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Shoto no quería tener más motivos para arrepentirse en aquel agridulce lunes. En cuanto Hawks alzó el vuelo – antes, incluso, pues estaba preparado – Shoto adelantó su pierna derecha y, olvidando cualquier sentimiento de camaradería que pudiera tener hacia Tokoyami, fue impulsado hacia delante por el poder de su parte helada, sin esperar a su compañero.

Se deslizaba por las calles con pasmosa facilidad sobre aquella improvisada pista de hielo. Con su pie izquierdo, mientras avanzaba, emitía calor, que fundía la fina placa transparente a su paso, de modo que el único rastro que le sucedía era un hilillo de agua sobre la acera. No era suficiente para alcanzar la velocidad de Hawks, célebre entre los héroes, pero suponía una mejora respecto a la estúpida e inútil carrera matutina que ahora trataba de olvidar él mismo y de hacerle olvidar a su mentor. El motor de su ánimo era el pensamiento de que podría ganarse un halago – una simple palabra, ¡no pedía más que eso! – de parte de Hawks. Su objetivo aparecía tan claro por una razón; aquella noche, moría por escuchar la cálida voz del héroe hablándole en su duermevela. A pesar de que era perfectamente capaz, sin haber recibido ninguna loa, de imaginar la voz de Hawks, de hacer que apareciese en la oscuridad, que bajase desde el Cielo mismo, a través del techo, hasta posarse a su lado en la cama, a pesar de todo esto, Shoto deseaba tener el recuerdo real de la alabanza, con el que se deleitaría en el silencio de la noche.

No podía pensar en todos esos placeres mientras perseguía a Hawks por la ciudad, pues el bochorno que le habría producido habría sido insoportable y muy distractor. Era una fantasía sobre la que solo podía cogitar cuando la luz del día no amenazara con revelarla al resto de la humanidad. Solo en la oscuridad más solitaria podía olvidarse el decoro y el recato, y disfrutar de aquel bellísimo prejuicio que haría del tacto de la piel de Hawks, de su voz más dulce, de sus ojos dorados llenos de adoración y deseo. Shoto no podía saber cómo se mostraban en realidad, pero no dudaría en amoldarlos a su sueño de amor.

Ajeno al prendamiento instantáneo – casi podría decirse que a primera vista – de su interno, Hawks, que no tenía necesidad de prestar especial atención a su vuelo – las horas de servicio habían hecho que surcar el cielo fuese para él tan natural como caminar – quería pensar que las ráfagas de aire habían logrado enfriar sus sentimientos. Hallaba ahora que el corazón que siempre había estado sellado había querido rebelarse contra su carcelero y gozar de su libertad después de veintidós años de cautiverio. Había sido una revuelta tan furiosa que Keigo había estado a punto de ceder. Parecía haber retomado el control de sus emociones por fin. Todo lo que había pensado acerca de Shoto no era más que el fruto de una ilusión desmedida por haber encontrado – o haber creído encontrar – algo hermoso, un oasis de ternura en su existencia desértica.

No podía permitirse seguir pensando de este modo. Rápidamente resolvió que era imprescindible alejar a Shoto de él. Y se esforzaba por volar aún más rápido, para que Shoto no le alcanzase, como si aquella tarde de trabajo tuviera algo que ver con su locura.

Ni siquiera podía ver ya a Tokoyami desde donde estaba. Más tarde supo que había renunciado y había estado ayudando con las labores de traslado de los detenidos a comisaría.





Regresaron a la agencia con la luz vaga del atardecer que muere para transformarse en noche. Tokoyami, que se había dedicado al final de la tarde a otros menesteres, tardó en aparecer un poco más de lo que Hawks había anticipado.

Sabía que no era conveniente dirigirle la palabra a Shoto, pero este le miraba de vez en cuando, con timidez, como si esperara oír alguna crítica. Hawks, naturalmente, enseguida identificó este comportamiento como el de un estudiante que, sin intenciones ocultas - ¡ingenuo de él, que no creía a aquella bonita cabeza capaz de pensar nada impuro! -, busca la aprobación de su mentor. Esto le animó, en un momento de sensibilidad, a tratar de ser un buen maestro para él. Era cierto que su velocidad había aumentado y que había incluso logrado llegar a una de las escenas de delito cuando Keigo todavía no había terminado de ocuparse de los criminales.

- Shoto – le ofreció una sonrisa mientras lo decía -, buen trabajo.

Entonces sí, vio como los ojos, tan distintos y dulces, de Shoto se iluminaban con una ilusión suprema. De no haber sido su conducta tan peculiar y reservada, Hawks estaba seguro de que habría sonreído como un niño, de oreja a oreja, y habría realizado algún gesto de emoción incontenible. Se limitó, por ser su carácter del modo que era, en mirar al suelo con vergüenza y profundo agradecimiento.

- Gracias. – fue su única respuesta.

Tokoyami se unió a ellos entonces. Hawks le recibió con palabras despreocupadas que le resultaron odiosas al oído. Los tres entraron a la agencia, donde la actividad empezaba a calmarse lentamente, y su jefe volvió a retirarse, disculpándose por no poder compartir con ellos su primera cena allí. Les dio las buenas noches y se marchó a atender asuntos todavía pendientes – aquellos que precisamente no había podido completar por culpa de Shoto, que seguía siendo desconocedor de la crisis que había provocado.

Shoto y Tokoyami cenaron en silencio. El segundo no tenía gana alguna de comentar aquel primer día desastroso con su camarada, quien comía en victorioso y satisfecho silencio, habiendo obtenido al final de la tarde lo que había ansiado. Ya apenas recordaba la vergüenza de la mañana, pues su cabeza estaba llena con la voz de Hawks. No habría escuchado a Tokoyami aunque este hubiera tratado de hablar con él.

Se despidieron correctamente al llegar a la zona residencial del edificio y cada uno se dirigió hacia su habitación, donde a uno le esperaba el recuerdo amargo de la frustración y al otro, el calor de la alegría de una juventud que comienza a enamorarse por primera vez.

Intacto | ShotoHawks |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora