 16 de noviembre de 2001, la temperatura del lugar era muy baja pero aún no nevaba, Melissa se encontraba en el balcón de la habitación de chicas acompañada de Samantha, Dayra y Ambar, quienes ya estaban cansadas de escuchar a una niña de diez años que no paraba de lloriquear estrepitosamente en la habitación. Las chicas salieron muy bien abrigadas y Melissa les comentaba sobre un personaje femenino de un libro que le había parecido genial; Samantha, una joven de dieciséis años, rubia y un poco baja de estatura parecía ser la única en prestarle atención. Las otras dos charlaron sobre unos muchachos que les parecían atractivos y cuando la pequeña dejó de llorar se apresuraron a entrar, pero antes de abrir la puerta fueron interrumpidas por unas voces provenientes del patio; y como cualquier chica adolescente, siendo llevadas por la curiosidad, las cuatro prestaron atención a lo que sucedía.

― ¿Enfermero Ed? ―dudaba el señor Thomas.

Las cuatros chicas se agacharon, muertas del frío y de la curiosidad.

― ¿Qué hace aquí? ―preguntó el señor Elías.

Edvard se acercaba con paso lento y con la cabeza gacha.

―He venido por una carta de recomendación ―respondió alzando la cabeza un poco.

― ¿A estas horas? ―reclamó el señor Elías―. Son las dos de la mañana, a esta hora todos duermen.

―A excepción de nosotros, claro ―bufó su compañero.

―Quiero ver a la directora Mell ―soltó el enfermero.

― ¿Qué parte de que está dormida no entiendes, muchacho? ―le espetó el señor Elías.

―Quiero que la despierten ―ordenó Edvard en un tono para nada amistoso.

Melissa se sorprendió al ver como el enfermero actuaba de esa manera, ya que él siempre fue cordial con todos.

― ¿Nos estás tomando el pelo? ―le espetó el señor Elías.

Y en un par de segundos, unas luces iluminaban el lugar. Tres autobuses colegiales entraron como si nada y se estacionaron en las puertas del orfanato, de estos se bajaron varias personas, pero había una chica en particular que se dirigió hacia donde estaba el enfermero Edvard con los guardias del orfanato.

― ¿Qué está pasando? ―preguntó Ambar en un susurro.

La chica que se había bajado del autobús le plantó un beso a Edvard que no fue correspondido y luego se dirigió a los dos guardias.

Entre CaníbalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora