Capítulo 3

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El piano, acompañado por los acordes melancólicos de un arpa, flotaba alrededor de la iglesia

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El piano, acompañado por los acordes melancólicos de un arpa, flotaba alrededor de la iglesia. Era una melodía instrumental clásica que se perdía entre los murmullos alegres de los invitados.

La joven de cabellos negros llevaba un vestido largo azul pálido, escote en uve y tirantes rematados con un nudo en sus hombros. Una cinta del mismo color, pero con estampado de corazones flotando sobre tacitas humeantes, ajustaba su cintura y daba inicio al pliegue de la falda.

Sus tacones se abrieron camino entre los asientos de la congregación hasta la primera fila.

—Disculpa, nunca te había visto —le comentó una anciana con un vestido de falda ancha.

—Soy Alma. Alma Marcela, la prima segunda del novio —respondió Aitana con desenvoltura—. Nos vimos en la fiesta de compromiso, ¿no me recuerda?

—La verdad es que no...

—¡Todo se ve precioso! La familia tiene un gusto excelente, debe estar en los genes. ¿Ese vestido es de diseñador? ¡Le queda divino!

La anciana estuvo a punto de sacar pecho como un pavo orgulloso. Sus objeciones fueron olvidadas.

—Tienes buen ojo. Es un diseño exclusivo de...

Sin dejar de sonreír y asentir a sus palabras, la capacidad de atención de Aitana se fue volando.

Era su primera boda de tan alto calibre. A lo sumo había arruinado nupcias en capillas pequeñas o al aire libre.

La iglesia estaba decorada con arcos florales que unían los extremos de ambas filas de bancos, convirtiendo el pasillo en un túnel romántico. El respaldar de cada asiento había sido cubierto por seda blanca, con rosas pálidas cosidas estratégicamente para mantener la tela en su lugar. Dos pedestales con coronas de flores encima enmarcaban el área del altar donde aguardaba el sacerdote.

De repente, todos guardaron silencio. La música cambió, aumentó la intensidad del piano conforme ingresaban en orden los padres, testigos y padrinos.

El novio era alto, de complexión robusta y piernas fuertes que hablaban de ejercicio frecuente. En contraste con su aspecto intimidante, sus pupilas lucían distraídas.

Cuando la novia, una belleza curvilínea envuelta en seda, ingresó de la mano de su padre, la mirada del futuro esposo estaba perdida en la estatua de un Jesús crucificado que por algún motivo las iglesias consideraban agradable.

Uno de los testigos le dio un codazo sutil en las costillas para regresarlo al presente. El novio parpadeó, se enderezó y le ofreció la mano a su prometida.

Entonces comenzó el sermón. Los padres y abuelos sacaban sus pañuelos para limpiarse lágrimas ocasionales.

Aitana también sacó el suyo y secó la humedad que escapó de sus ojos cuando reprimió un bostezo.

Agentes del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora