Silencio. Capítulo 4.

155 13 3
                                    

Dyla

Miro el reloj una vez más y me doy cuenta de que solo ha pasado un minuto desde la última vez que lo miré. Creo que el reloj de la sala de espera está estropeado, no es normal que el segundero se mueva tan despacio. Mi hermano y yo llevamos una hora aquí, intentando saber qué ha ocurrido, pero los padres de Candy no aparecen por ningún lado. No importa, esperaré lo que sea necesario. Por suerte, nuestros padres saben que estamos aquí y vendrán en cuanto puedan.

Echo la cabeza hacia atrás y me remuevo en mi asiento, inquieta. Respiro hondo y paseo la vista por la habitación. Ni una mísera sonrisa. La mayoría parecen cansados y algunos tienen ojeras y la mirada perdida. Ni siquiera se han percatado de que mi hermano está aquí, así que tienen que estar muy encerrados en sí mismos.

A veces, para entretenerme, suelo imaginar la vida de las personas y me pregunto qué motivos les han podido llevar a estar donde están, aunque supongo que si están en la sala de espera de un hospital sus razones no serán muy buenas.

Me gustaría poder ayudarles, pero sé que eso no es posible, si ni siquiera puedo ayudarme a mí misma... Esto es deprimente. Me pregunto cómo me verán los demás, ¿luciré igual que ellos? Espero que no.

Cojo la mochila y busco algo que en realidad no sé lo que es. Está bastante vacía, como mi corazón ahora mismo. Mi móvil se ha roto, así que no puedo escuchar música para aislarme un poco. Saco mi libreta y paso las hojas con aire distraído. Me detengo en la última página, donde aún permanece la hoja de plátano que recogí hace unos escasas horas. La coloco delante de mis ojos mientras una pregunta me asalta. ¿De qué querías avisarme? Cuando la encontré, supe que estaba allí por algún motivo. ¿Tal vez para que me detuviera a pensar un momento? ¿para que regresara con Candy? ¿o tal vez para que me fijase en el cartel de teatro? Puede que no fuera ninguna señal y solo fuera una hoja más que se cruzó en mi camino. Sí, tiene que ser eso.

Trato de dibujarla en mi cuaderno, pero me tiembla tanto la mano que acabo abandonando la tarea. Vuelvo a mirar el reloj, ¿solo han pasado diez minutos? Qué tortura.

Observo a mi hermano, tiene los ojos cerrados, pero sé que no está durmiendo. Está perdido en su mundo. Ni siquiera tiene los cascos puestos, pero tiene la increíble capacidad de aislarse de todo cerrando los ojos. Estoy segura de que en su mente estarán bailando las notas de su próxima canción o tal vez la letra que hará temblar a muchos más corazones, aunque tal vez no esté pensando en nada, puede que tenga los ojos cerrados porque no quiere ver todos estos rostros tristes que nos rodean, para así también cerrar los ojos de su corazón y no sentir lástima por ellos. Apoyo mi cabeza en su hombro mientras acaricio su mano. Pasados unos minutos, decido cerrar los ojos para intentar aislarme del mundo y no sé cómo, funciona.



Me despierto cuando noto inquietud en mi hermano. Froto mis ojos y parpadeo unas cuantas veces hasta que la imagen de los padres de Candy se vuelve nítida. Hablan con mi hermano, pero parecen callarse cuando ven que he despertado.

—Dyla —me llama su padre, antes de que pueda decir nada—. ¿Cómo estás?

Su pregunta me desconcierta un poco, tal vez sea porque me acabo de despertar o porque simplemente es obvio que no debo estar bien.

—Candy... —murmuro—. ¿Qué ha pasado? —pregunto, de una forma casi exigente.

Noto cómo la madre de mi amiga se aferra al brazo de su marido y baja la mirada. Su padre no parece molesto a pesar de que no haya respodido a su pregunta, más bien parece preocupado.

—Vamos... díselo —musita su madre—. No sirve de nada ocultárselo a estas alturas.

Su padre suspira y entonces me doy cuenta de que parece haber envejecido cinco años de golpe. Tiene los ojos llorosos y hay arrugas que parecen haberse colado en su rostro cuando frunce el ceño. Aun así, no hay comparación con el rostro de su mujer. La madre de Candy tiene los ojos rojos e hinchados, el pelo revuelto y pegado al rostro y sus labios tiemblan débilmente. Es entonces cuando despierto, ¿cómo no me podía haber dado cuenta antes de lo mal que están todos? Puede que al final sea más terrible de lo que pensaba. Un pensamiento horrible me asalta y en ese mismo instante, se me hace un nudo en el pecho.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora