CAPÍTULO 8

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❄Miedo a obtener mi licencia❄


No importaba cuantas veces me habían dicho en medio de el millón de pláticas filosóficas de las que amaba ser parte que, al estar en proceso de morir, se entraba en un estado de calma inexplicable, y que por primera vez te sentías increíblemente relajado. Nada me preparaba para el momento en el que me encontraba, no era el cielo y mucho menos se acercaba a serlo, pero tampoco era el infierno; empezaba a creer que no era tan descabellado pensar que el averno ya era la Tierra en sí. Seguía en el mismo plano, o mínimo eso es lo que me obligaba a creer, se escuchaban gritos de un lado a otro, todo se veía hundido en una neblina blanca, sabía que iba corriendo, y mi cuerpo de vez en cuando se sacudía violentamente sin aparente razón alguna, haciéndome detener por milisegundos.

Creía tener una idea aproximada de donde me encontraba, pero ya no percibía ese característico olor que hacía picar mi nariz.

—¡Traigan el carro rojo, maldita sea! ¡La perdemos! — iban de un lado a otro, pasaban de mí y no se percataban de ello, quería pedir ayuda, pero no sabía con exactitud para que, probablemente regresar a donde todo había empezado, ni siquiera tenía idea que hacía aquí, sólo mi cuerpo me había llevado con este montón de gente unos cuantos minutos atrás.

Flashback*

Mis pies descalzos tocan el rocío del pasto, la canción que denominaba el soundtrack perfecto para mi infancia sonaba a la lejanía, unas pequeñas flores moradas caían en mi mano, olía a petricor y madera, estaba desconcertada por saber donde era este lugar que se asemejaba a lo que yo creía era el cielo, pero también tenía algo atorado en mi pecho, algo así como ¿miedo? ¿pánico? ¿incertidumbre? Ni siquiera podía identificar que era eso que me estaba asfixiando.

No sabía si estaban pasando los segundos, minutos u horas, sólo mis pies me conducían a una ligera luz color violeta que salía de aquel enorme árbol con flores moradas, mientras una ligera brisa de las mismas flores se esparcía a mi alrededor con su aroma.

Y camino a ese atrayente fulgor, mis pies dejaron de moverse, se escuchó un estruendo que me hizo voltear y ver como un grupo de personas se dejaban venir como si se les fuese una vida y no entendía el porqué, sólo mi miedo y la ansiedad en mi pecho crecían un poco más y quería llorar, quería gritar, pero no salía nada, quería que dejaran de acercarse porque me estaban arrebatando mi tranquilidad por la que había estado luchando (y no sabía porque estaba peleando), quería que dejaran de tocarme, quería mi libertad, de verdad, quería.

De repente todo escenario hermoso del que había sido parte cesó, como si de un diente de león en plena primavera se tratase, fui arrancada de ahí.

Fin del Flashback*

Mi respiración se detuvo un momento y creo haber dejado de escuchar mi corazón, pude ver por una fracción de segundo en cámara lenta todo a mi alrededor, pude ver aquel cuerpo tan destrozado sobre esa camilla, con muchas personas abrumándole para despertar algún signo que hiciese saber que seguía viva.

—Páseme más gasas, no podemos detener la hemorragia—mencionaba con una calma en la voz, pero desesperación en sus ojos ese joven médico, y mi miedo aumentó.

El terror creciente en mi pecho se desbordó, ya no quería sentirme en calma, ya no quería irme, me dio miedo entender lo que había hecho, me dio pavor pensar en mi madre despertando y leyendo esa carta, me dio miedo no volver a reír a lado de Farid y Bruno, de no ver a la señora Méndez regando sus peonías, de no volver a oler el aroma a frutas del shampoo que le coloco a Caracas cuando le baño y que este se sacuda cerca de mí, me dio terror no esforzarme, me asusté porque sin razonar probablemente me estaría privando de todo lo que experimentaría a futuro: esa mágica primera vez a la luz de la luna con música de Luis Miguel de fondo, las escapadas a fiestas y regresos a la 1 am, los festivales en donde haría el ridículo bailando la coreografía de los pollitos que seguramente les pondrían a mis futuros hijos, el primer y último amor, el primer beso dado con entrega, no podría cumplir mi sueño de ir a Corea a conocer a BTS, nunca iría a un concierto de ellos y probablemente los haría sentir mal por no lograr que me aferrase y amase lo suficiente, todo era una pesadilla causada por mi repentina estupidez, y nuevamente, me sentía frustrada.

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