Capitulo 19

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El olor a medicamentos volvía a recibirla cuando abrió sus ojos, posando su vista sobre aquel yeso que cubría su brazo lesionado por su caída, suspirando de manera vaga para observar a su padre durmiendo a los pies de su camilla, admiro el techo de su habitación, sabiendo de sobra lo que se aproximaria, posando su única mano libre sobre su pecho, aquel que ya no era víctima de tal presión y asfixia que su dueña se provocaba.

Cerro sus ojos por un momento, tratando de visualizar a su madre entrar por aquella puerta y saludarla, cuidar de ella y asistir a cada uno de los próximos chequeos de rutina que se aproximan, consecuencia de su lesión y estadía en el hospital.

¿Por qué? — La voz serena de su padre resonó en la blanca habitación.

— No vi un escalón y me tropecé — Alzó sus hombros, tratando de evadir la verdadera respuesta que su padre le exigía.

— ¿No te gusta tu cuerpo? — No deseaba ver a su hija, no ver aquella sonrisa forzada ni la confusión que ella misma trataba de generarse para evitar el tema que estaba siendo tocado.

Mientras ella sentía un nudo en su garganta, no era eso, era algo más complejo que el simple hecho de odiar una parte, de sentir alguna incomodidad y complejidad cada vez que se observaba en el espejo, si hablaban de partes que llegaría a odiar de su cuerpo, no se detendría en la parte de su pecho.

— No lo odió — Negó ante la respuesta, una que aunque deseará que fuera una mentira para complacer a su padre no era eso, no odiaba su cuerpo, aquel sentimiento se quedaba corto ante el desprecio que sentía por el.

— ¿Ella volvió a meterte sus ideas? — Alzó la mirada para poder observar a la menor de su familia, sonriendo como siempre, ¿Cómo podía mantener aquello en sus labios?

¿Quién es ella? — Trató de reír, animarse a ella misma pero su pequeña risa se volvió en un sollozo, un doloroso y silencioso sollozo que llegó a los oídos de su padre.

Y aquello estalló, levantándose de su asiento, saliendo de la habitación para poder llamar a la abuela materna de la joven, sabía que el no tendría el tacto correcto para poder averiguar más sobre aquel secreto que acababa de descubrir sobre su hija, no entendía como aquello podría ser provocado por la mujer con la que había elegido pasar sus días, sabía de sobra la vida que había pasado hasta ahora, sabía que los traumas generados en su mente no habían sido elegidos por su voluntad, sabía que pereció de la peor manera posible, pero no veía justificable el hecho de que tratara descargar cada uno de sus problemas contra la joven.

Y después de una corta llamada y algunos minutos de espera la mujer de la tercera edad se encontraba frente a él, sonriendo de manera breve para poder ingresar a la habitación de la menor, mientras que él se dirigía a su hogar para poder establecer una charla de suma importancia con su esposa.

Mi pequeña, ¿Te duele mucho? — Ingreso, dirigiéndose a abrazar a la menor con una gran sonrisa, la que era el ejemplo de la menor a mantener en pie la suya.

— Papá te lo dijo, ¿Verdad? — Alzó la vista al rostro de su abuela, avergonzada de ser descubierta, se suponía que no debía guardar ningún secreto, no ante ella, la única que siempre había estado de su lado.

Te contaré una historia, hace mucho cometí el error de valorar a la hermosa criatura que me otorgo el cielo, en su lugar yo quería un varón, el abuelo y yo solo planeamos nombres para un niño, decoramos el cuarto y la cuna para un pequeño, pero el destino tenía otros planes — Cada palabra salía con un tono melancólico, la joven sobre la cama sabía aquella historia, la cual era la razón principal por la cual aceptaba aquel trato.

Motivos para sonreír (Kei Tsukishima y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora