Capítulo 6

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El centro turístico del pueblo era la Reserva Natural Yavalimos

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El centro turístico del pueblo era la Reserva Natural Yavalimos. Se trataba de un extenso paraíso ubicado en medio de las montañas.

Conforme se acercaban, una explosión de verde inundó sus sentidos. Aspiraron el perfume de la tierra húmeda con cada respiro, el canto de las aves nativas los deslumbró.

Árboles centenarios les dieron la bienvenida al hotel ubicado justo ante la entrada del área protegida. El ómnibus atravesó un camino de tierra bordeado por lámparas solares hasta detenerse frente a una construcción antigua de dos pisos.

Todo era ladrillo decorativo y ventanales inmensos como puertas. De techos altos y una galería lo suficientemente amplia para instalar el comedor, el hotel tenía por nombre SendEros.

—Cada vez que veo la palabra send, mi cerebro la completa con nudes —confesó Aitana por lo bajo.

—Cada vez que escucho Me tratas como un objeto, el mío la completa con sexual —replicó su compañero al mismo volumen.

Los recibió una mujer de mediana edad con un amplificador de voz enganchado en su cintura y el micrófono en su boca. De pie a la entrada del hotel, tomó una bocanada de aire y soltó:

—¡Les damos la bienvenida a nuestro amado Sientelvainazo! Mi nombre es Gianella, seré su guía turística durante las próximas semanas. Si participan, recorreremos tanto la Reserva como los alrededores del pueblo.

Aplausos. Ambos agentes aplaudieron ante ese emotivo discurso junto al resto de los turistas, hasta que la mujer les hizo un gesto para que la dejaran terminar.

—Para celebrar el amor, esta noche hemos preparado actividades especiales durante la cena. ¡Todas las parejas están invitadas a unirse!

Los agentes participaron en la otra ronda de aplausos al igual que el resto. Entonces fueron a la parte trasera del bus, donde los asistentes bajaban el equipaje.

En su camino esquivaron a una pareja de jóvenes que se tomaron muy en serio la luna de miel y no se quitaban las manos de encima. Entre risitas y besos dignos de adolescentes hormonales, parecían a punto de devorarse.

—¿Debería ofrecerles agua? —susurró Aitana a su compañero—. Pobrecitos, tanto gasto de saliva va a deshidratarlos.

—Empiezo a sospechar que este paquete de viaje fue diseñado para parejas en luna de miel —meditó Exequiel al notar que la mayor parte del grupo estaba compuesta por matrimonios jóvenes.

—¿Recién te das cuenta?

Mientras aguardaban a que bajaran sus mochilas, Exe se llevó una mano a la parte posterior del cuello. Volvía a sentirse observado.

Localizó al cliente conversando con los recepcionistas del hotel, su espalda recta y hombros rígidos. Poco expresivo de no ser por la sonrisa amable que le dirigía a su esposa. Esta vez no era el causante de su paranoia.

Agentes del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora