Golpes

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Eran las 8:00 pm y el teléfono de la casa de Edvard sonaba con un ruido estrepitoso, el joven se hallaba en el baño alistándose para recoger a su hermano Roger junto con Irselia. Habían quedado en seguir al padre de este apenas saliera del trabajo y observar si hacía algo fuera de lo común, luego él e Irselia irían a la fiesta más o menos a las doce de la noche y dejarían a Roger en la casa de una amiga.

Edvard salió del baño, giró por el umbral que daba a la cocina y sala, y cogió el teléfono que no dejaba de sonar.

― ¿Hola? ―dijo el joven mientras miraba la hora en el reloj de mano.

―Hola Edvard ―al otro lado de la línea se escuchaba la temblorosa voz de su hermano―. ¿Ya vienes?

―Ya entre poco salgo, ¿pasa algo?

―No... solo quería recordarte que mi padre sale en unos minutos del trabajo ―Roger se escuchaba tembloroso y Edvard supuso que por el miedo que le tenía a su padre y el riesgo que tomarían esa noche.

Cuando Edvard salió de su casa Irselia ya estaba esperándolo dentro del auto.

― ¿Qué hay? ―dijo este al subir al asiento del copiloto sin mirarla a la cara.

― ¿Eso es lo único que se te ocurre decirme luego de la noche que pasamos el otro día? ―le reclamó ella, Edvard se había colorado mientras bajaba la cabeza para que ella no lo notara.

El joven había estado ignorándola esos días atrás pues se sentía apenado por lo que había hecho con ella esa noche que se quedó en su casa. A la mañana del día siguiente se había levantado primero que ella y la dejó dormida en el sofá sin que se diera cuenta que se había marchado. Luego en su casa llamó a un viejo amigo del colegio para que le vendiera éxtasis, y así estuvo por tres días, drogado para librarse de los pensamientos de arrepentimiento y de culpa por haber tenido sexo con una chica caníbal y el riesgo que eso podría suponer para su futuro.

Le explicó que estuvo ocupado estudiando cada paso que harían por si el padre de este hacía algo extraño esa noche o por si llegaba a descubrirlos. Esta no le creyó y quedaron en silencio cuando se adentraron a la calle en la que les había dicho Roger.

La calle tenía pocas casas a ambos lados, todas eran de buen tamaño y estaban bien cuidadas.

― ¿Cuál es la casa? ―preguntó Irselia mientras conducía el auto despacio y miraba a ambos lados

―Roger dijo que la del portón blanco a la izquierda.

―Pues debe ser esa ―la chica señaló con el dedo una gran casa oscura de dos pisos con un portón de ladrillos blancos que resaltaba gracias a la oscuridad de la casa.

Irselia estacionó el auto lejos de esta y Edvard se bajó a buscar al chico.

No había nadie en la calle, Edvard se escabulló entre unos arbustos donde no llegaba la luz de las lámparas y llegó a la casa de Roger, pero este no se encontraba afuera y parecía que nadie estaba en casa pues todas las luces estaban apagadas, tanto las de afuera como las de adentro.

― ¿A quién buscas? ―resonó una voz grave y varonil dentro del terreno, pero Edvard no vio quien era su emisor.

― ¿Quién anda ahí? ―cuestionó Edvard como si él fuera el dueño de la casa.

De repente todo quedó en silencio, las lámparas de afuera parpadearon y luego quedaron encendidas, el portón hizo un pequeño estruendo y comenzó a abrirse hacia la derecha. Edvard comenzó a retroceder y de pronto salió un hombre alto y rubio, de mandíbula cuadrada recién afeitada; le daba vueltas a un bate de béisbol de aluminio con la mano derecha y luego se detuvo frente a Edvard y le dedicó una sonrisa siniestra.

― ¿Cómo estás, hijo? ―Edvard estaba paralizado y lleno de desconcierto, no lo pensó más de dos veces y se lanzó encima de Adolf Hedlund a darle de golpes.

Luego todo pasó muy rápido, solo logró golpear al tipo un par de veces en la cara y luego este estaba encima de él estrellando su cabeza con el asfalto de la calle, luego se levantó y con el bate comenzó a golpear las piernas, costillas y el estómago de Edvard. De pronto todo lo veía borroso mientras lo seguían golpeando, pero logró distinguir la silueta de Irselia que se aproximaba con una pala en la mano al lugar de la paliza.

Y en un momento Edvard ya no sentía golpes, pensó que se había acostumbrado, pero no, el tipo ya no lo golpeaba; de hecho, el tipo estaba tirado al lado de él e Irselia estaba parada lamiendo un líquido rojo que tomaba del filo de la pala con los dedos.

―Tu padre sabe delicioso ―dijo mirando hacia arriba, pensativa.

Entre CaníbalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora