Alguien me dijo una vez que las cosas buenas se hacen esperar y que llegan cuando las has perseguido y luchado por ellas. A veces cuando más nos desesperamos y más nos derrumbamos solo necesitamos a alguien que esté ahí para levantarnos y que nos distraiga mientras andamos, para que no nos demos cuenta de que las piernas se nos cansan, para que nos centremos en ellos mientras disimuladamente intentan quitar todas las piedras del camino. A veces esa persona tarda en llegar, otras veces es más rápido, a veces no puede estar a tu lado físicamente, otras veces sí; pero si hay una cosa que no va a cambiar nunca es que si de verdad está ahí para ti te va a ayudar a conseguir lo que te propones, a no ser que eso sea el mal camino, entonces te ayudará a que vayas por el correcto.
Muchos dicen que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos, pero hay muchas cosas que lo mejor que puede pasar es perderlas. Sacarlas de nuestra vida, ya sean personas, sucesos, recuerdos, o cualquer otro similar. Hay algunas cosas que solo llegan para hacernos mal y ser un obstáculo, pero por esas cosas aprendemos a esquivarlos, a saltarlos o a rodearlos, siempre evitando caer en si juego. Lo aprendemos si queremos, porque a veces, aún teniendo la ayuda y la lección delante no queremos abrir los ojos. Pero yo quiero abrirlos.
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Mis manos sudan, los nervios están más presentes de lo que creía, estos meses han sido interminables, todos los minutos parecían multiplicarse por cincuenta. Pero por fin ha llegado el momento.
El paisaje se sucede delante de mis ojos tras la ventanilla del taxi, el camino no se va a hacer muy largo. Voy a ver a Albert después de muchos meses y por fin voy a acabar con toda esta farsa. Aprieto en mi puño un anillo que me regaló Calum hace unas semanas, recuerdo que discutimos durante dos horas al teléfono cuando me llegó el paquete. No quería que se gastase tanto dinero en mí, pero al final acabé aceptando. Abro la mano y me lo pongo de nuevo, es un anillo bastante sencillo, pero es precioso e inaceptablemente caro desde mi punto de vista.
El taxi frena y vuelvo al mundo real. Miro hacia fuera y veo el imponente edificio delante de mis narices, saco un par de billetes de mi cartera y pago. Bajo del coche y cierro la puerta con cuidado. Mis pasos se dirigen hacia la entrada y cada vez mi corazón late más deprisa, desearía que Calum pudiese estar conmigo ahora. La sonrisa se hace más grande en mi cara a medida que me voy acercando al despacho de mi abogado, saboreo la victoria lentamente. Le he ganado a mis padres después de tantos años.
Giro el pomo de la puerta y las voces se callan, tomo asiento al lado de mi abogado y en frente de Albert. Mi sonrisa se ha borrado y la de él ha aparecido, los otros dos hombres empiezan con su charla que acaba siendo un bla bla bla de fondo para mí. Vuelvo a la realidad cuando me tienden un bolígrafo y siento las pulsaciones en mis oídos a medida que trazo mi firma, cuando levanto la punta metálica del papel todo se para. Una mano gira los papeles hacia el otro lado y mi odioso marido firma.
Ahora es mi ex marido. El tiempo vuelve a correr con normalidad y tras unas pocas palabras más esos dos desaparecen de mi campo de visión. Lo celebro interiormente y no tardo mucho en estar de vuelta para llamar a Calum y acabar a gritos de felicidad. Incluso me hace conectar Skype para brindar, a veces tiene unas ideas un poco fuera de lo usual. Y tras un par de horas delante de la pantalla él tiene que irse y yo decido quedar con Mihaella para celebrarlo como debe ser.
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Nuestros tacones resuenan en la acera al bajar de su coche. No era muy impredecible saber que volveríamos al bar de la Calle 64. El alcohol empieza a circular una vez llegamos a la barra, la última vez que me emborraché acabé acostándome con Calum, una pena que no esté en el país. Pero esta noche solo quiero celebrar que soy libre de nuevo, los chupitos empiezan a hacer efecto cuando voy por el tercero o el cuarto. Estoy eufórica, solo espero no hacer ninguna tontería, tengo que controlarme. Una borracha que se controla, sí, ya.
Mihaella no tarda mucho en perderse entre la multitud y yo espanto a los pocos que se me acercan mientras sigo bebiendo. Puede que esté sola pero me lo estoy pasando en grande, o quizá sea solo el saber que ya estoy divorciada.
Termino volviendo a casa sola en un taxi porque sé que si tengo que esperarla a ella puede que se haga de día y yo siga entre vaso y vaso.
Tras varios intentos, consigo meter la llave en la cerradura y entro. Sacudo mis pies para sacarme los zapatos y luego arrastro mis pies por el suelo hasta llegar a la habitación y tirarme en la cama. Una risa tonta se me escapa al recordar que Calum me dijo que no volviese a ir a su casa.
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64th Street [c.h.]
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