Silencio. Capítulo 5.

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Dyla

Han pasado tres días y sigue sin haber novedades. Intento mantener la calma cada vez que voy a visitarla, conservando la esperanza, aunque es inevitable preocuparse. Voy camino del hospital y apenas he visto a nadie por la calle. Hoy hace más frío de lo normal y solo las hojas parecen divertirse cada vez que el viento las mece de un lado a otro, como si bailara con ellas.

Es entonces cuando una hoja, que parece recelosa de seguir a las demás, se posa sobre mis botas. No hace falta siquiera que me agache a recogerla, sé que es la hoja del plátano. ¿Qué ocurrirá esta vez?

De repente, mi móvil nuevo comienza a sonar. Es Mark.

—¿Qué ocurre...? —pregunto, nerviosa.

—Es Candy —Su voz suena llena de emoción—. Ha despertado.

No necesito más palabras. Echo a correr hacia el hospital con una mezcla de alegría e inquietud en el estómago.


Candy está bien. Ha despertado. Esto es real. ¿Lo es?

Desde que he entrado en el hospital no he dejado de repetirme una y otra vez esas palabras, y es que el nerviosismo me está comiendo por dentro porque aún no he podido verla.

Veo a mi hermano aparecer por el pasillo que conduce a la cafetería y me obligo a mí misma a permanecer sentada.

—¿Qué ha pasado? —pregunto cuando llega. Lo de tranquilizarme no está funcionando.

—Cálmate un poco, hermanita —Me revuelve el pelo y se sienta a mi lado—. Todo a su debido tiempo. Mira lo que te he traído —Abre la bolsa y saca un donut de chocolate—. Deberías comer.

—No puedo. Ahora no —Seco las palmas de mis manos en los vaqueros—. Necesito verla.

—Dyla, te conozco tan bien como si fuera tu hermano y sé que cuando estás nerviosa necesitas comer. Mucho —Sonríe y vuelve a ofrecerme el donut—. Tampoco tienes nada mejor que hacer mientras esperas. Vamos, lo estás deseando.

—Está bien. —Acepto finalmente.

Mi hermano tenía razón, no hay nada mejor que comer cuando estás nervioso. Te mantiene entretenido el tiempo que te dure la comida, que en mi caso, no es mucho.

—Ella está... —suspira.

Le miro con la duda dibujada en el rostro, mientras devoro el último trozo del donut. Tiene la mirada perdida y no puedo leer muy bien su expresión. Esto es muy extraño en él.

—Mark —Le toco con el dedo en el hombro—. Mark —repito, sin éxito—. Está bien, tú lo has querido.

Tanteo su costado hasta que encuentro el punto donde tiene las cosquillas. El resultado es inmediato.

—¿¡Se puede saber qué haces!? —exclama, molesto.

—No respondías y... —me excuso, con una sonrisa angelical.

—¿A qué? —pregunta, confuso.

—¿A qué va a ser? Dijiste: "Ella está..." y no terminaste. ¿Cómo está ella?

—Ah —Aparta la vista de mí y mira a un punto indefinido—. Preciosa. Ella está preciosa —Suspira.

—¿Pero qué...? —digo, desconcertada.

No me da tiempo a continuar, los padres de Candy aparecen y me dicen que puedo ir a verla.


Mi cuerpo parece estar hecho de gelatina. Estoy temblando. Mucho. Tengo que respirar hondo varias veces hasta que consigo abrir la puerta de la habitación.

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