La Katana

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Con el pasar de las horas comenzó a nevar en el bosque. Las chicas habían sido consumidas por el cansancio y el frío se adentraba a sus huesos, muchas ya se negaban a seguir caminando y Fiona se había quedado dormida en los hombros del señor Oliver. Al parecer ya le habían perdido el rastro a los perseguidores, pero aun así el señor Oliver no encendió la linterna que traía en su mochila de provisiones. Melissa al igual que todos tenía sueño, frío y hambre; pero lo que la mantenía despierta era el miedo profundo a ser atrapada y asesinada de una forma tan brutal como había apreciado hace un par de horas.

Todos caminaban a paso lento pues no encontraban al grupo de chicos que supuestamente habían escapado al bosque. Melissa sin saber porqué perdió totalmente las esperanzas de encontrar a alguien y se desplomó en la raíz fría de un pino a llorar descontroladamente. Sentía un nudo agudo en la garganta que bajaba hacia su estómago provocando una sensación amarga y dolorosa en su ser, las lagrimas que bajaban por sus mejillas pálidas aliviaban un poco esa amargura, aunque el dolor seguía allí; el dolor de una pequeña que ha visto tanta sangre, sufrimiento y muertes en una sola noche, esa clase de dolor que se nos hace imposible pensar que una niña de tan solo trece años pueda aguantar. La pequeña Marlene se acercó hacia donde estaba Melissa y la abrazó también con lagrimas en los ojos.

El señor Oliver ni ninguna de las otras chicas fue capaz de interrumpir ese momento, y guardaron silencio, respetando su propio dolor y el dolor de aquellas dos criaturas que lloraban abrazadas como hermanas consumidas por la nevada nocturna.

El rompimiento de una rama sonó a través del silencio y el abrazo que Melissa le daba a su compañera fue interrumpido inmediatamente. Hilda y Eva gritaron y corrieron en direcciones distintas, el señor Oliver bajò a Fiona de su espalda y sujetó fuertemente su katana robada hacia una mujer gorda y robusta quien le apuntaba con un arco a Valerie.

―Suelta eso, imbécil ―pronunció la mujer grotescamente―. O verás como esta flecha traspasa el cráneo de esta jovencita.

El señor Oliver impotente por la situación bajò la katana y la dejó en el suelo. A sus espaldas se escucharon más pasos, entonces Hilda y Eva aparecieron llorando mientras un largo machete amenazaba sus cuellos. Un tipo de no más de veinte años, de cabello negro sujetaba el arma por el frente de las niñas y las acorralaba con su cuerpo. Melissa muerta de terror tomó la mano de Marlene y juntas se quedaron sentadas en la raíz del árbol a ver qué sucedía.

―Por favor no nos hagan nada ―suplicó el señor Oliver arrodillándose en el frío suelo―. Tengo esposa y tengo dos hijos que me esperan, por favor solo déjennos ir.

Melissa veía como el hombre rompía en llanto y como la mujer del arco lo veía como un insecto.

―La verdad tú no nos importas ―dijo la mujer con desprecio―, tu carne no es tan valiosa como la de estas criaturas ―se acercó a Valerie y le rosó una flecha en la cara―. ¿A que no?

― ¿Mi carne? No... no entiendo ―el señor Oliver se volvió hacia la mujer.

El hombre pelinegro se paró al lado de este aún con el arma afilada en el cuello de las niñas que temblaban entre llantos.

―Te explicaremos mejor en el camino ―el tipo suspiró y giró su cabeza hacia el señor Oliver―. Por el momento confórmate con saber que somos caníbales y queremos a los niños para nuestro consumo, nada personal realmente.

Melissa quien todavía estaba al lado de Marlene quedó aterrorizada al imaginarse como esos asesinos se la devorarían a ella y a sus compañeras.

― ¿Ca-caníbales? ―decía desorbitadamente el señor Oliver―. Por el amor a Dios no les hagan nada ¡Son niños!

―Y porque son niños es que los queremos ―dijo el hombre y luego se dirigió a su acompañante―. ¿Acaso no entiende?

―Es estúpido, Chris ―escupió la mujer―. Y ya no le prestes atención y ayúdame con las demás niñas porque bien sabes cómo se pone la jefa cuando llegamos tarde.

El señor Oliver seguía aterrorizado, movía la cabeza de un lado a otro y se frotaba los ojos. El hombre llamado Chris lo dejó solo con Fiona y ataba las muñecas de Hilda mientras la mujer se aproximaba donde Melissa. La desconocida sujetó muy fuerte a Marlene y le hacía nudos en sus pequeños brazos con una soga.

Melissa se quedó totalmente quieta mientras ataban a su amiga, lanzó rápidamente una mirada hacia donde estaba Valerie completamente sola, esta captó la mirada de la menor y le lanzó otra al señor Oliver quien perdido en sus pensamientos no logró ver lo que trataban de decirle las chicas con sus miradas. Melissa vio la katana al lado de la pequeña Fiona, la mujer a su lado todavía hacia nudos a los brazos de Marlene y el hombre, Chris ya había atado a Hilda y en ese momento estaba con Eva.

Valerie, mirando a Melissa hizo un conteo silencioso hasta tres y rápidamente tomó una rama gruesa que por fortuna se encontraba a su lado y golpeó a Chris dos veces en la cabeza aturdiéndolo por completo. Inmediatamente Melissa se abalanzó sobre la mujer y enterró sus dientes en la nuca grasosa, pero la intrusa fue más ágil y de un solo manotón se la quitó de encima estrellándola contra el tronco del pino más cercano.

Melissa sintió un fuerte dolor en su costado derecho, la mujer parecía un toro furioso, se sobaba la nuca con una mano y con la otra sacaba un mazo de su mochila. La mujer se paró frente a Melissa, soltando maldiciones y amenazas asquerosas contra la niña.

―Tus sesos se los echaré a mis perros maldita mugrienta ―soltó la mujer, alzando el mazo con ambas manos.

Melissa con lágrimas en el rostro, cerró los ojos y esperó su muerte, pero esta no llegó y al abrirlos después de unos segundos se encontró a la mujer tirada en el suelo, desorientada y cargada de horror; sus brazos estaban lejos de ella, amputados finamente por debajo de los codos, de sus muñones se desbordaba tanta sangre como en una cascada, y el autor de aquel brutal acto era el señor Oliver, parado con una katana manchada de rojo en sus brazos, palideciendo por la cara de la mujer y por la cantidad de sangre que salía de sus muñones.

Chris se encontraba aturdido en el suelo, Valerie desataba las manos de Hilda y Marlene, Eva ya estaba libre de la soga y cargaba en la cadera a Fiona.

El señor Oliver se aproximo a Melissa y la ayudó a levantarse.

― ¿Puedes correr? ―preguntó el hombre desesperado por la sangre a su alrededor.

―No creo ―respondió la niña con voz aguda―. Me duele mucho aquí ―señaló su costilla derecha y el señor Oliver resopló.

―Te llevaré cargada ―dijo él y tumbó su katana para subir a la niña a su espalda―. Valerie, carga a Fiona ―ordenó el señor Oliver a la chica ya que era la mayor de todas―. Y ustedes tres no se despeguen del grupo por nada del mundo.

Las niñas asintieron aun temblorosas y el grupo emprendió la marcha con paso rápido, dejando a Chris aturdido y a la mujer desangrándose y gritando por una piedad que nunca llegaría.

― ¿A dónde iremos? ―preguntó Melissa mientras avanzaban por el bosque.

―Cuando salgamos del bosque iremos a la estación policial ―respondió agitado el señor―. Pero eso es cuando salgamos, todavía nos queda mucho por recorrer.

―Yo tengo frío ―se quejaba Hilda.

―Pues aguanta un poco más, pequeña ―dijo el señor Oliver―. Da gracias a Dios que nos libramos de esas personas.

El crujir de una hoja seca sonó a la izquierda del grupo que avanzaba, todos se giraron y se encontraron con cinco personas cargadas en armas. Cuatro le resultaron desconocidos a Melissa, pero reconoció un rostro en específico.

Edvard Hedlund con su larga cabellera rubia y grasienta, los miraba severamente y les apuntaba con un arco y a su espalda colgaba un carcaj con flechas usadas.

― ¿De quien se libraron? ―preguntó el ex enfermero del orfanato.

Entre CaníbalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora