En una especie de karma, se encontró huyendo por su cordura tan solo dos días después.
—¡Abran paso!
Como buen destructor de relaciones, Exequiel se lanzó entre una pareja que caminaba tomada de la mano, obligándolos a separarse. Ignoró las quejas que le gritaron.
Sus piernas atravesaban el parque a toda velocidad. Su pecho ardía, la respiración cada vez más agitada. Esquivó los árboles, saltó una raíz aérea en medio del sendero, se arrastró para pasar por debajo de un tronco caído.
Se levantó con prisa. Quitó las hojas que se habían metido por el cuello de su camiseta y reemprendió su huida. No pudo evitar pensar que Aitana haría un comentario inapropiado al ver las rodillas de sus jeans llenas de barro.
Sin dejar de correr, miró hacia atrás una sola vez. Como buen pagano en momentos de crisis, comenzó a rezar para conseguir su escape.
"Solo un poco más". Necesitaba encontrar un refugio y su cordura estaría a salvo. Había hombres con contenedores barriendo el parque, quizá podría pedirles que le permitieran ocultarse dentro. Quizá...
Perderse en sus pensamientos le costó caro. Lo supo cuando se estrelló contra una espalda humana.
Ambos cayeron sobre una montaña de hojas a un costado del sendero. Los de limpieza debían haberlas acumulado para recogerlas más tarde. Al menos amortiguaron el golpe.
Sepultados bajo esa pila, necesitaron dos segundos para comprender qué rayos acababa de suceder.
Entre toses por la polvareda que se levantó, Exe rodó a un lado. Escupió un trozo de hoja seca y se incorporó. Se frotó la frente adolorida. Su cabello era un desastre a juego con su sentido común. Escuchó la maldición de su interlocutor.
—Mira por dónde corres, imbécil —gruñó.
—¡Lo siento! Fue mi... Ah, eres tú.
Emilio le lanzó un gruñido cargado de odio. Se levantó con cuidado. Sacudió las hojas de sus pantalones de vestir. Su camisa estaba arrugada y cubierta de tierra.
Tocó su bolsillo izquierdo. Luego el derecho. Sus ojos se abrieron con temor. Comenzó a tantear su ropa, la desesperación dando forma al familiar baile del Dónde diablos está mi celular.
—¿Se te perdió algo? —adivinó Exe.
—¡¿Tú qué crees?!
—¿Llaves, celular o fe en la humanidad?
—Billetera... y tolerancia a idiotas.
Ante esa actitud, Exequiel consideró mandarlo al diablo. Pero había sido su culpa en todo caso. Era su obligación moral ayudarlo. Apretó los dientes.
Miró por sobre su hombro. No había rastro de su persecutor. Quizá al fin lo perdió de vista.
Con esa paz en mente, se puso en cuclillas. Rebuscó con las palmas abiertas entre las hojas desparramadas.
ESTÁS LEYENDO
Agentes del desastre
HumorLos contrataron para arruinar una boda, pero desataron el caos en la iglesia equivocada. *** En el subsuelo de una inofensiva cafetería de gatos se oculta Desaires Felinos, una agencia especializada en rescate de situaciones problemáticas. Aitana...