Capítulo Dos - Una Nueva Vida

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Paso un mes.
Aquel día llegó. El momento de un matrimonio que me daría lo necesario para estar protegida de Ambrose.
Dante llevaba días cerciorándose que nada saliese mal. Y con esto me refería a que también estaba poniendo guardaespaldas por toda la mansión para ese día importante.
Ambos acordamos que nos casaríamos por lo civil. Pero no hablamos del divorcio. Pero habló de bienes gananciales.
La noche anterior; mi futuro marido me dijo que tenía un regalo de bodas. Y ya sabía cuál era. Una noche de dominación que nunca faltaba.
Él durmió la pasaba noche en otra habitación.
Laia dio una orden de dormir separados esa noche y Dante la obedeció. Así que me dejó a solas en su cuarto.
Estaba un poco nerviosa. La boda civil era a la una del mediodía. Pero a pesar de eso, no lograba pensar que todo aquello era para protegerme del hombre que destruyó mi pasado.
Piero vino sobre las once de la mañana a la mansión. Sabía que todo esto era más de lo que pensé. Y que esta boda era porque mi pasado había regresado.
Diez minutos antes de bajar al jardín, me miré al espejo con aquel vestido de novia de color blanco pegado al cuerpo y un peinado de ondas. Y estaba dándome cuenta de que mi vida está a punto de dar un giro de noventa grados.
―Arrancaría ese vestido ahora mismo ―escuché.
―¿Qué haces aquí? Si Laia te ve, te mata.
―Nadie va a impedir que vea a mi futura esposa.
―Pues da mala suerte.
―Tendrás tu castigo después de que se vayan mis padres y mi hermana. Y esta velada no será muy larga, créeme.
Vino hasta a mí.
Dante me giró en breve y comenzó a levantar el vestido. Y en segundos, comenzó a tocar mi clítoris.
Gemí. No sé como lograba encender la chispa de la pasión que sentía por él.
―Te veo en un momento ―dijo mientras paraba de tocarme.
Asentí exhausta.
Dante se marchó con una sonrisa en la cara.
Respiré profundamente y en minutos caminé para marcharme de la habitación.
En breve, estuve en el jardín.
Caminé con paso firme hasta donde estaba Dante y los jueces en una mesa casi junto a la piscina de la mansión. Pensé en que mis padres hubieran querido estar en estos momentos tan importantes de mi vida. Aunque fuera un matrimonio para salvarme.
Tras un juramento de amor, nos declararon unidos en matrimonio y firmamos el acta que nos quedaba casado; Dante me besó intensamente.
Después de comer con sus padres y Laia, él me sacó una hermosa pieza de la música que escogimos para pasar ese día.
Y mientras que bailaba, miré felices a los padres de Dante.
―¿Qué ocurre Violeta? ―me preguntó mi flamante esposo.
―Pensaba en mis padres. En que estarían así de felices como lo están los tuyos en un día como hoy.
―Y estarán felices donde quieran que estén, señora Lombardi.
―Dante, quiero conservar mi apellido de soltera.
―Ni hablar. Eso lo hablamos hace unos días y no hay nada más que hablar.
―Ya sabes lo que opino.
―A mí me da igual. Ahora eres mi esposa y por lo tanto, llevarás mi apellido.
Pero no le dije nada.
Dante se acercó a mis oídos y me susurro:
―Cuando se vayan mis padres, me adelantaré a la mazmorra. Te quiero allí cinco minutos después y desnuda.
―Sí, señor.
―Le has dado tu regalo a tu esposa ―dijo Laia de pronto.
―Cierto. Lo olvidaba ―dijo―. Grazie sorella.
Laia le dio una carpeta y él me la entregó a mí.
―¿Qué es esto? ―pregunté.
Abrí el documento y Dante me respondió:
―Contacte con mi abogada para reclamar la herencia de tus padres y he conseguido que el abogado de tus padres te devuelva ese dinero que te robó. Y si no lo hace en dos meses, tiene derecho de indemnizarte por ello.
―Dante no lo quiero.
―¿Por qué? ―preguntó Laia.
―Porque en la vida que tuve tras morir mis padres, aprendí que el dinero no es todo y no da la felicidad. Por eso no quería casarme por bienes gananciales, Dante.
―Ya es tarde para eso.
Pero no le dije nada.
Laia volvió junto a sus padres y continuamos bailando.

Los padres de Dante y su hermana, se marcharon ya oscurecido.
Mi esposo se marchó como dijo y en breve, lo hice yo.
Llegué a la mazmorra cinco minutos más tarde y comencé a quitarme el vestido y la lencería que me había puesto.
En breve, me puse de rodillas y esperé a Dante.
Varios minutos después, la luz desapareció de mis ojos. Supe que Dante me los estaba vendando.
Él me ayudó a ponerme en pie y en segundos, me dijo:
―Quédate aquí. Quiero que te dejes llevar como haces siempre.
―Sí, señor.
―Buena chica.
No sentí el olor del perfume de Dante. Pero si escuché la puerta del armario.
El ruido de unos grilletes, resonó en la habitación.
En breve, sentí el frío del metal sobre mis muñecas.
Cuando tuve los grilletes sobre ellas, mi esposo me puso de nuevo de rodillas y noté su entrepierna en mi cara.
La cremallera de su pantalón resonó de pronto y arrimándola más a mí, me volvió a decir:
―Chúpala.
Dante me entró su polla en la boca y comencé a moverme para hacer lo que me pidió.
Él me cogió la cabeza y comenzó a moverla rápidamente. Sentí como su erección se hacía más grande.
Pocos segundos después, Dante la sacó y poniéndome de nuevo en pie en breve; me hizo entender que iba a poseerme.
En breve, me tumbó encima de la cama y sintiendo el frío sobre mi espalda; noté como él recorría mi cuerpo hasta llegar a mi sexo.
Y en segundos, ansioso por el deseo; Dante comenzó a lamer mi clítoris.
Comencé a gemir cuando noté círculos sobre él.
Me pregunté por qué Dante me hacía sentir como lo hacía Román. Y lo sentía cuando ambos estábamos juntos en una misma habitación y mi esposo me poseía tan apasionadamente como lo estaba haciendo.
Un giro inesperado hizo que me quedara en ese gusto momento a mitad de un orgasmo. Pero enseguida noté un dolor en mi sexo que me hizo gemir.
El dolor provenía de mi ano. Eso me hizo gemir. Y las embestidas de Dante en breve, hizo que la pasión aumentara.
―Violeta, voy a correrme en tu trasero. Quiero que tú lo hagas de la misma forma.
En pocos segundos, sentí un ruido. Pero pocos segundos después, comencé a sentir vibraciones en mi clítoris. Y las noté tanto como mis gemidos. Unos gemidos que llegaban al fin del universo.
―Dámelo. Córrete para mí.
Dante aumentó sus embestidas y yo estaba a punto de explotar.
Era evidente que él se había convertido en alguien importante en mi vida. Algo más que una persona que me daba mis orgasmos cuando a él le apetecía. Una persona que hacía que me fundiera en el más profundo deseo.
Ambos llegamos al clímax un poco más tarde.
La erección de Dante creía con cada embestida que daba y notaba que estaba a punto de correrse. Pero en realidad estaba aguantando para que los dos nos fundiésemos en ese éxtasis y ese deseo que nos quedaba sin aliento.
―Voy a correrme ―dijo de nuevo―. Hazlo tú también.
Y él aumentó sus embestidas más rápido, hasta que por pocos segundos; los dos nos corrimos dejando ese deseo atrás.
Dante calló exhausto encima de mi espalda y comenzó a respirar entrecortadamente. Yo no tenía palabras como siempre para describir lo que me hacía sentir sus orgasmos. Pero estaba claro que era algo más de lo que me hizo sentir Román.
Tras descansar y retomar el aliento, Dante se tumbó a mi lado y no dijo nada más, salvo un beso en la frente.
En pocos minutos, volvió a masajear mi clítoris. Mi esposo volvió a poseerme durante lo que parecía que iba a ser una velada muy larga y llena de pasión.

El Purgatorio Dónde Decidí Quedarme (Cicatrices #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora