Capítulo 18

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Por fin ha llegado el día. El tiempo hasta ahora se ha pasado bastante normal. Pero por fin hoy voy a librarme de mi marido. Me despierto demasiado antes de que suene el despertador, quizá sea la emoción del momento.

Lavo una taza antes de desayunar, solo había una sucia pero así no las acumulo. Me siento  con ella vacía delante, hace no mucho que Calum estaba aun en mi apartamento, parece que viviese aquí, y no tendría pega alguna si así fuese. Ayer se fue por la noche, no se pudo quedar a dormir porque tenía una cena de empresa, insistí en que viniese después pero dijo que se alargaría mucho y que  probablemente se fuese a pasar con el alcohol, que no quería llegar a las cuatro de la mañana y que yo le viese en ese estado. Me habría dado igual, incluso es probable que me echase unas risas, pero no voy a obligarle, es obvio.

Vierto un poco de leche y la meto al microondas, pulso el botón y me quedo mirando cómo la taza da vueltas, tengo sueño y esta parece la mejor forma de no quedarme dormida, aunque los ojos estén amenazando con cerrarse. El pitido cuando el minuto se acaba me hace abrir los ojos. Abro la puerta con cuidado aunque en realidad lo que quiero es estamparla de golpe por sonar cuando estaba a punto de quedarme dormida.

Apuro hasta dejarla sobre la mesa porque el asa está muy caliente. Busco las galletas por las alacenas, tengo que acostumbrarme aún a esto. Adoro mi piso y la libertad que tengo en él, aunque también está la parte de que tengo mejores recuerdos aquí que de los que tenía en casa de mis padres.

El tiempo se me pasa muy lento hasta que la hora de salir llega. Agarro el paraguas y se me engancha en el abrigo. Siempre tan torpe. Cuando consigo soltarlo, recorro a prisa el pasillo y bajo las escaleras con cuidado, solo me faltaría caerme ahora. Llego a la puerta sin aliento, nadie diría que acabo de bajar de un primero, parece que viviese en un quinto piso al menos.

Salgo a la calle, hace un poco de frío, aprieto más mi abrigo y me cruzo de brazos para aguantarlo mejor. Camino a prisa hasta la parada del autobús, soy mucho de usar el transporte público. Me siento sobre el banco que parece que fuera a romperse en cualquier momento y espero. La gente pasa por delante de mí, agradezco que nadie me mire. La música sale por mis auriculares y parece acariciar mis oídos. Una señora se sienta a mi lado poco antes de que el bus llegue. Me subo y recorro el estrecho pasillo hasta uno de los asientos vacíos casi al final. Me entretengo mirando por la ventana, el vehículo arranca de nuevo y el paraguas se me cae con el movimiento. Torpe.

Poco rato pasa hasta que me bajo en la parada correspondiente y vuelvo a caminar, se me habían dormido las piernas. Pronto estoy frente al edificio donde está la oficina de mi abogado. Me dirijo a recepción y pregunto en que planta es. Cuando obtengo la respuesta que quería me dirijo al ascensor. Las paredes del pasillo son de un color gris azulado y la derecha está casi completamente cubierta de fotos en blanco y negro de distintas ciudades, la izquierda tiene pintado el logotipo de la empresa y el nombre debajo.

Presiono el botón y espero muy poco tiempo hasta que las puertas se abren, marco el tres y llego a mi destino sin que nadie a parte de mí haya entrado en él. Encuentro la puerta veinte y toco con mi puño un par de veces. Una voz me indica desde el otro lado que entre y giro la manilla para abrir. El señor Smith está sentado en una mesa ordenando papeles no en su escritorio, que se ve a través del cristal que separa las dos estancias. Levanta la cabeza y me saluda con un gesto, diciéndome que tome asiento. Hago cuentas, hay cuatro sillas: dos a un lado y dos a otro. Me decanto por la opción de sentarme al lado de él y así no tener demasiado cerca ni a Albert ni a su abogado.

Charlamos un rato hasta que oímos unos golpes en la puerta. Mi cuerpo se tensa y mi pulso se acelera. Esto es el final, por fin, aquí empieza lo nuevo, lo bueno.

La puerta se abre y pasa un señor ya bastante entrado en años, viste un traje gris que no le sienta demasiado bien. Deja caer su maletín sobre la mesa sonoramente y yo sigo mirando hacia la entrada esperando a que ese indeseable entre.

El hombre carraspea y centro mi atención en él.

"Empecemos" sentencia.

64th Street [c.h.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora