Levanté la vista de mi ordenador, porque por alguna razón me sentí observado. Y no me equivoqué. Frente a mí, apoyada en la puerta, había una chica. Una chica muy alta, con una larga melena color caramelo con reflejos cobrizos, unos enormes ojos marrones que me recordaban a alguien, unos labios carnosos en ese bello, pero frío rostro. Era una figura perfecta. ¡Maldita sea! Sentí que mi entrepierna crecía sin previo aviso y la calma dio paso a la incomodidad. No había esperado esa reacción con solo mirar a una chica, que no parecía tener más de la edad de la otra que se fue. Pero ella me miraba con los ojos entrecerrados y reconocí esa visión inmediatamente. Era Selena. Tenía la misma mirada penetrante que cuando apenas tenía nueve años y era una niña pequeña.
Como no dijo nada y se quedó mirándome, decidí que era mejor levantarme y saludarla.
—Hola, eres Selena, creo. ¿Cómo te sientes? —dije con una voz muy tranquila.
No contestó y siguió mirándome fijamente con esos peligrosos ojos felinos. Tal vez quisiera intimidarme, pero no iba a poder. No conmigo, no lo haría.
—Siento mucho lo que les pasó a tus padres. Sé lo difícil que debe ser...
—¿Lo sabes? —lo soltó, y pude sentir el dolor en sus palabras.
—Sí, lo sé. Eran mi hermano y mi cuñada. Lo sé. No tanto como tú, pero lo sé —dije con la misma calma pero con firmeza.
—Curioso. No has aparecido en años, no creí que pudieras sentir nada. Y ahora te encuentro aquí, en el despacho de mi padre, ocupando su lugar. ¿Es eso lo que has venido a hacer? ¿Tomar su lugar? Porque si es eso, déjame decirte que no lo permitiré.
Su voz estaba llena de ira, odio y tristeza. El dolor de la pérdida de alguien casi siempre nos convertía en víctimas del odio y la ausencia de fe.
—Selena, sé que estás dolida por lo de tus padres, pero no he venido a disgustarte. He venido a ayudarte. Y tú lo sabes. No quiero sustituir a tu padre, y tampoco podría hacerlo yo. Solo quiero estar aquí para ti.
Vi las lágrimas en sus ojos y esa imagen, por alguna razón, me molestó. No quería que llorara, que sufriera. Parecía una niña grande y casi una mujer, pero aunque parecía fuerte, sé que sería frágil. Y no quería que gastara energía discutiendo conmigo.
—No sabes nada de mí. Ni sobre mi vida, ni sobre nada. No te quiero en mi casa. Quiero que te vayas. Si has venido a decirme eso, lo has dicho, y no quiero saber de ti.
Di unos pasos hacia ella, vi cómo sus ojos se entrecerraban aún más en señal de confusión y sospecha, pero me detuve a medio metro de ella. Era casi tan alta como yo y tenía una figura impresionante. No había nada de adolescente en ella. Excepto por esa carita inocente. Bonita y triste.
—Y tienes razón. No podría saberlo, porque no he estado tan cerca como me gustaría. Y ahora, me siento mal por eso. Porque veo que he perdido muchas cosas. He perdido a gente como tú, y eso no se recupera. Pero eso no tiene por qué pasar con nosotros.
—No pasará nada entre nosotros, porque no quiero conocerte, ni que me conozcas, ni nada. Para mí, no eres nadie.
Podía entender su enfado conmigo por haber estado ausente todos estos años. Tenía razón, pero estaba siendo infantil, exagerada y cruel conmigo.
—Selena, entiendo que estés herida y triste. Quizá debamos hablar de esto en otro momento...
—Sal de mi casa —me indicó que saliera por la puerta. La miré con los ojos muy abiertos. Resoplé para mantener la calma. No quería perder los nervios con esta niña que no se lo merece.
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El millonario guardián |TERMINADA Y COMPLETA| Romance erótico +18
RomanceFrederick Van Slyke, a sus treinta y cinco años, es un magnate prominente en Dinamarca. Poseedor de cadenas hoteleras de lujo y automóviles de alta gama, su éxito y atractivo físico le han posicionado como uno de los solteros más deseados. Sin embar...