Capítulo 11

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Quería despejar su mente de toda cosa relacionada con el ejército. La decisión la tomó después de recordar a sus ya fallecidos progenitores. Se había cumplido lo que alguna vez ella había deseado pero la forma en que lo hicieron no era la mejor ni la esperada. Pensaba que se morirían de viejos y no como –probablemente – lo hicieron: aplastados por una gran roca o tal vez presa de alguna explosión cercana.

La castaña de ojos azules seguía discutiendo en su mente el porqué se sentía tan mal, si ellos nunca fueron buenos con ella, sólo en ocasiones especiales como su cumpleaños eran relativamente menos bruscos, a veces hasta le regalaban ropa nueva, que año con año debía de cambiar y claro, siempre debía ingeniársela para evitar morir de frío en esos helados inviernos que si no fuera por le leña de la cocina probablemente ya no tendría un par de dedos.

Aquella habitación estaba en total silencio, sólo ella y sus pensamientos. Aún acostada sobre su cama y mirando al techo dirigió sus dedos hacia aquel collar que siempre llevaba consigo, ese que representaba tantas cosas de su pasado, momentos y personas. De ese largo y plateado collar colgaban 3 cosas; un pedazo de tela – más bien piel- de una pelota de baseball, un pequeño engranaje de un reloj de bolsillo y una llave. De esas 3 cosas 2 ahora se le habían escapado y no sabía si tenía sentido seguirlas colgando de su pecho.

Cerró los ojos y mientras daba un suspiro sintió la textura de cada una de ellas, una suave y las demás eran duras y eran un poco más frías que las yemas de sus dedos. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que parecía un chiste o una mala broma del destino.

Su mente le decía que debía llorar y gritar, escapar de todo esto que se le presentaba pero había algo que la detenía, no sabía el qué y realmente no era el momento para descubrirlo. Negó con la cabeza y abrió sus ojos celestes. Sus pupilas se dilataron y después se contrajeron para acostumbrarse a la luz que entraba por la ventana que tenía detrás de la cabecera. >>Levántate, que no tienes tiempo<< se dijo a sí misma. Lentamente y con cuidado de no apoyarse demasiado con el brazo herido que seguía vendado en su mayoría se sentó en la cama para finalmente ponerse de pie. Volvió a dar un gran suspiro, ya estaba más calmada que antes de llegar a aquella habitación.

Sus pies caminaron en dirección a la puerta que hacía que el interior se mantuviera más cómodo y callado, como a ella le gustaba. Abrió la puerta sin apartar su mirada de su mano que sostenía la perilla. Cuando la puerta se abrió dejó paso a poder ver lo que había detrás de ella y para su sorpresa no vio un largo pasillo sino una larga cabellera negra que enseguida reconoció. >>Pieck<<

Levantó ligeramente las cejas y su boca formó una "o". Miró hacia aquellos ojos obscuros y no supo qué decir. Seguía algo molesta con ella pero ya no tenía ni ganas ni fuerzas para gritarle o dejarle en claro su sentir así que simplemente bajó su mirada junto con su cabeza y mencionó una sola palabra.

-Permiso- su tono salió más arisco de lo que pretendía.

Por su parte la pelinegra se hizo a un lado para dejar pasar a su compañera de cuarto. La actitud de la castaña le recordó a los primero días del entrenamiento donde la pequeña niña –que ahora la sobrepasaba- no hablaba a menos que se lo pidieran los superiores, siempre parecía tenerles miedo >> ¿y quién no lo haría? << pero en específico la castaña parecía que en cualquier momento estaba esperando recibir un golpe o una reprimenda. Pero eso era antes, conforme iba pasando el tiempo la castaña cada vez parecía tener menos miedo y hasta les hablaba más hasta convertirse lo que hoy conocían. No quería molestarla de más, sabía que estaba molesta con ella y con sus demás compañeros. Ciertamente lo entendía, ser la portadora de noticias como "tu mejor amigo es un traidor, esa persona que pensabas conocer bien decidió dejarnos atrás e irse con el enemigo" no era nada agradable, pero era la verdad de lo que pudo ver, incluso ella no podía creerlo cuando se dio cuenta de aquella traición.

Unsere Pflicht  | Reiner BraunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora