VI

9 3 0
                                    

- Quiero jugar un poco antes de irme –profirió ella, mirando obsesivamente al grupo--. Déjame conocerlos más de cerca, solo quiero verlos, porque quizás nunca volvamos a encontrarlos –decía. Su voz era seductora y elegante. Nadie podría resistirse a lo que ella pidiera por capricho.

- ¡Pero el señor Crowley nos ordenó volver cuando acabásemos! –inquirió Baruch, con notable preocupación.

- ¿Oh? Solo iré a verlos, no es nada malo. Pero si a él le molesta que me divierta –posando el índice sobre sus labios, mientras que con el pulgar de su mano izquierda apuntaba hacia abajo--, puede irse al infierno por mí –susurró--. ¡Kihi!

- Frederica... --murmuró él.

- Puedes irte o esperarme –dijo.

   Ella, lanzándose al vacío, emprendió vuelo hacia donde se encontraba el grupo, aproximadamente a unos cien metros al norte del edificio Shibuya 107, que es desde donde ella y Baruch llevaron a cabo el ritual.

   Los jóvenes continuaban paralizados, no obstante, su movilidad regresaba poco a poco, manifestándose por medio de leves espasmos, igual era con su voz, pudiendo producir ruidos apenas perceptibles. Aquel gigantesco ser con forma de ojo se mantenía vigilante, emitiendo una cierta hostilidad hacia ellos.

   Frederica se acercaba con absoluta tranquilidad, grácil y ligera, sin dejarse notar. Avanzaba con suavidad. La brisa apenas acariciaba su piel, y eso bastaba para impregnar el aire con sus magníficos aromas. Ella posaba su vista sobre aquellos tres jóvenes, estudiándolos. No obstante, cuando Mika bajó la mirada, pudo verla.

- Vaya, vaya, y yo que no planeaba dejarme notar, ¡kihi! –rio ella, sin malicia.

   Observó detenidamente a Mika, con quien cruzaba miradas. Después de unos segundos, decidió acercarse más a ella.

- Hmm... --tomándola por las mejillas, analizando su rostro, sus ojos, y rodeándola, estudiando su cuerpo--. Oh, ¡me gustas! ¡Me gustas mucho! –profirió, acercándose a su oído--. Tienes un aroma dulce... Eres hermosa... --decía, lamiéndole el cuello. Mika se estremeció por el terror, sentía el peligro.

   Seguidamente, Frederica bajó la mirada, observando a Nagisa. Lo miró con absoluto desprecio, repugnancia y odio.

- Quítate –ordenó, extendiendo una mano. Al momento, una fuerte corriente de aire golpeó al chico, mandándolo a volar.

   Mika, aterrorizada, observaba a Nagisa y luego a Frederica. El enojo se yuxtaponía al miedo. Quería tomarla por el cuello, patearla, golpearla, mas era imposible.

- M-Maldita... --murmuró forzosamente. No obstante, su voz ahora volvía.

- ¿Hm? ¿Dijiste algo, querida? –preguntó la vampira, acercando su rostro al suyo-- ¿Sabes? ¡Me encantan tus ojos! Especialmente el izquierdo, me pregunto si debería sacártelo. Solo que eso dañaría tu pura belleza –profirió ella, acariciándole el rostro--. Ahora quiero volverte mía, completamente mía, ¡kihi!

   Los ojos de Mika se abrieron completamente y sus pupilas se dilataron. Su sudor era frío. Su ritmo cardiaco aumentó considerablemente, mientras que su respiración se volvió pesada y difícil. Supo que, posiblemente, este era su fin. A quien tenía delante no era nada menos que una vampira, aquella que había invocado muertos para luego destruirlos; aquella que robaba la vida de sus víctimas y los obligaba a servirla por años sin término; la misma que devoraba el alma de aquellos a quienes ataba a sí en una devoción sangrienta.

   Ella sonreía con su típica mueca obsesivamente demencial. Estaba decidido: su próxima marioneta sería Mika.

- Desde ahora serás mía por la eternidad –declaró.

   Mika, desesperada por escapar, intentó invocar a Vretil, sin embargo, no logró siquiera materializarlo. El terror la invadió. No había marcha atrás, moriría y se convertiría en una de esas marionetas, cascarones vacíos controlados por esa despiadada vampira. Sus ojos se humedecieron, brillaron, y perlas líquidas comenzaron a descender por sus mejillas. Miró a Nagisa. Su rostro denotaba una profunda tristeza, misma que le transmitió al pobre muchacho con su mirada.

- M-Mika... --susurró él, sin dar crédito a lo que sus ojos atestiguaban--. Esto no es cierto...

   La vampira, que con una mano mantenía inmóvil a la víctima, y con la otra se la acercaba a sí, posó sus labios en su cuello y mordió. Mika se estremeció por el dolor. Su vida estaba por acabar. Mantenía su mirada fija en Nagisa.

- N-Nagisa... s-sálvame... --suplicó con voz pastosa, casi ausente.

   "Sé que me salvarás... como lo hiciste aquella vez..." –pensó.

   Sus ojos fueron perdiendo brillo... vida... Hasta que la luz finalmente se apagó.

   Nagisa rompió en llanto, como aquel a quien le arrebatan lo que más ama. En su interior el amor y el odio obraban una lucha. Un fuego en su interior ardía. Gritó. Aulló. Gritaba a todo pulmón el nombre de su amada amiga, recordando con lágrimas los valiosos momentos que vivieron juntos, desde que la conoció hasta ahora, el instante de su muerte.

   Estaba roto. Ardía en furia y tristeza. Anhelaba destruir el egocéntrico rostro de quien sostenía el inerte cuerpo de su amiga, profanándolo con sus asquerosas e impuras manos.

- ¡Tú, maldita! –inconscientemente levantó un brazo frente a sí, y en su mano se materializó una di-espada-- ¡Te enviaré al maldito infierno, perra!

- ¿Oh? –murmuró la vampira, mirándolo. Se lamía los labios, humedecidos con la sangre de Mika--. Esto se puso interesante –dijo, sonriendo.

   Nagisa comenzó a moverse, siempre con dificultad y apuntando con su arma a la vampira, quien soltaba el cadáver de Mika, dejándolo caer al vacío.

- ¡Camael! –gritó.

   Inmediatamente su espada comenzó a arder. La sostuvo con ambas manos, tensó cada músculo de cuerpo y se aseguró de usar toda su fuerza.

   Clöth observaba todo desde su sitio. Estaba confundido y asustado. No obstante, al ver que Nagisa intentaba atacar, decidió hacer algo.

- ¡Nagisa, no lo hagas! ¡Detente! –le ordenó, volando hacia él.

   Pero ya era tarde. Nagisa saltó hacia la vampira blandiendo la espada. Realizaría un corte vertical, con la intención de cortarla a la mitad. Instintivamente, Baldr también se materializó, con la intención de dar una estocada y atravesar el corazón.

   "Mátalos".

   La orden fue dada.

   De repente, una pared invisible repelió ambos ataques, causando que los dos muchachos retrocedieran impulsados por la fuerza del impacto.

   Allí, en medio, estaba Mika, o al menos, su cuerpo.

- Le entrego mi alma, señora. Estaré a su servicio por la eternidad. Esa es mi devoción sangrienta –declaró.

Science Adventure Gigalomaniacs;Angel's EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora