Sigo tirada en el suelo mirando al techo, no me he levantado de él desde que Calum se dio por vencedor de la guerra de cosquillas... y de eso hace ya casi una hora.
Mi móvil lleva sonando diez minutos, han llamado al menos quince veces, pero no quiero levantarme, eso significaría volver a la realidad y aún sigo enfrascada en todo lo que ha pasado hoy. El día se me ha pasado lleno de emociones.
Miro por la ventana, sigue lloviendo pero al menos ya no tan fuerte. Las farolas ya están encendidas en la calle y la noche es muy cerrada. Miro mi reloj y me doy cuenta de que ya casi va a ser la una de la madrugada, podría haber usado la excusa de que era tarde para que Cal se quedara. Un gran fallo por mi parte no darme cuenta de ese detalle antes.
El teléfono suena de nuevo, así que decido levantarme de una vez por todas y lo busco guiándome por el sonido. Under de Alex Hepburn ya casi llega al segundo estribillo cuando alcanzo a contestar. La voz de mi abogado se hace presente al otro lado y lo primero que hace es darme un sermón por no atender la llamada, me disculpo con un "estaba dormida" y luego me cuenta todos los detalles sobre dónde y a qué hora va a tener lugar la reunión para el divorcio y todo lo que esto acarrea consigo.
Cuando cuelga tengo demasiada informaión innecesaria en mi cerebro y me quedo con que el miércoles a las once y media de la mañana tengo que presentarme en su oficina.
Me hago un descafeinado y me lo tomo mientras la inmensa alegría de que por fin me voy a librar del cabrón de mi marido se extiende por todo mi ser.
Una vez en mi habitación, me acuesto bajo las sábanas de mi nueva cama y dejo que el olor a pintura lo inunde todo y traiga consigo las risas de esta tarde.
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Unos golpes en la puerta hacen que despierte sobresaltada. Alargo mi mano y toco la madera fría de la mesilla de noche hasta encontrar mi móvil. Pulso un botón y se enciende en la pantalla de bloqueo. Son las ocho y veinte de la mañana, ¿a quién se le ocurre aporrear la puerta de un apartamento privado de esa forma a estas horas?
Me levanto apresurada. Saco unos vaqueros del armario y me pongo una sudadera encima de la camiseta de pijama. Llego al final del pasillo mientras me abrocho el botón de los pantalones y me paro, mi estómago ruge con hambre. Otro golpe vuelve a oírse y abro la puerta antes de que decidan echarla abajo. Tan pronto como giro el pestillo un empujón la abre de golpe y alguien choca contra mí, desestabilizándome y haciendo que tenga que apoyarme en la pared para no caer. Me giro y veo a mi padre andar apresuradamente por el salón, maldiciendo continuamente y mirándome con rabia.
Me quedo muda, no sé a qué ha venido y no dice nada, así que a paso tranquilo voy hasta la cocina y empiezo a hacerme mi desayuno. Poco rato después, cuando ya estoy sentada con mi tazón de leche y cereales, parece que se ha calmado un poco, hasta que abre la boca para gritarme:
-¡Recoge tus cosas ahora mismo! ¡Qué no tenga que volver a decirlo! ¡¿Quién te ha dado permiso alguno para irte de casa a otro lugar que no sea la de tu marido?!
-Genial -murmuro, aclaro mi voz, aún con tono adormilado y hablo alto y claro-. No pienso moverme de aquí.
-¡Oh! ¡Claro que lo harás! ¡Ahora mismo en cuanto acabes eso vas a coger todas tus cosas y vas a volver conmigo a mi casa!
-No voy a dejar mi apartamento.
-¡¿Tu apartamento?! ¡Claro que lo dejarás! -se acerca a mí y me sujeta del brazo derecho justo encima del codo-. ¡Levántate!
Niego con la cabeza, las palabras no me salen del dolor. Él tira de mí y no me queda otro remedio que levantarme, me mira con rabia y por un momento llego a tener miedo. Me arrastra hasta mi habitación y coge mi bolso, luego sale, obligándome a ir detrás de él y llevándome hasta la puerta. No sé cómo consigo soltarme y vuelvo al salón. Pero vuelve a agarrarme y ahogo un grito de dolor. Tengo claro que no voy a volver a esa casa, no recuerdo que mi padre me hubiese puesto una mano encima nunca, pero sin duda hoy ha acabado para mí. Siento que en cualquier momento mi brazo puede llegar a romperse, quizá es exagerado pero el dolor es demasiado.
Oigo una puerta cerrarse en el pasillo y aprovecho que la de mi apartamento aún está abierta y grito, a ver si es algún vecino que salga. Nadie se digna a acudir en mi ayuda. Mi padre me tapa la boca con la otra mano para impedir que vuelva a gritar, mi acto reflejo es morder la palma, que se retira acto seguido y vuelvo a gritar en busca de ayuda.
Por fin oigo pasos en el pasillo y rezo porque se dirijan hacia aquí, escucho como se para y el alma se me cae al suelo, vuelvo a gritar un "ayuda" y un hombre de unos treinta y pocos aparece en mi puerta, observa la escena con horror. Mi padre le dice que se largue pero él hace caso omiso y le dice que me suelte. Noto mis lágrimas rodar por mis mejillas y susurro de nuevo un "ayuda" suplicante. El hombre entra y se dirige hacia nosotros, quedándose a un par de metros. Saca su teléfono del bolsillo y marca algo, gira la pantalla hacia nosotros y veo que el número de la policía brilla en la pantalla.
-No pienso dudar un segundo en llamar si no la sueltas.
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64th Street [c.h.]
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