II

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   La noche se cernía como suave manta sobre toda Shibuya. La luna, como lumbre, iluminaba bella y esplendorosamente, como reina de la noche, ajena a las desgracias que miraba sobre la Tierra. La vida, aunque ajena al vil paso del tiempo, avanzaba junto a él, unidos ambos por le hilo rojo del destino. Vida y muerte, contrarios, sin embargo, tan íntimos, se encontraban nuevamente; su danza, perenne, marcaba el efímero transcurrir del humano sobre la tierra. Caos y azar volvían a encontrarse, originando verdades aún ajenas al razonamiento humano.

- Dime, Mariposa, ¿cómo el inocente batir de tus alas es suficiente para traer el caos? Ajena eres al paso del tiempo, y aun así la muerte también te encuentra. ¿Cómo, siendo tan bella, eres sinónimo mismo de la destrucción? ¿Y por qué yo... tengo que sufrir con tu partida? –la mariposa, batiendo sus alas, se elevó, alejándose de la mano que había sido su lugar de descanso. Sus alas, azul real, refractaban la luz de la luna.

   El chico, con actitud abatida, miraba la invisible trayectoria de aquellas alas. Apartó la vista lentamente, la luz de la luna se reflejó en sus ojos. Suspiró.

- ¿También estás rota, luna? Yo lo estoy... Espero el renacer de un Nuevo Mundo... En el que ya no haya maldad... Por la salvación de la Divina Luz...

   El chico se acercó peligrosamente al borde de la terraza, cerró los ojos, se dejó caer. Su vestimenta y cabello, tan blancos e inmaculados como la nieve, lo hacían asemejarse a un ángel. De su espalda brotaron alas, también inmaculadas, de las cuales, se desprendieron algunas plumas que, mecidas por el azaroso destino, se adherían a las paredes de los edificios, a los postes, o bien, al asfalto. Descendió con la gracia de un ángel, cono la suavidad de una hoja que aterriza sobre el pasto durante el otoño.

   Sus alas se desvanecieron, no obstante, las plumas que se habían desprendido prevalecían adheridas a sus sitios. Un total de 32.

   El chico caminó hacia un edificio, un tanto alejado del centro de la ciudad. Fuera se encontraba un hombre fornido, el cual, sostenía un arma de fuego de alto calibre. Lo detuvo.

- Aquí no tenemos dulces, mocoso. ¡Largo!

- ¿Ustedes son yakuza?

- Vete –mostrando su arma.

- Ya veo. Je –extendió su mano derecha, que, al instante, quedó envuelta en aire. Parecía sostener algo invisible.

- ¿Q-Qué has hecho? ¡¿Qué fue eso de ahora, mocoso?! –encañonándolo.

- ¿Crees en la magia? –preguntó, inmutable.

- ¡Voy a disparar! –amenazó el hombre, tembloroso.

- Hazlo, Inoue Josuke-kun –sonrió.

   Al escuchar su nombre y ver aquella retorcida sonrisa, se estremeció, el miedo lo invadió. Instintivamente cerró los ojos y accionó el gatillo. Su arma rugió. La munición fue disparada. El peligro había pasado, el miedo se había disipado. Ahora, podría dormir en paz, por la eternidad.

   El chico miró el cadáver con frialdad, como si estuviese acostumbrado a ver personas morir. Evitó pisar la sangre, que continuaba extendiéndose por el suelo. Abrió la puerta y recorrió un pasillo. Guiado por el sonido, supo dónde debía llegar. Era un amplio salón, con varios hombres dentro, todos fuertemente armados.

    Los hombres lo miraron.

- ¿Quién eres? –preguntó quien parecía ser el jefe.

   El joven de blanco guardó silencio. Un hombre que estaba a la izquierda del jefe se levantó y fue hacia él.

- ¿No responderás? –tronándose los nudillos.

- No es necesario que lo haga –contestó, en actitud de retador.

Science Adventure Gigalomaniacs;Angel's EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora