Silencio. Capítulo 6

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Dyla

Conforme el invierno se acerca, el frío se hace más notable. Así que intento calentar mis manos metiéndolas en los bolsillos, aunque sé que como tenga que esperar durante diez minutos más, empezarán a dolerme. Suelo ser bastante puntual cuando quedo con otras personas, pero supongo que si es Candy se lo puedo perdonar. Apenas la he visto desde que salió del hospital, donde permaneció casi dos semanas. Después de esa pesadilla tan real, todo parece haberse desvanecido un poco y tan solo queda un recuerdo algo desagradable que ya es parte del pasado. Así que hoy, por fin, hemos quedado para irnos juntas a lo que será nuestra primera clase de teatro.

Cinco minutos más tarde, aparece Candy por la puerta, pero no va sola, y eso es algo que me mosquea bastante. Quería hablar con ella para recuperar las semanas que había pasado en el hospital. Lo mejor es que su acompañante no es alguien que me resulte del todo agradable, aun así, intento disimular mi disgusto.

—¡Hola chicas! —las saludo.

—Perdón por haberte hecho esperar —Intenta disculparse Candy—. Es que nos hemos puesto a hablar y bueno, ¡el tiempo pasa demasiado deprisa! —Sonríe y mira a Natalie.

—¡Y que lo digas! Ha sido genial —dice Natalie, con notable entusiasmo—. Podrías venirte algún día, Dyla.

—Bueno —respondo, sin poder ocultar mi desagrado—. ¿Nos vamos ya? Es tarde.


—¿Estamos todos? —pregunta Agnes, después de haber pasado lista tres veces—. Mmm... bueno, creo que sí. ¿Comenzamos?

La sala es amplia y tiene un escenario al fondo. Por suerte, a alguien se la ha ocurrido la brillante idea de encender la calefacción. Me cruzo de brazos y me acomodo en la silla mientras observo a mis compañeros, dispuestos en un círculo algo deforme. Candy y Natalie están a mi lado, pero han juntado sus sillas y me han dejado fuera de lo que parece una apasionante conversación. También hay una chica bajita y morena que parece muy tímida y a su derecha, está un hombre de unos veinticinco años que tiene el pelo por los hombros de un color miel y es bastante ocurrente, porque en el tiempo que llevo aquí, ha contado cinco chistes bastante ingeniosos. A su lado, mantienen una conversación por lo que parece, bastante graciosa, dos chicas y dos chicos, de aproximadamente mi misma edad, que serán amigos. Ellas son gemelas, pero se diferencian porque una de ellas lleva el pelo teñido de rojo y la otra de azul. Uno de los chicos no deja de sonreír y el otro se peina un intento de cresta cada dos por tres.

—Para empezar a conocernos, vamos a hacer una presentación rápida —dice Agnes—. Os levantáis y decís vuestro nombre, los años que tenéis, vuestras aficiones y por qué os habéis apuntado a este taller. Vamos, no seáis tímidos. —Nos alienta.

El primero en presentarse es el hombre de pelo largo y la verdad es que no me sorprende cuando dice que le gustan grupos como Metallica o System Of A Down. Después le toca el turno al grupo de amigos, y cuando me quiero dar cuenta, ya estoy de pie, sin saber muy bien qué decir.

—Bueno... —digo, dubitativa—. Mi nombre es Dyla y tengo dieciséis años.

Me detengo un momento para pensar en los datos que debería dar y los que no, cuando la puerta se abre y aparece un chico alto y delgado, y por un momento tengo la impresión de haberle visto fugazmente antes.

—Perdón por llegar tarde e irrumpir de esta forma en clase —se disculpa—. Me quedé leyendo hasta tarde y hoy las sábanas se negaban a dejarme marchar.

—No te preocupes, toma asiento —dice Agnes—. Estábamos presentándonos.

Le sigo con la mirada, intentando ser lo más discreta posible, y me pongo muy nerviosa cuando toma una silla y se sienta a mi lado.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora