• S E I S •

9 1 0
                                    

Estaba de vuelta en mi casa, y mi padre estaba ansioso por escucharme decir que me habían aceptado. Cualquier persona, podría decir que se alegra por algún logro de su hija, pero no, simplemente se alegra porque, sabe que de nuevo se ha salido con la suya.
Me sentía triste, mal conmigo misma por hacer esto, pero deseaba con tantas fuerzas mi libertad, que haría cualquier cosa.
Recorrí con mi mirada la sala. Mi padre estaba al frente. Su cara era iluminada por una emoción que jamás he visto, y una sonrisa surcaba sus labios. Sin embargo, esta no llegaba a los ojos. Algunos de sus hombres estaban tras él, no entendía para que, como si yo fuera a hacerle algo a mi padre...como si pudiese. Mi mirada se posó en Eric. Su rostro no tenía ni una pizca de felicidad, sus labios estaban curvados hacia abajo y sus ojos, esos ojos grisáceos, desprendían pena y dolor. No por él, sino por mi.

—Me han aceptado —dije sin retirar la mirada de Eric. Apartó la mirada bruscamente de la mía
—Sabía que lo conseguirías hija mía —mi padre me abrazó fuertemente y yo me quedé muy muy quieta ante esa repentina muestra de afecto. Era una de las pocas muestras de amor que hacia mi padre y aunque fuera mentira, decidí aferrarme a que lo hacía de corazón y lo abracé —¿Cómo ha ido?- regresé la mirada a mi padre
—Me ha dicho que me vaya a vivir con ellos —mi voz era seca. Esperé pacientemente a que mi padre se negase a ello. Un pequeño rayo de esperanza había en mi interior, esperando a que se negase a esa petición
—Perfecto —dijo como si fuera lo mas normal del mundo —Haz la maleta —me quedé atónita al escuchar aquello. Una parte de mi sabía que iba a pasar esto, pero la otra tenía la esperanza de que no, de que se negase. Yo seguía sin creerme las palabras que salieron de su boca. Sentí como mi corazón se quebraba , mas de lo que ya estaba.
—Se nota que me quieres a tú lado —dije con decepciónen la voz
—¿Quieres irte de la mafia y seguir estudiando? —ladeó la cabeza y enarcó una ceja. Se alejó de mi —Pues cumple tú misión

Subí corriendo a mi habitación intentando retener las lágrimas en vano, estas ya habían huido de mis ojos. A estas alturas no se porque esperaba una muestra de afecto de mi padre.
Nose porque esperaba que me quisiera a su lado.
No se porque esperaba algo que nunca ha querido.
Apoyé la espalda contra la puerta, cerrándola y deslizándome por ella hasta que quedé sentada en el suelo, con la cabeza entre las piernas y el abdomen y mis brazos, abrazándome a mi misma.
Cuando me calmé, empaqué todas mis cosas importantes. Ropa, libros, recuerdos, fotografías...
Cerré la maleta, entré al baño, me lave la cara y volví a la sala donde anteriormente estaba con mi padre, como si no hubiese pasado nada.
Nadie se había movido, todos seguían en sus puestos, como si fueran estatuas.
Me dirigí a la puerta, pero me padre me retuvo y me giró para que lo mirase. Me tendío un teléfono, que yo acepté sin decir palabra alguna.

—Solo puedo llamarte yo y solo puedes llamarme tú —dijo señalando el telefóno —Nos reuniremos en secreto, en sitios concretos —indicó mi padre con voz ruda —Mis hombres pasarán a buscarte donde yo les diga, y tú tendrás que estar ahí
—Por supuesto —contesté, sin un apicé de emoción en mi voz

Posé mi mirada por última vez en Eric y noté que sus ojos estaban mojados, al igual que sus negras pestañas. Un enorme nudo se me hizo en la garganta al verlo así, tan roto, porque él, al igual que yo, sabíamos que esta misión no era tan fácil como la pintaba mi padre.
Mis ojos volvieron a mojarse y a mi cuerpo se le olvidó como respirar. Sentía una inmensa presión en mi pecho, como si se me hubiera sentado un elefante encima.
Me giré hacia l apuerta, la abrí y antes de que pudiera poner un pie fuera de la que era mi casa, mi padre habló de nuevo.

—Haz bien tú trabajo —no contesté, no tenía ganas de hacerlo, solo quería irme lejos de allí... lejos de él. Avancé con un pie hacia la calle y mi padre me detuvo de nuevo, pero esta vez agarró mi muñeca —No te enamores del chico. El amor solo te daña, te vuelve débil y destruye cada molécula de tu cuerpo —me harté, estaba harta de que siempre intenté manejar mi vida a su antojo. Me volteé hacia él y me solté bruscamente de su agarre
—¿Eso te pasó con mamá? ¿Te volvió débil? —volví a sentir ese nudo en la garganta y como las lágrimas se me amontonaban en los ojos, pero no aparté la vista de él —Aunque tienes razón en que el amor te daña y destroza cada parte de tu ser —me callé por un momento, esperando alguna interacción de su parte , pero al ver que no decía nada continué —Eso hizo tu amor con mamá ¿no? —mi padre me acercó velozmente a él, levantó su mano, yo cerré los ojos esperando una bofetada que nunca llegó. Abrí mis ojos y la mano de mi padre seguía suspendia en el aire.
—No hables de lo que no sabes —dijo por fin, pero yo no me iba a quedar callada
—Sé mas de lo que crees —a mi menté regresó el recuerdo de la última vez que vi a mi madre. Meneé la cabeza para hacerlo desaparecer —Pero tranquilo, no me enamoraré —me giré y salí por la puerta y antes de cerrarla, me volví a detener. Mi mirada se había posado en el cielo, el cual ya estaba casi negro completamente. Las estrellas comenzaban a dejarse ver y yo buscaba en ellas la paz que hace tanto tiempo había perdido —Un corazón cuando está roto, no puede amarse a si mismo... —me callé por unos segundos, intentando que las palabras que estaba diciendo no me doliesen como lo estaban haciendo —...Ni a nadie mas —susurré. Mis ojos se posaron en mi padre otra vez, quien no tenía emoción ninguna en su rostro. Era como si fuese un robot, un humano sin ninguna humanidad en su cuerpo, como si hubiese desterrado las emocines lejos de él. No obstante, yo si sentía y mi corazón ahora mismo dolía demasiado, tanto que no sabía ni como yo seguí en pie. Todo mi interior temblaba. Mis rodillas estaban a punto de ceder y hacerme caer al suelo —Mi corazón está tan roto que, cualquiera que desee entrar... se lastimará antes de hacerlo —fue lo último quedije y cerré la puerta delante de sus narices, dejándolo con la palabra en la boca. No quería seguir escuchándolo, cada palabra que decía me destruía mas y yo creo que ya lo estoy bastante, y no se cuanto mas aguantaré.

La Oveja BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora