Amelie Aubriot

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No teníamos ni idea de quién podría ser. Cuando se aparto un poco, dejo ver a Amelie bajando por las escaleras.

Llevando un precioso vestido azul claro con mangas cortas y los volantes más bonitos y sutiles que nunca había visto en ningún otro vestido. Su precioso pelo dorado, resplandecía bajo la brillante luz de los pasillos y lo llevaba recogido en una media coleta adornado con bonitas flores del mismo color que su vestido. No llevaba maquillaje pero, su cara tenía colorete y los labios de un rosa que resaltaba sobre su pálida piel.

Draco nos dijo que había venido para seleccionarse en una casa puesto que no podía haberlo hecho en su momento. Yo la saludé con entusiasmo, la echaba mucho de menos. Alba también pareció encantada con su presencia y el resto del día lo pasamos enseñándole el resto del castillo mientras ella nos acompañaba a clase y se la íbamos presentando a todos los profesores. Al llegar la noche, en el Gran Comedor, la profesora McGonagall sacó el sombrero seleccionador y se lo puso a Amelie. El sombrero estuvo dudando y decía:

Valiente..., y muy honesta si, aunque también veo astucia pero..., mmm. ¿Dónde está el mejor sitio para ti? Veo inteligencia en esta chica, así que creo que el mejor lugar para ti es... ¡Ravenclaw!

Grito con todas sus fuerzas del sombrero seleccionador.

Los de Ravenclaw aplaudieron entusiastas y solo Alba, Draco y yo aplaudimos también. Estábamos muy contentos de que viniera a Hogwarts. Ella viajaba mucho porque sus padres eran zoólogos y debían viajar para conocer más especies, por eso no pudo asistir a la ceremonia a principio de curso.

Alba, que también amaba a los animales, le pregunto cosas sobre todo sus viajes. Ella explicó que era muy bonito viajar por todo el mundo para conocer nuevas criaturas, pero que ansiaba tener un lugar al que pudiera llamar hogar y esperaba encontrar en Hogwarts es estupenda sensación que no tenía desde que cumplió los cinco años y sus padres la vieron lo suficientemente mayor como para que les acompañar a sus viajes. Hasta este momento Amelie se quedaba en casa con su abuela Isabelle en París, en una pequeña casa a pocos kilómetros de la Torre Eiffel. Pero cuando su abuela murió al cumplir los cinco años, sus padres no tenían con quien dejarla y por eso tomaron la decisión de llevársela. Vendieron la pequeña casa para conseguir algo de dinero y poder cuidar mejor de su pequeña Amelie y los tres juntos salieron en busca de nuevas especies y criaturas que pudieran sustituir todo lo que su hija había perdido y dejado en París: su infancia, a su adorada abuela, los pequeños caminos que recorría cuando era niña, la torre Eiffel que tantas veces había subido hasta su cima para contemplar la ciudad como si todas las pequeñas personitas fueran hormigas, a todos sus pocos pero fieles amigos que tenía, incluso su único recuerdo que le quedaba de un lugar al que pudiera llamar casa. Desde entonces Amelia buscaba gente con la que pudiera compartir su vida sin que a estos les importe la distancia. Había recorrido casi todo el mundo, pero no había encontrado nada más único que lo que tenía en París. Allí tenía algo por lo que pelear, algo por lo que valía la pena quedarse: una familia. Desde que su abuela murió, sus padres habían tenido que hacer números sacrificios para que ella pudiera crecer de la mejor forma posible, pero sin darse cuenta le estaban arrebatando lo más importante de la infancia: el amor de una familia y el tener la posibilidad de pensar cómo sería volver a casa cada noche y ver una bonita puesta de sol desde la ventana de tu habitación. Amélie siempre vivió contemplando todas esas bonitas puestas de sol desde la ventana de baratos hoteles y pequeños moteles que sus padres podían permitirse. Caminaba a menudo todos los días y la educación que tenía era escasa y desde su casa, ya que sus padres no se podían permitirse el lujo de llevarla hasta colegios alejados de los bosques, selvas y riachuelos en los que buscaban criaturas exóticas. Pero nunca se dieron cuenta que la criatura más importante que tenían que proteger era la que tenía delante de sus propios ojos, ni siquiera se habían dado cuenta de la bruja tan excepcional que era su hija. Cuando ella les pidió ir a Hogwarts, ellos se negaron, dijeron que para qué necesitaba otro sitio al que no pudiera llamar casa. Ella se enfadó y respondió que sería más su casa que cualquier otro lugar del mundo excepto aquella pequeña casa de París con la que aún soñaba regresar y ahí volver a encontrar todos los recuerdos de la única abuela que había conocido. Sus padres, enfadados, accedieron con la condición de que debían terminar antes su último viaje a Estados Unidos, por lo que no podría empezar el curso el mismo día que todos los demás. Ella accedió, pensó que al menos conseguiría algún amigo. Y así era, allí estábamos Draco, Alba y yo para apoyarla en todo lo que necesitara.

𝙷𝚊𝚛𝚛𝚢 𝙿𝚘𝚝𝚝𝚎𝚛 𝚢 𝙴𝚕 𝙴𝚜𝚌𝚞𝚊𝚍𝚛ó𝚗 𝙷𝚘𝚐𝚠𝚊𝚛𝚝𝚜 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora