• T R E S •

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La universidad. Mi querida universidad. Mi único lugar de escape de todo el mundo que rodea a mi padre. Aunque no se que es peor, si recibir las miradas denigrantes de tu padre o que tus queridos compañeros ni te miren.
Conforme atravieso las puertas de la universidad, todas las miradas se posan en mi. Odio ser el centro de atención.
Hay personas que su mirada lo único que transmite es miedo, otras me miran de forma sigilosa, pese a que no disimulan mucho, y otras ni siquiera me miran, incluso cuando paso por su lado agachan la cabeza.
Al principio me afectaba, no obstante, ahora ya estoy acostumbrada. ¿Quién en su sano juicio se acercaría la hija de Uriel Bruns?
Todo es culpa de la reputación que tiene mi padre. Todo el mundo piensa que soy igual que él, que hago las mismas cosas, que si me miran o dirigen la palabra los mataré...pero no soy así, soy todo lo contrario a mi padre. Quizás eso solo lo piense yo.
Me dirigí hacia mi taquilla sumergida en mis pensamientos. Yo nunca haría daño a nadie. Detrás de esta envoltura de chica mala, seria, borde o fría....solo hay una niña que quiere ser libre, quiere ser tal cual es...ser querida, escuchada...comprendida y...feliz, una niña llena de bondad...a la que nadie hace caso o todos tienen miedo, una niña a la cual nadie conoce realmente y tampoco dan la oportunidad.
Cogí mi libro de física y me fui a clase. Me senté en una las mesas de atrás, al lado de la ventana. Me gustaba observar la ciudad desde allí. Las personas tranquilamente paseando por las calles, riendo, siendo felices. Mi mirada se centró en una familia. La pequeña niña agarraba con una de sus manos la de su padre y con la otra la de su madre. Iba dando pequeños saltitos, riendo a carcajadas, podía ver la felicidad brotar en sus ojos. Una inocente sonrisa surcó mis labios, al recordar que, por un tiempo, yo fui igual de feliz. Sin embargo, todo aquello pareció quedar muy lejos.
Una lágrima se deslizó por mi cara, la retiré bruscamente, no era momento de llorar. Eso era pasado, un pasado que deseaba que volviese, pero era imposible, eso nunca regresaría.
Por el rabillo del ojo, vi como un chico que nunca antes había visto se sentaba a mi lado. Todos le daban una mirada de advertencia, le decían que no se sentara conmigo, pero no pareció importarle. Dejó sus cosas sobre la mesa y se sentó a mi lado. Sonreí interiormente.
El chico se giró hacia mi y sonrió. Su sonrisa era hermosa y sincera, llegaba hasta sus ojos, los cuales se achinaron, un gesto que me pareció lindo.
No supe como actuar. Llevaba mucho tiempo sin socializar con nadie. Estaba nerviosa.

—Hola, soy Eros Sallow, encantado— colocó su mano delante de mi. Su sonrisa seguía intacta
—Como el dios del amor, alias Cupido— reí y seguidamente estreché su mano — Encantada, yo soy Rhea —un atisbo de sorpresa recorrió su rostro
—Rhea, como la hija de Urano y Gea, una titánide —sacó su libro de física de la mochila. Lo hacia todo con suma delizadeza
—Veo que conoces la mitología griega— volví a mirar por la ventana
—Es una de las cosas que me fascina— le oí decir. Después todo se quedó en silencio de nuevo —¿Qué tanto miras?— oí su voz tan cerca de mi que sentí su cálido aliento sobre mi cuello, algo que hizo estremecerme. Todo mi vello se erizó al sentirlo cerca de mi cuerpo. Me sobresalté y volteé bruscamente.
—Nada —fue lo únco que dije —admiro el paisaje

La clase de física comenzó. El profesor no paraba de apuntar cosas en la pizarra, iba de un lado a otro. Escribía en un sitio y luego se iba al otro extremo de la pizarra sin previo aviso.
Era muy dificil seguir su clase sino estabas atento. Por suerte, tomar apuntes era una de mis cosas favoritas, me mantenía entretenida y distraída de mis pensamientos.
La clase finalizó mas rápido de lo que me hubiera gustado. Las siguientes dos horas no tenía clases y después venía el almuerzo, por lo que tenía 3 horas libres para hacer lo que quisiera. Aunque siempre aprovechaba cada momento libre que tuviese para repasar o terminar mis apuntes para estudiar.
Metí mis cosas en la mochila y salí de la clase. Pensaba que tendría uno de esos días en los que tenía paz, pero quizás hoy no fuera uno de esos días, porque tenía a alguien pisándome los talones. Al girarme no vi a nadie, puede que hubiesen sido imaginaciones mías, puede que me haya emocionado al pensar que el chico nuevo sería diferente a los demas, que podría entablar una amistad con él y que no se iría como todos, pero al parecer estaba equivocada.
Proseguí con mi camino, pero algo bloqueó mis vista. Todo se volvió negro, no obstante seguía escuchando el bullucio que provocaban las voces de los estudiantes. Llevé mis manos hacia mis ojos y recorrí con ellas lo que impedía mi visión. Unas manos, eso era lo que dificultaba mi vista. Hice fuerza para retirarlas, pero no lo conseguí. Escuché una risa tras de mi, proveniente de la persona, dueña de estas manos.

La Oveja BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora