El grito de ambos hizo eco a través de las paredes de piedra. Viajó acompañado por una nube de tierra. Experimentaron la caída libre el tiempo suficiente para saber que el impacto sería letal.
Exequiel cerró los ojos. No estaba listo para renunciar a su vida. Tenía demasiados proyectos y sueños. Asuntos pendientes.
Le habría gustado adoptar un gato después de mudarse.
Tenía infinitas fantasías con Aitana, pero morir juntos no estaba en la lista. Sin dejar de abrazarla, sus cuerpos se sumergieron en el agua. Sus zapatillas los protegieron del latigazo de dolor que podrían haber sentido.
Iban a tal velocidad que no tardaron en hundirse. La ropa y la mochila se convirtieron en anclas pesadas.
En esa profunda oscuridad, sintió el cuerpo de la joven forcejeando entre sus brazos. Lo habría pateado si sus piernas no estuvieran entrelazadas.
Le tomó tres latidos comprender que la estaba arrastrando consigo. Aitana sí podía nadar.
Recurriendo a toda su fuerza de voluntad, la soltó. A ciegas, ella lo sujetó por detrás. La mochila estorbaba, pero no había tiempo de quitársela. Comenzó a subirlos.
No sintió ni una gota de vergüenza al ser salvado por su compañera, aunque sí hubo cierto déjà vu.
Rompieron a la superficie con un jadeo. Exe se dejó guiar hasta la orilla. Entonces descansaron los brazos contra la superficie de roca y musgo.
No dijeron una palabra. Necesitaban fuerzas para respirar, más bien jadear por oxígeno. Le ardía el pecho. Su cuerpo temblaba. El terror seguía fresco, tanto que debió reprimir la risa histérica que amenazaba por escapar de su garganta.
La oscuridad era apenas iluminada por los rayos de sol que entraban a través del hueco en el cielo.
El agua era calma, su temperatura podría considerarse agradable para aquel día caluroso... si no hubieran estado a punto de ahogarse.
—Excelente servicio en cuanto a cumplirme deseos —jadeó Aitana a su lado— ¡pero no hablaba literalmente cuando pedí que la tierra me tragara!
—Creo que volví a nacer. —Exequiel descansó la frente contra sus propios brazos—. Al menos esta vez no fue contra mi voluntad.
Se impulsó hacia arriba. Una vez en tierra firme, se quitó la mochila y la lanzó a un lado. Enterró las manos en su cabeza y respiró por la boca. Una serie de maldiciones escapaban entre órdenes de calmarse a sí mismo.
Aturdida, Aitana lo siguió. Sus ojos se esforzaban por adaptarse a las penumbras. Su cuerpo temblaba, pero no tenía frío.
Cuando ella chocó contra su espalda, ambos soltaron un grito asustado. Luego una risa nerviosa.
ESTÁS LEYENDO
Agentes del desastre
HumorLos contrataron para arruinar una boda, pero desataron el caos en la iglesia equivocada. *** En el subsuelo de una inofensiva cafetería de gatos se oculta Desaires Felinos, una agencia especializada en rescate de situaciones problemáticas. Aitana...