❄Miedo a dudar❄
Es sábado a medio día, y mamá sigue en su habitación, he intentado de todo para mejorar su estado de ánimo, pero nada funciona, parece que lo único viable es dejarla llorar hasta que saque todo lo que trae dentro y luego juntas intentemos buscar soluciones.
Permanezco con mi pijama (que consta de una camisa vieja y el pants que era de la secundaria) me hago un moño desordenado y bajo a preparar el desayuno.
(...)
Sirvo los Hot Cakes en dos platos y le llevo uno hasta su habitación a mi mamá, la dejo sola ya que sé es de las personas que no les gusta que las vean derrotadas, así que cada quién come por su lado.
Termino y salgo a la terraza a tomar un poco de sol, el clima está precioso y si fuese otro día, me estaría tomando fotos como loca.
Caracas (mi Golden Retriever) se acerca hasta recostarse en mi regazo en el piso, lo acaricio con parsimonia, como si el tiempo no pasase y todo fuera calma. Respiro el aire fresco y miro mi alrededor, la señora Méndez como todas las mañanas ha salido a regar sus peonias, me saluda como siempre y le sonrío en respuesta.
Su presencia por sí sola es tranquilizante, me hace pensar que después de todo en algún punto de mi vida, seré vieja y nada me preocupará más que vivir bien el final de la vida, los malos tiempos y errores sólo serán anécdotas que contar y todo aquello que me recrimino en el momento, será borrado por el tiempo.
Miro las nubes y sonrío, bajo la mirada otra vez al frente y abro los ojos desmesuradamente, quien me viese pudiera creer que se saldrán de mis cuencas, llevo mis manos a mis ojos y los tallo, no puedo creer lo que veo, el idiota del almuerzo está aquí.
En un impulso, corro a esconderme en la reja de la terraza, Caracas se queda quieto y lo llamo con señas para que se quite de ahí, pero es en vano. El chico, aun ayudando a la señora Méndez mira al frente y vuelve a bajar la mirada con lo que creo es una sonrisa ladeada. Recargo mi espalda en la reja de madera al ver que no hizo ningún movimiento y suspiro.
Vaaaya quién diría que la temeraria Eileen Lorenzo se escondería de este humilde mortal.
Miro arriba y encuentro su rostro inclinado mirando hacia abajo, sus brazos recargados en la baranda haciendo fuerza.
―¡Carajo! Me asustaste.
―Así tendrás de cochina la conciencia―ríe roncamente.
―Por cierto, ¿cómo rayos sabes mi nombre?
―¿Uh? ― hace un gesto de duda― ¿me estás diciendo que no sabes mi nombre? ― dice ofendido.
―Supongo que eso es obvio―respondo simple.
―Wow, pues creo que sólo diré que soy un admirador.
―Que miedo das.
―Puedo dar otras cosas si me dejas―alza una ceja coqueto, mientras rebusca algo en sus bolsillos y mi mente capta rápido la indirecta.
―¡Ni loca! ―le grito y me levanto a trastabillas hasta encontrar el pomo de la puerta y entrar a la comodidad de mi casa, azotando la puerta en el proceso.
Miro por la ventana y lo veo hacer un gesto confundido, lo observo sacar de su bolsillo lo que creo son gomitas y me siento estúpida.
Por Dios Eileen hasta donde se te fue la mente, él sólo te iba a dar dulces.
Si ya sabemos hasta donde se te fue la mente cochinona, bien que querías que te diera dulces, de esos que te borran hasta tu propio nombre por la emoción.
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Miedos
Teen FictionA ella le faltaba amor, él tenía mucho para dar, lo que faltaba era tiempo.