Capítulo Cinco - La Preocupación Florece

298 34 1
                                    

Desperté a la mañana siguiente. Y lo hacía tan pegada al cuerpo de Dante que pude imaginar que lo de la pasada noche, no fue una dominación de mis sentidos.
Me sentía extraña. Como si estuviera enferma. Pero no le di mucha importancia. Y mucho menos, preocupar a Dante.
Escuché música en algún lugar de la suite. Y parecía ser cubana.
Me levanté de la cama y me puse algo encima del cuerpo.
En segundos, encontré a mi esposo sentado en la terraza con su ordenador portátil. Parecía que estaba asumido en algo importante.
―Pensaba que la luna de miel era para divertirnos y desconectar. No para trabajar, Dante ―le dije.
―Así es. Solo estaba mirando unas cosas.
―Y por lo que veo, la música te relaja. En especial la cubana.
Él asintió.
―¿Qué ocurre Dante? Es por lo que me dijiste de la empresa.
―No. Pero no te preocupes.
―Vale.
Fui hasta a él y le abracé. Pensé que un abrazo le sentaría mejor.
―Hueles bien ―dijo.
Pero no le respondí. Solo le dije:
―Deseas castigarme y poseerme para quitarte lo que te tenga así de preocupado.
―No. Tiene que haber un motivo para castigarte. Y no lo hay. ¡O si lo hay!
No sabía qué hacer, pero tenía que buscar la forma para saber que le estaba pasando.
―Violeta, te lleve a donde te lleve, no estarás nunca a salvo.
―¿Por qué?
―Ambrose ha estado en la mansión de España.
―¡Que!
Eso era lo que le tenía así.
―Mi personal me ha dicho que llevaba cloroformo y cuerdas. Supongo que estaba listo para secuestrarte.
―Pero en Italia estaré segura.
―No lo sé. Y más cuando Ambrose ya ha salido de la cárcel bajo fianza desde hace muchos meses.
Hizo una pausa.
―¡Violeta!
―Dime Dante.
―Va a venir un buen amigo mío que es militar. Va a ponerte un rastreador. Será invisible y no sospechoso. Tampoco te dolerá.
―¡Un rastreador! ¿Cómo si fuera un animal salvaje que se puede escapar?
―Así es. Te lo quitaré cuando todo esto pase y vea que estas a salvo.
Pero no le dije nada. Era su esposa y tenía que adaptarme a su forma de protegerme.
Decidí dejarle solo y marcharme por un rato de la suite para caminar.

Unas horas más tarde, volví a la habitación y Dante estaba reunido con un hombre.
Mi esposo me explicó cuando me lo presento, que era su amigo militar y que estaba allí para ponerme ese dichoso rastreador.
Me senté en una de las sillas del comedor de la suite y el amigo de mi esposo me puso aquella cosa. Pero lo hizo a través de una jeringuilla. Sí que era cierto que no sería nada doloroso y que no sé notaria.
Aquel hombre le dio indicaciones a mi esposo y este vio que el rastreador funcionaba perfectamente si me movía.
En pocos minutos, el amigo de Dante se marchó.
Más tarde, él me sacó a cenar por la ciudad para que olvidara lo que había hecho para protegerme.
Paseando después de la cena, me percaté que el aire fresco le estaba sentando bien a él. Por lo que me alivia.
Al regresar al hotel, ambos decidimos descansar y dejar que la noche pasara como agua por su cauce.

El Purgatorio Dónde Decidí Quedarme (Cicatrices #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora