Flecha perdida

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Edvard sintió una oleada de sentimientos amargos al volver a ver a las niñas pidiendo clemencia con la mirada. Era una mirada extraña casi como la misma que tenía su padre unos minutos antes de ser devorado por los caníbales. Su hermano Roger en ese entonces había llorado y pedido que lo soltaran por los gritos estrepitosos de dolor que este emanaba; lo había maltratado, sí, pero a pesar de eso el adolescente no soportaba ver tanta tortura contra una persona y menos si esa persona era su progenitor. Edvard, en cambio, se sorprendió de solo haber sentido repugnancia al recordar como ese hombre se había expresado de la situación de su madre y de cómo no sentía remordimiento alguno por ella ni por las demás mujeres que Roger le había mostrado en las fotografías.

La mirada lastimera era similar, pero los sentimientos a ambas situaciones eran lo contrario, pues sentía más conexión con los niños del orfanato que con su padre, y a pesar de estar mentalizándose semanas atrás de que esto solo sería un trabajo, la poca moralidad que le quedaba se hacía presente ante él, sintiendo compasión por aquellas criaturas sin familia.

― ¡¿Qué esperan?! ―gritó una mujer al lado de Edvard―. ¡Átenlos! ¿O quieren que les pase igual que a Johan y Chris?

Edvard y sus compañeros de búsqueda ataron a las niñas y al señor Oliver de manos y pies. Una mujer asiática llamada Moon, se reía con sus amigos de cómo unas niñas y un tipo de treinta años aturdieron a Chris y amputaron a Johan produciendo su muerte.

― ¿Fuiste tú, pequeña? ―preguntó Moon a Fiona quien lloraba por miedo a la mujer―. Se ve que tienes más agallas que estos otros ¿a que sí?

―Deja a la niña ―ordenaba Oliver atado de brazos y pies mientras la menor seguía llorando.

― ¿No te das cuenta de lo patético que te ves? ―rio la chica―. Sabes qué, mejor dime cual de estas mocosas fue la mató a Johan.

― ¿Johan es la mujer? ―preguntó Oliver y luego cayó en cuenta de lo que en realidad le preguntaban―. ¡¿Está muerta?!

―Claro que está muerta, imbécil ―respondió ella―, si la dejaron desangrándose y cuando llegamos ya era muy tarde para la pobre.

A Oliver le costaba asimilar la verdad que estaba tratando de evitar por el camino, y es que si la mujer estaba muerta ahora él sería un asesino.

―Las niñas no hicieron nada ―dijo el hombre cabizbajo―. Yo fui quien le cortó los brazos.

Los demás se lanzaron una mirada entre todos y Edvard comprendió lo que le esperaba a Oliver. Moon hizo un gesto con la cabeza y Balak fue junto con Liam a golpear a Oliver.

Liam, quien era un hombre musculoso agarró a Oliver por el cuello del abrigo y lo estrelló de espaldas contra la nieve del suelo dejándolo sin aire; el hombre intentó tomar aire unos segundos, pero Balak se lo impidió dándole con el talón de su bota en el estómago, multiplicando la falta de oxígeno. Los dos hombres se dispusieron a patearlo hasta esperar la señal de Moon para acabar con él.

― ¿Irselia permite esto? ―preguntó Edvard a Dian, al sentir un poco de pena por su excompañero de trabajo.

―Tu noviecita no está aquí en este momento ―dijo ella encogiéndose de hombros―, así que Moon es la que manda, además, no hay porqué contarle.

Los hombres golpeaban a Oliver proporcionándole patadas por todo el cuerpo. Las niñas comenzaron a llorar y Oliver buscaba la manera de mirar directamente a Edvard para que de alguna forma este sintiera compasión por él. Pero Edvard ya se sentía mal aunque no había nada que él pusiese hacer para salvarlo sin tener que arriesgarse a que un grupo de caníbales estuvieran en su contra.

Entre CaníbalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora