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Shoto levantó la vista pensativamente hacia el cielo tras el vidrio algo ensuciado de la ventana. Terminada su respuesta a la agencia con la que haría su primera pasantía, revisó la totalidad del texto del correo electrónico en busca de algún error que pudiese suscitar una mala primera impresión. Lo escrutó con la más ansiosa de las atenciones, leyendo una y otra vez cada palabra tecleada. No fue capaz de detectar errata alguna y la redacción era perfecta; sin embargo, las frases que tanto le había costado construir, a las que su temor se había opuesto tan firmemente, obligando a Shoto a enzarzarse en una encarnizada batalla contra sus nervios, le parecían ahora demasiado artificiosas y ensayadas. Aquel mejunje de corteses fórmulas no iba a impresionar a nadie. Reescribió algunas de ellas, solo para obtener, angustiado, un resultado similar.

El resto de sus congéneres aspirantes a héroe ya habían respondido a las invitaciones que las agencias de todo el país habían enviado tras el Festival Deportivo. Shoto había recibido más propuestas que nadie. Después de su magnífica exhibición de poder, casi todo el interés recaía sobre él, robándole a Katsuki Bakugo, verdadero ganador del evento, parte del protagonismo que naturalmente le habría correspondido. Jugaba a su favor la genética; a ninguno de aquellos pretendientes a mentor le había pasado por alto que era hijo del ostentador del segundo puesto en el ranking nacional de héroes. Su padre mismo estaría esperando recibir aquel correo protocolario – era la escuela la que se había encargado de comunicar las decisiones de sus alumnos, pero siempre era de buena educación dirigir unas palabras amables al futuro mentor – en el que agradecía su interés y aceptaba encantado su solicitud. Nunca habría podido imaginarse que sus formales agradecimientos y su rígida afirmativa iban destinados a otra persona, a alguien que no le era en realidad desconocido.

Shoto decidió no pensarlo durante más tiempo – temía echarse atrás en su propósito si prolongaba el momento del envío – y permitir que Hawks se burlase, sentado en su despacho, del tono afectado de su redacción. Estaba anormalmente nervioso. Una ansiedad desconocida para él parecía arañar sus nervios, haciendo que mil desenlaces se presentaran en su mente. Su traicionera imaginación le mostraba la risa del héroe ante tan rimbombante discurso, o le planteaba la posibilidad de recibir una rotunda negativa de vuelta a nombre de Hawks. Si trataba de argumentar que era él quien le había solicitado para su agencia, su histeria parecía calmarse levemente, hasta que un pensamiento volvía a proponer la idea de que todavía podía rechazar acogerle como interno. Su dedo permaneció inmóvil sobre el ratón hasta que, moviéndolo fugazmente e impidiendo que sus reflexiones le frenasen, por fin envió las primeras palabras que su nuevo maestro recibiría de él. Se arrepintió inmediatamente de haberlo hecho; las dudas siguieron agolpándose en su cabeza después de haberse apartado de la pantalla del ordenador. Diez minutos después, estaba actualizando la página; no había recibido nada. Era natural. La mejor opción sería apartarse del ordenador y dirigir sus pensamientos en otra dirección por el momento.

Trató de concentrarse en el estudio, pero sus preocupaciones apenas le permitían terminar de leer un párrafo antes de recordarle que debía enfrentarse a su padre tarde o temprano. Era una batalla previsible, una guerra civil que siempre había estado destinada a ocurrir, pero que, viéndola tan cerca, hacía que quisiera huir y evitar las molestias que aquello supondría. Shoto no estaba dispuesto a correr de vuelta a la agencia de Endeavor y sufrir en silencio la humillación del perdedor; por mucho que lo aborreciera, le comunicaría aquella misma tarde que no tenía intención de desperdiciar sus prácticas con él. Además, era poco conveniente para su imagen pública. No quería ser el hijo predilecto ni el triste afortunado, y estaba condenado a convertirse en el eterno niño malcriado si no actuaba por sí mismo.

Inundado por esta determinación, Shoto salió de su cuarto, cerrando la puerta, y se reunió con sus hermanos en el salón. Fuyumi le recibió con una sonrisa y le invitó a sentarse.

- ¿Ya has hablado con papá sobre las prácticas? Esta muy entusiasmado con el tema. – preguntó.

- Todavía no. No iré a su agencia.

- Shoto, ¿qué quieres decir con que no?

- No iré, no quiero ir.

Fuyumi miró a Natsuo, desconcertada. Este solo sonreía triunfalmente, como si hubiera logrado algún objetivo secreto.

- ¿Tú lo has pensado bien? – insistió Fuyumi.

- No quiero ir.

Ella se ajustó las gafas. Los arranques de infantilidad de su hermano, su pueril manera de cruzar los brazos y el gesto negativo con la cabeza la preocupaban; Shoto había optado por un camino difícil– ignorar a su padre sin ninguna vergüenza ni intención de disimular el prominente rechazo –, decisión que conllevaría una nueva pelea en cuestión de horas y terminaría por desatar la rabia de la única figura cuya cólera se temía en aquella morada.

Intacto | ShotoHawks |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora