Capítulo 18

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Podría ser agradable ser capaz de decir que estaba pensando en algún plan de escape mientras me torturaba. Pero esto no era una película. Esto era real y no podía pensar. No podía hacer nada, solo llorar y gritar y rogar que se detuviera. Había usado diferentes instrumentos en mí. Creo, pero no estaba seguro. Después de un tiempo, todo el dolor y el terror se confundían en mí como un tipo de pesadilla, ni siquiera estaba seguro de qué era real.

Cuando se alejó, tenía la irracional esperanza de que se fuera y me dejara, que caminara hacia afuera y me dejara ahí, aún amarrado en una cabaña en el medio de ninguna parte, pero vivo. No tuve suerte. Fue hacia la ventana y levantó la cortina para ver el exterior, entonces la dejó caer de nuevo.

—Creí oír algo, —dijo frunciendo el ceño—. Debió de ser un oso. Los osos negros están en todos lados ahí afuera, lo sabes.

Yo solo lo miraba fijamente. Él sonreía, levantó una vara de metal de la mesa de trabajo y la giró hacia mí, golpeó mis costillas y sentí los huesos quebrarse.

Déjame decir esto ahora, no hay nada que duela tanto como tener las costillas quebradas. Quería gritar pero no tenía aire para hacerlo. Jadeaba y movía la silla tratando de alejarme del dolor. La sangre salía de mi cabeza y luchaba para no desmayarme. Incluso tan confundido como estaba, sabía que si me desmayaba eso era todo. Cualquier posibilidad de escapar se perdía.

Él estaba frente a mí con sus manos en sus caderas. —Creo que estás listo ahora. Sé que lo estoy. Podemos empezar.

¿Empezar? Me pregunté qué había previsto hacerme si las cosas que ya me había hecho eran solo para calentarlo. El inequívoco bulto en sus jeans me deban una idea de lo que tenía planeado.

—No lo hagas, —murmuré—. Déjame ir, por favor. Por favor.

Frunció el ceño hacia mí. —Me conoces mejor que eso. Ahora quédate quieto, voy a cortar los amarres de tus piernas.

Se inclinó y empezó a quitar la cinta industrial de mis tobillos. Cerré los ojos con fuerza y traté de no pensar. Liberó un tobillo y empezó con el otro. Mi mente iba a ciento cincuenta kilómetros por segundo. Apenas sentí cuando el cuchillo se deslizaba y abría la parte más baja de mi pantorrilla.

Él estaba cerca de liberar mi otra pierna. Esa era mi oportunidad de huir. Eso me golpeó y sabía qué hacer. Tener un plan hizo que sintiera esperanza por primera vez desde que alejaron a Louis de mí. Quizás tenía una oportunidad, no importaba lo minúscula que fuera, lo iba a conseguir. Y si podía hacer eso, quizás podría encontrar a Louis. Me rehusaba a considerar la posibilidad de que estuviera muerto. Sin Louis ahí, no era nada y necesitaba algo a lo que sostenerme. Tomé una profunda respiración, me centré y esperé.

—Bien, —dijo—. Puedes levantarte ahora. Nosotros vamos...

No le di oportunidad de terminar. Cuando él se recargó en sus talones y levantó la cara para mirarme, yo levanté la pierna y lo pateé tan duro como pude, usando la técnica que Louis me había enseñado las semanas anteriores. Mi talón conectó en su cara. Sus huesos tronaron bajo mi pie y la sangre fluyó de su aplastada nariz. Gritó y cayó de espaldas, agarrando su cara. No esperé a ver exactamente cuánto daño le había hecho. Me puse de pie y me dirigí a la puerta.

Justo mientras me preguntaba cómo infiernos iba a abrir la puerta con mis manos aún amarradas detrás de mi espalda con la cinta industrial, la puerta se abrió y golpeó la pared con el golpe. Louis había abierto la puerta, estaba cubierto de tierra. La manga izquierda de su camiseta estaba empapada de sangre. Había tanta que ni siquiera podía decir de dónde venía.

—¡Louis! Joder, Creí... Creí...  —No pude terminar.

Asintió sombríamente. —Sí. Yo también.

La canción olvidada (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora