Sentados en cada extremo de la pequeña celda, observaban el reloj de pared sobre el escritorio del guardia. El golpeteo rítmico de la aguja se perdía entre los ronquidos de un vagabundo, acostado a lo largo de la única banca disponible.
Un lavatorio estaba instalado en la esquina del fondo, junto a un baño apenas protegido por paredes de un metro cuadrado. Dejando de lado el olor a alcohol impregnado en las paredes, las condiciones de higiene eran decentes, similar a la sala de espera de cualquier oficina pública.
Nada más entrar, Emilio había observado todo con una mueca de repulsión. Entonces sacó un pañuelo de su bolsillo trasero y lo extendió en el suelo. Se sentó sobre él, su espalda recta para no tocar la pared.
—Me pregunto a qué hora servirán la cena —pensó Exequiel en voz alta, seguido de un largo bostezo.
—¿Por qué estás tan relajado? No está bien. ¡No puedo tener antecedentes penales en mi registro!
—Calma. Después de la cuarta vez, uno se acostumbra. Mi jefe es profesional en sacarnos del calabozo y limpiar expedientes. Ese viejo loco tiene sus contactos.
—¿Te metieron por exhibicionismo o invasión a la propiedad privada?
El agente ignoró la puñalada. Debía tener paciencia con los pobres diablos sin habilidades sociales.
—Alterar el orden público. Normalmente me encierran junto a Aitana. El tiempo se va volando cuando estoy con ella.
Emilio permaneció en silencio un momento. Sus hombros bajaron, su hostilidad disminuyó. O quizá el estrés lo tenía al límite y estaba dispuesto a conversar para distraerse.
—¿Aitana es tu...?
—Amiga. Mejor amiga y colega.
—No actúan como solo amigos.
—Bueno, estamos de encubierto. Acordamos ser recién casados para ganarnos la confianza de tu esposa.
—Suena como una excusa improvisada para incluir fanservice.
—Nos gusta el drama. ¿Tienes algún problema con eso?
Emilio no respondió. Soltó el aire de forma desganada. Sujetó su cabeza con ambas manos. Lucía cansado, sufriendo un nuevo nivel de agotamiento emocional.
¿Cuánto tiempo llevaba sintiéndose acorralado? ¿Cómo terminó así?
Tenía intención de divorciarse pero le faltaba el valor para dar el primer paso. Tampoco odiaba a su esposa. El agente se atrevería a apostar que esa pareja se llevaba muchísimo mejor que la gran mayoría de los matrimonios postmodernos. ¿Por qué se aferraba tanto al deseo de separarse?
Exequiel decidió que, para descubrirlo, debía ir despacio, hacer las preguntas correctas.
—¿A qué te dedicas?
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Agentes del desastre
HumorLos contrataron para arruinar una boda, pero desataron el caos en la iglesia equivocada. *** En el subsuelo de una inofensiva cafetería de gatos se oculta Desaires Felinos, una agencia especializada en rescate de situaciones problemáticas. Aitana...