Parte 9 - 3 a.m.

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En este mundo no hay forma en que te vea con los mismos ojos de antes, también es imposible que mi manera de pensar respecto a ti cambie.

Algunas veces tu traición duele, algunas veces pienso que vas a intentar matarme de nuevo, algunas veces siento la sangre que mancha tus manos y algunas veces soy cómplice de tus maltratos.

Sé con firmeza que el amor de hermanos que compartimos en nuestra época de adolescencia fue fingido, pero para mí fue real.

Yo realmente te amaba, Dio.

Tengo la certeza que de pequeño aprendí a amar, recuerdo a más de uno tendiendome la mano en señal de afecto pero sé que yo nunca aprendí a olvidar a quien me amó; Aún así, ¿por qué soy incapaz de recordar sus rostros? ¿Por qué el tuyo es el único que resalta en mis memorias?

¿Por qué todo se vuelve tan difuso en tan poco tiempo?

Quizás la memoria es una cualidad que sólo los vivos conocen y pasar tanto tiempo en un limbo pasa factura.

¿Por qué tomé tu mano?

¿Por qué me quieres contigo?

Estar cerca de ti es natural. Verte sin decir una palabra es normal y entonces olvido que tengo la fuerza suficiente para detener tus brazos y la cabeza del viejo estalla en pedazos.

Lo más molesto de todo esto es que lo único que parece irritarte es que su sangre manchó tu ropa y que sus arrugadas manos deshicieron tu peinado.

—No tenías que hacer eso —Te digo y parece que no te importa, también puede que no me escuches. Últimamente me lo dices: Que mi voz suena más baja de lo normal, que ya no soy el mismo de siempre.

¿Cómo podría serlo?...

—Vamos Jojo —Demandas y avanzas por el estrecho pasillo sin siquiera voltear a verme. Das por sentado que voy a seguirte cual perro fiel a su amo y, ciertamente, tienes razón.

—Voy detrás de ti.

El pasillo está lleno de fotos. Retratos del hombre que acaba de morir, de la que probablemente es su mujer y su hija. Hay imágenes de esa misma familia en cantidad de escenarios felices.

Entonces miró al suelo al sentir un chapoteo. Es la sangre de la mujer de las fotos y en sus brazos esconde el rostro de una mujer aún más joven, su hija. Ambas igual de frías con una expresión de terror en el rostro.

No tiene caso pedirles perdón. No tiene caso lamentar su deceso. Ya ni siquiera las lágrimas brotan de mis ojos.

Levantó la vista y ambas estan ahí, abrazándose una a la otra con fuerza y con cariño sin notar que puedo verlas.

Suspiro.

Me agachó y tomó sus cuerpos con cuidado en mis brazos. Tú, Dio, me ves y aún así me permites avanzar y hacer lo que deseo.

Es la primera y última vez que rompemos nuestro acuerdo.

Él patio de atrás de aquella casa es amplio. Hay un baúl a un costado con herramientas de jardinería.

Dejó a ambas mujeres en el suelo con delicadeza y me dispongo a tomar la pala y cavar dos agujeros en la tierra. Uno al lado del otro.

Cuando termino, los rostros de ambas mujeres se ven más tranquilos.

Entonces voy a buscarte.

Te veo mirando por una de las ventanas del segundo piso de la casa. Las luces están apagadas y al ser pasada la media noche no te preocupas por la luz del sol.

Solo es la luz de luna brillando. Solo la luz de la luna mostrándome a donde mirar.

—Dio —Te llamo y ni volteas a verme. Así que solo tomo asiento cerca tuyo.

—¿Cómo estuvo el funeral? —Tu voz y porte es igual que siempre.

—Tranquilo supongo —Respondo y busco tu mirada en lo que formuló mi siguiente pregunta, más no me miras. Tu mirada no se dirigió a mí en toda la noche. —¿Te diste cuenta? Hay botellas de vino y licor tiradas por toda la casa.

Me agachó y tomó una de tantas. Aún hay algo de líquido adentro que no me aventuró a tomar. La etiqueta es de una marca que no conozco y ver el año se siente extraño.

—El padre era un alcohólico. Mató a su esposa e hija antes de que llegáramos.

Devuelvo la botella a su lugar y miro la puerta notando como el hombre viejo de antes tropieza y busca exasperado por todos lados algo que probablemente no esté allí.

Pateó la botella, está rueda y cuando llega a él lo traspasa sin ningún esfuerzo. El viejo sigue buscando y al no hallar nada abandona la habitación.

—Su nombre era... Darío Brando —Mencioné al recordar.

Tardaste unos segundos en decir nada.

—¿Lo viste?

—No. Lo mencionaste una vez, en casa, cuando estudiabas para obtener tu título de abogado. —Cierro los ojos y me relajo en mi asiento —Tengo la sensación de que el hombre del piso de abajo y... El señor Brando se parecen.

—¿Parecerse en qué sentido? —Preguntaste, y por tu tono diría que sabes la respuesta.

—Lo escuché de ¿mi padre?, él no tenía razón alguna para acogerte como su hijo y aún así lo hizo. Sé que al señor Brando le encantaba beber y eso mismo fue lo que lo llevó a la muerte —Guarde silencio unos segundos esperando a que me corrigieras en caso de haber errado pero no. Permaneciste callado incitandome a continuar: —. Es ese tipo de persona, solo buscaría una botella en el suelo para continuar bebiendo sin molestarle ser visto, puesto que no le importa que pueda perder ya que no tiene nada que cuidar. Si algo queda seria su orgullo pisoteado y roto.

Siento tus labios sobre los míos, una de tus manos sosteniendo mi barbilla y la otra acariciando mi hombro. Me besas y aún así me dejó hacer pensando cómo puedes seguir humillandome así, pecando, arrastrandonos cada vez más profundo al infierno.

—Jojo —Susurras en mi oído. Otro pecado más que compartimos. —, olvidate de todo y todos ahora mismo y céntrate sólo en mí.

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