PRÓLOGO

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Aquella noche, un hombre tenía la vista fija en la revista que sostenía entre las manos, repasando una y otra vez las fotos de la mujer con la que tanto soñaba. Era una obscenidad, pura obscenidad.
Le temblaban los dedos al contemplar como mostraba sus delicadas piernas al mundo, exhibiendo tanto que nadie se centraría en sus inteligentes palabras.

¿Es qué no tenían idea de lo mucho que dolía que la redujesen a ser solo un cuerpo bonito? ¿Cómo eran incapaces de no ver más allá de la belleza que mostraba?

Le entraron ganas de lanzar la revista a la basura, pero no pudo. Se consumiría de angustia si no la unía a la colección que ya poseía de ella. No podía creer que estuviese trabajando con las personas que habían realizados aquellas fotografías que tanto daño hacían a la imagen de la mujer que amaba, que provocarían las burlas por parte de los hombres y la aterrorizarían.

Aspiró profundamente. Tenía que controlarse para dar con la tecla de la calma, o al menos aquello le habían sugerido los especialistas. Tú tómate las pastillas y contrólate. Y así lo había hecho. Había sido bueno, muy bueno durante mucho tiempo.
En ocasiones incluso consiguió olvidarse de sí mismo y de sus sentimientos por ella, pero ya no. Ahora no podía olvidar nada de lo que seguía viendo día tras día.

La única manera de terminar con aquella atrocidad, de acabar con el sufrimiento que atormentaba a la mujer que amaba, era acabando con su vida.

Tenía que matar a Eda Yildiz.

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