Mientras los jóvenes presentaban un espectáculo que robaba sonrisas a los transeúntes, otra conversación tenía lugar a tan solo unos pasos.
Cruzando la calle frente al parque, descansaba una mansión antigua de dos pisos convertida en una adorable casa de té. Bajo las letras en cursiva de Dulce Casualidad, las puertas estaban abiertas. Los clientes entraban atraídos por el aroma dulce de las flores.
Tras el ventanal del piso superior, las cortinas estaban descorridas. Permitían entrar la luz del sol y bendecían a los clientes con la maravillosa vista del parque, y de la escena que acababa de suceder.
Sentada ante la mejor mesa frente al ventanal, una anciana levantó una tetera de porcelana y sirvió con delicadeza dos tazas de té.
Su acompañante dejó de acariciar al inmenso gato atigrado que dormitaba en su regazo y aceptó la infusión. Le agregó dos terrones de azúcar en forma de corazón.
—La improvisación es un arte complejo pero sumamente útil. Debes admitirlo, querida Ce. —comentó el anciano.
Sacudió una pelusa invisible de su camiseta negra cuyas rayas plateadas se asemejaban a persianas. A la altura del corazón, un gato idéntico al de su regazo trataba de escapar, sus ojos muy abiertos tras ser sorprendido in fraganti. El estampado resultaba tan realista como una fotografía.
—Confieso que tiene sus virtudes —respondió Celestine con serenidad, llevando la taza a sus labios—, pero prefiero los hilos invisibles que se mueven siguiendo un patrón cuidadosamente trazado.
Una melodía de piano empezó a sonar en la mesa. Provenía de una tablet protegida tras su funda.
La anciana depositó la taza en su platillo y la abrió. El ícono de llamada entrante apareció en la pantalla. Con una sonrisa enigmática, deslizó su dedo para responder.
Un rostro femenino, ligeramente bronceado tras meses al aire libre, le devolvió la mirada. Auriculares con micrófono colgaban de su cuello, su sonrisa inalterable.
—Buenos días, Gianella —pronunció Celestine primero.
—Hermoso día para ti también. El clima es maravilloso para un paseo en lago —fue el saludo de la joven.
Detrás de ella, la anciana descubrió una mesa con cervezas y cajas de pizza casi vacías. Las carcajadas se entrelazaban a los sonidos explosivos de videojuegos.
—¿Algún contratiempo en la misión?
—Nada que no pudiéramos solucionar. —Gianella sonrió con el orgullo de una líder de equipo.
—Sabía que podía confiar en ti.
—Esta ha sido una temporada ajetreada, pero placentera. —Miró a su espalda y soltó un suspiro paciente—. Estamos compartiendo la despedida de Rafael. Tener un consejero de tu equipo líder siempre es una experiencia enriquecedora... aunque prefiero a Ofelia la próxima vez.
—¿R trató de ligar con alguno de tu equipo?
—Señora, me ofende —escuchó una voz masculina. El aludido apareció por encima del hombro de la joven. Era un hombre de mediana edad con el cabello desteñido por el sol y un silbato colgando del cuello.
—Coqueteó con Vlad, pero no consiguió hacerle dudar de su sexualidad —respondió Gianella.
—¡No estaba coqueteando!
—Me preguntaste si el violín era lo único que podía tocar —intervino el músico, mientras afinaba las cuerdas de su instrumento en un sofá al fondo de la habitación—. Luego me invitaste a hacer rafting en tu habitación.
—En mi defensa —Rafael levantó ambas manos—, estaba ebrio y dejé de insistir después del primer día.
—Porque Diana amenazó con hacerte tragar esferas de pintura y clavarte una marcadora por donde no te da el sol.
—Te quiero mañana de regreso en la central, R —ordenó Celestine de modo categórico—. Necesito a los cuatro EROS para la próxima misión.
—A sus órdenes, jefa. —El hombre se llevó la mano a la frente en un saludo militar.
—Buen trabajo, mis cupidos de Sientelvainazo —fue su despedida antes de cortar la llamada.
Entonces concentró toda su atención en Veneciano, su viejo amigo y rival de negocios. El condenado que se atrevió a abrir una cafetería a la vuelta de su casa de té.
—Siete años en una misión, querida Ce. ¿Es un nuevo récord para Dulce Casualidad? —preguntó el anciano, curioso.
—En absoluto. —Bebió otro sorbo de la infusión, relajada al hallarse en sus dominios—. Llevo más de diez años con otro caso. Será mi última misión antes de jubilarme. La más importante de toda mi vida.
—¿Qué estás esperando para lanzar tus flechas?
Los ojos de Celestine, verdes con pinceladas doradas, lo estudiaron por encima de su taza. Sonrieron con la inteligencia de un lobo disfrazado de cordero.
—Cuando sus mundos se estabilicen y encuentren su paz interior. Cuando sean felices en su soledad —explicó con suavidad—. Solo entonces, estarán listos para ser arrastrados a ese encantador desastre llamado amor.
FIN
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Agentes del desastre
HumorLos contrataron para arruinar una boda, pero desataron el caos en la iglesia equivocada. *** En el subsuelo de una inofensiva cafetería de gatos se oculta Desaires Felinos, una agencia especializada en rescate de situaciones problemáticas. Aitana...