Capítulo 8

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Me puse cómoda en mi cama, sobrellevando una excitación que estaba en su punto álgido. Este libido me provocaba ataques de calor. Paola sonreía al verme así. Me acerqué a ella y le quité la falda y todo lo demás. Luego empecé a acariciar su cuerpo de arriba a abajo: ella sonrió y también entró al juego.

Las caricias empezaron en mis rodillas y terminaron en mi falda. Creo que el fuego de la pasión se había desencadenado.

—Espera... —dijo Paola con inquietud.

—¿Qué pasa? —respondí.

—Solo quiero saber si esto que vamos a hacer no lo sabrá nadie.

—Obvio, cielo. Lo que pase acá no saldrá de esta habitación. Ya tenemos 16 años...

—Okey, pero ¿crees que nos duela? —preguntó.

—No sé, pero como tú serás la pasiva, lo averiguarás ahorita.

Paola quedó acostada boca arriba y con las piernas flexionadas. Estaba tan excitada que cada miembro de su cuerpo temblaba. Luego, abrió las piernas con lentitud para revelar su genital, con escaso vello púbico.

Me acerqué a su parte íntima, que ya no lo era y la toqué despacio, mientras que ella acariciaba mi mejilla. Luego me quité la camisa, la falda hasta quedar desnuda como ella. Yo tenía más vello que ella o me hacía falta lentes.

La miré y comencé a masturbarla delicadamente, con mi dedo anular provocando un espasmo intermitente en su cuerpo. Lo hice más rápido y entonces ella puso su mano en mi hombro, como si me dijera que iba pasar algo con su cuerpo. Tal vez una explosión de placer. Era hora de las tijeras.

No sé cómo, pero el latoso de Abraham entró en mi mente, pero no iba arruinar este momento. Me detuve y cogí el dildo con correa, que dije que no me pondría, pero el libido me empujaba a hacerlo: me lo puse con rapidez. Acto seguido, llevé el pene de goma a sus labios vaginales y con delicadeza entró en su totalidad. Paola sintió algo nuevo.

En ese momento pensé en lo que me había dicho Abraham. Ella soltó un quejido de placer cuando el pene salía y entraba, y así sucesivamente. Se rio como un reflejo inconsciente al placer y luego se tapó la boca, por vergüenza. Su voz se tornó aguda.

Entonces fui más rápido y como estábamos tan excitadas, ella sintió mucho placer en el acto. Su cubría la boca, se tapaba la cara con la almohada para que no supiera que lo estaba gozando. Era imposible reprimir la sensación de placer y, por ende, los gemidos.

Mientras la cogía con mucha celeridad, ella tocó mi muslo y me dio la orden de detenerme.

—Pao, ¿qué pasa? —pregunté.

Carraspeó con agitación y dijo:

—Ailyn... ¿Es normal que tenga ganas de hacer pipí?

—Hum... —Me quedé en silencio—. Creo que sí, pero cada mujer es un mundo.

Volví a la faena y sus gemidos se hicieron más intensos y el placer subía conforme yo me movía. La cama rechinaba con mucha sonoridad y vi en su rostro angustia por tanto placer, buscando de donde agarrarse. Tal vez debía parar porque posiblemente la haría llegar al orgasmo. Pero luego pensé en Abraham y en el miedo a perder a mi amiga y no me detuve.

Microfalda ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora