· U N O ·

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Ultimo año en la universidad y no se que me da más miedo, si los exámenes o la tesina que tengo que entregar alfinal.
Ya se han acabado las vacaciones, ahora vienen todos los exámenes de golpe y estoy hecha un manojo de nervios. He leído en alguna página de internet que, el estrés genera electricidad, por lo que yo debo ser una bomba de electricidad.

¿Y por qué no has explotado?

Oh no, ya empezábamos

Estoy cursando la carrera de astronomía. Desde pequeña siempre me han llamado mucho la atención las luces que volaban por el cielo. Algunas eran blancas, otras en cambio, si te fijas bien, pueden tener distintos colores como rojo o naranja. Siempre me ha fascinado ver la luna desde la ventana de mi habitación, aunque siempre he querido verla de cerca y conocer sus rincones secretos.
Estaba tan sumida en mis apuntes de relatividad, estudiando al gran Albert Einstein, que ni siquiera me di cuenta de que me padre había entrado a mi habitación, hasta que me ha dio un pequeño apretón en el hombro. Me giré hacia él, lo miré y retiré de mis orejas los auriculares.

—Quiero que le enseñes las instalaciones de la mafia la chico nuevo —retiró su mano de mi hombro y giró sobre sus talones, dispuesto a irse
—¿Por qué tengo que hacerlo yo? —hice una mueca de desacuerdo —Tú eres el jefe. Tú debes encargarte de tus hombres y tú negocio ¿no? —observé como los pasos de mi padre se paraban, poco antes de llegar a la salida
—Yo estoy muy ocupado —en ningún momento se volteó para mirarme —No puedo perder mas tiempo —una leve risa escapó de mis labios, haciendo que mi padre se voltease hacia mi, con el ceño fruncido
—Yo también estoy ocupada, ¿no lo ves? —señalé mi escritorio lleno de papeles y apuntes de la universidad. Mi padre se acercó con pasos lentos hacia mi mesa —No eres el único
—No se porque te empeñas en seguir estudiando esto —pude notar molestia y enojo en su tono de voz. Cogió uno de mis libros de astronomía con desgana y lo comenzó a ojear, o mas bien, examinar —Te acabarás dedicando al negocio familiar —sus ojos no hacian nada mas que ver con asco el libro, como si fuera la peor cosa del mundo —Es algo inevitable, está en tu sangre —le quité el libro de las manos
—No estés tan seguro —separé mi silla del escritorio y me coloqué frente a él. Estaba ya un poco harta de que siempre despreciase mi carrera, diciendo que era mejor el trabajo que tenía él
—La oveja negra de la familia siempre me ha gustado mas —mi padre, inmediantamente, frunció tanto el ceño que parecía que las cejas se le juntaron, formando una sola. Se cruzó de brazos, dispuesto a hablar pero yo continúe —Aunque esta familia esta llena de ovejas negras, por lo que, quizás, yo sea la oveja blanca —recibí, por parte de mi padre, una mirada furiosa. Su boca se convirtió en una línea recta y su mandíbula se tensó tanto que pude oír sus dientes rechinar
—Ve. A. Enseñarle. Las. Instalaciones. —su voz era grave, hizo una pausa entre cada pabalara, dando así un tono mas amenazador

Salí de mi habitación a regañadientes. Escuchaba los pasos de mi padre detrás de mi, pisándome los talones.
Llegamos a su despacho, y un chico se encontraba sentado en una de las silla con la mirada puesta en su móvil. Mi padre se sentó frente a él y me hizo una señal para que me acercase. Entré y me paré unos metros detrás del chico. Este al ver a mi padre, rápidamente retiró la mirada delaparato y se puso recto. Se notaba a leguas que era nuevo en este mundo.

—Mi hija te enseñará las intalaciones de la mafia —me señaló con un leve movimiento de cabeza. El chico se giró hacia mi y sonrió —Después, uno de mis hombres te enseñará todos los planes y te explicará como funciona el interior de la mafia.

El chico asintió con la cabeza y seguidamente, mi padre se puso a realizar algunas cosas en su ordenador. El chico se levantó y se paró a mi lado. Su mirada recorrió todo mi cuerpo, de arriba abajo, hasta que se detuvo en mi rostro.
Di media vuelta y me encaminé hacia las intalaciones, sin embargo, no escuchaba alchico caminar detrás de mi. Me volví hacia él y seguía parado en la puerta del despacho de mi padre.

—No tengo todo el día —mi tono de voz era serio. Una sonrisa burlona apareció en su cara —¿Qué te hace tanta gracia?
—No nos hemos presentado —comenzó a caminar hacia mi. Se quedó parado a unos metros de mi, estiró su brazo y su mano quedó frente a mi. Supuse que su idea sería que estrechasemos las manos, pero eso no entraba en mis planes —Soy Albert Lingston
—Yo soy Rhea Bruns —seguí caminando. Esta vez él me seguía de cerca

El camino fue silencioso. Ninguno de los dos dijo palabra alguna, lo que fue mejor para mi. De vez en cuando, miraba hacia atrás y observaba como el chico, se quedaba ensimismado mirando, o más bien, examinando, cada lugar por el que pasábamos.

Al cabo de diez minutos llegamos a la sala de entrenamientos. Algunos de los hombres de mi padre se encontraban allí entrenando, hablando o simplemente limpiando sus armas.
La sala era enorme, había todo tipo de armas con las que prácticar, y todo tipo de secciones donde entrenar, desde tiro hasta combate cuerpo a cuerpo. Todas las paredes eran grises y el lugar era iluminado por unas luces blancas, similares a las que hay en los colegios. Continuamos andando, hasta que llegamos a la zona de las armas, es decir, la sección de tiro.
Los hombres que había allí me saludaron, y se me quedaron mirando extrañados, no era normal verme por allí. Odiaba aquel lugar. Mi padre me ha hecho pasar muchas horas aquí, no me dejaba salir hasta que no fuese una de las mejores, por lo que, no me quedó otra que convertirme en una de ellas si quería recuperar mi libertad.
Vi como Albert cogía una de las armas y apuntaba hacia el muñeco que tenía enfrente.
No disparó. Sino que su mirada separó en mi.

—¿Te echas una? —preguntó entregandome una de las pistolas. Su pregunta me había pillado complatamente desprevenida. No tomé el arma
—Las armas no son un juguete —me crucé de brazos y lo miré, esperando que captase la indirecta —Esto no es uno de tus queridos partidos de fútbol —él rio ante mi comparación
—¿Tienes miedo de que sea mejor qué tú? —ahora fui yo quien se rio y Albert me miró desconcertado

Hazle callar.

—Yo no estoy metida en esto —le quité el arma de las manos y la observé detenidamente. Tenía todas las balas, no se había utilizado. Miré hacia el muñeco y cargué la pistola —Estoy deseando ver como me superas —disparé hacia el muñeco y di tres veces de pleno en su cabeza. Salió disparada una bala tras otra. El muñeco cayó hacia atrás. Me giré hacia el chico y pude contemplar su cara llena de asombro —Bueno, tengo otras cosas mas importantes que hacer —le devolví la pistola —Ha sido un placer conocerte....Albert

La Oveja BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora